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lunes 29 abril 2024
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‘Adares’, el último pícaro de Salamanca

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‘Adares’, el último pícaro de Salamanca

  

 

‘ADARES’ FUE UN ALUMNO AVENTAJADO DEL LAZARILLO. HIJO DE LA POSGUERRA, SU VIDA FUE MERA SUPERVIVENCIA PÍCARA. EMIGRÓ A FRANCIA, PERO REGRESÓ A SALAMANCA PARA ESCRIBIR POESÍAS QUE OFRECÍA EN LA PLAZA DEL CORRILLO

 

 

Remigio González Martín ‘Adares’, hubiera cumplido los cien este año. Poeta profundo y pícaro de Literatura, no anduvo muy acertado este hijo de carromatero cuando vino al mundo en los pagos de Anaya de Alba, en tierras de los Duques, donde los mozos se casaban sin oficio ni beneficio, razón de libertad y disponibles para cualquier explota molinos de estos de las peonadas. De su abuela recordaba que era muy coqueta y, a sus noventa años, peinaba su rodete. Cada día se colocaba el ojo de cristal y gustaba el puchereque.

Ella le dio los primeros consejos: si llama un gitano a la puerta, llévate una patata de camino; si el cartero, la botella de vino; si el cobrador, di que tu madre está a lavar; si el cura, que estás tú solo, y si el aguacil, intenta preguntarle que de qué va. ‘Adares’ la escuchaba atento mientras miraba las venas montadas de sus manos, que simbolizaban los caminos repetidos de su vida.

Tuvo suerte de hacerse sacristán en la escala sólo de reserva “y al encender las velas, yo le cantaba a los muertos, cuando ya no me oían”, solía decir. Trabajó de segador para dos amos, uno para cada día, así ellos siempre estaban de refresco, pero él tiraba como un perro de hambre, mientras que al sindicato donde iba a quejarse, le daban chorizo de arroz y buen lomo de cerdo puro. Más tarde se hizo guarda. Y tanto aprendió de ciertos labradores que le nombraron jurado de la Hermandad, que más que hermanos eran pirañas robándose las haces unos a otros.

‘Adares’ dejaba su bicicleta por los rastrojos, dando a entender que madrugaba y andaba cerca, mientras guardaba bien su cuerpo en la cama, pues llegó a entender que la mejor limosna era el sueño. Le untaban con lechugas pochas que dejaba en los huertos después de haber robado las buenas, porque su razón de robarlas era la misma de que alguien pretendiera que él fuera robado, y las lechugas andaban entre ladrones y lagarto.

En la casa del Duque de Alba topó con un administrador zampón y burocrático, feo y rabilargo, que no le interesaba si comía o si llevaba las gallinas de quince en quince. El tumbacriadas no le pagaba y hubo de venderle dos cebones para ir comiendo, “tan estrechas las pasé que llegué a pensar que los caballos eran sabios y que los perros, al hablar, subirían al Parlamento” sentenciaba. Y continuaba:  “Cánseme de ser guarda y pregúnteme: ¿Quién demonios me mandaría a mí meterme en esto? Todo menos la gorra le entrego a Lázaro de Tormes, que distinto cuerpo arrullo, y a pasar hoja”.

Su obra La Barrila responde en su estructura al género picaresco propio del siglo XVI. La narración autobiográfica de ‘Adares’ constituye un fiel reflejo del Lazarillo: un relato cronológico lineal, cuyo narrador, que coincide con el autor, va pasando sucesivamente al servicio de varios amos en los años de penuria de la posguerra. Pero la trayectoria vital es la inversa. Mientras Lázaro parte de una aceña del Tormes hacia la adversidad, ‘Adares’ termina en Salamanca.

Su casa eran los soportales de la Plaza del Corrillo, donde ofrecía al público su veintena de poemarios en plena calle. Se situaba al paso de los estudiantes de Letras que iban a la Facultad, haciéndoles tambalear en sus conocimientos de métrica y preceptiva poética, porque el verso ha de ser libre, como lo es el poeta. ‘Adares’ era real, un personaje del Siglo de Oro que por algún extraño motivo permaneció entre nosotros. Hoy nos queda en aquel lugar la estatua en bronce que de él hizo el artista Agustín Casillas.

Aníbal Núñez, compañero del Café del Corrillo, poeta maldito a quien la corta vida no le concedió tiempo para ser incluido en la nómina de los Novísimos ni del Experimentalismo, le prologó La Barrila, y le decía: “Lo primero que quiero celebrar es cómo sigues en tu engranaje surrealista. Por fin, un surrealismo de hogaza (como aquel de Vallejo), que no huela a cortada académica”.

(Portada. Remigio González ‘Adares’ – salamancartvaldia)

 

 

Plaza del Corrillo. Salamanca (José Bernardo HB)

 

‘Adares’. Estatua de Bronce de Agustín Casillas

 

‘Adares’ por el Puente Romano. Salamanca

 

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