Miguel de Unamuno y el general Millán Astray
MIGUEL DE UNAMUNO SALDÓ UNA CUENTA PENDIENTE CON EL GENENERAL MILLÁN ASTRAY: EN EL ACTO DEL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA LE RECORDÓ AL INTELECTUAL HISPANO FILIPINO JOSÉ RIZAL MERCADO, FUSILADO POR LA ESPALDA COMO UN DESERTOR
1.- Proclamación de la República
2.- La rápida deriva de la República
3.- Decepción de los intelectuales republicanos
4.- Encuentro de Miguel de Unamuno con el general José Sanjurjo
5.- El intento de golpe de estado del general Sanjurjo
6.- La maquinación de Sanjurjo, un general monárquico
7.- Estado de ánimo de Miguel de Unamuno a comienzos de 1936
8.- Franco, un general republicano
9.- Miguel de Unamuno en la encrucijada
10.- Miguel de Unamuno y el general Millán Astray coinciden en Paris
11.- El general Millán Astray, un general monárquico, republicano…
12.- El general Millán Astray, incondicional de Franco
13.- El acto del paraninfo de la Universidad de Salamanca
14.- El hispano filipino José Rizal Mercado
15.- El arzobispo Bernardino Nozaleda
16.- Epílogo de Miguel de Unamuno a la biografía de José Rizal
17.- Doble ajuste de cuentas
18.- La muerte de Miguel de Unamuno
1.- PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA
Mucho se ha especulado sobre el carácter contradictorio de Miguel de Unamuno. Más bien, era ingobernable por naturaleza. No se doblegaba ante nada ni nadie. La causa remota de su constante conflicto con el poder fue la Constitución de 1876 de Cánovas del Castillo, por la que la soberanía de la nación era compartida por el Rey y las Cortes. En su aplicación Alfonso XIII y su gobierno iban más allá y suplantaban al Parlamento. Al monarca le gustaba intervenir en la política al modo del antiguo régimen. Unas veces, hacía uso y abuso del poder; otras, callaba cuando su gobierno cometía tropelías. Aquella situación aún le resultó insuficiente y, en 1923, cedió todos los poderes al general Primo de Rivera, que suspendió la Constitución e impuso la censura, lo que encolerizó a los intelectuales. De nada sirvió que en la visita que Unamuno realizó al monarca en 1922 en el Palacio Real, le advirtiera de que el pueblo ya estaba necesitando una nueva carta magna que recogiera los derechos sociales de una democracia liberal y un mayor control del poder.
La situación desembocó en la proclamación de la República en 1931, que Unamuno festejó desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca, del que había salido concejal electo por la convención republicano-socialista. Había tomado aquel cargo como algo meramente representativo. El Rector tenía una visión peculiar de los consistorios. En 1917 ya había sido nombrado concejal y en sus palabras de investidura manifestó: «No llego al Ayuntamiento con ilusión alguna, porque en el Ayuntamiento no hacen más que cosas rutinarias y generalmente mal. Los Ayuntamientos no suelen tener más que pagar al secretario, que es quien cobra. Vengo con un propósito de sacudir modorras, porque lo habitual es que se duerma mucho, justos, injustos y pecadores».
El 10 de febrero de 1931, un considerable número de compañeros de letras habían creado la Agrupación al Servicio de la República, encabezados por Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Gregorio Marañón, con Antonio Machado como secretario, quienes en el teatro Juan Bravo de Segovia habían firmado un manifiesto en pro de la República. Pero ya vislumbraban el futuro y advertían: “Ensayos como el fascismo y el bolchevismo marcarán las vías por donde los pueblos van a parar a callejones sin salida”. Básicamente, pretendían redactar una nueva Constitución, acabar con el sistema caciquil y comenzar las reformas sociales.
2.- LA RÁPIDA DERIVA DE LA REPÚBLICA
El nombrado presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, había sido ministro con Alfonso XIII varias veces. Era un hombre moderado que conocía bien la Administración. Una hija suya estaba casada con un general anti monárquico, el general Queipo de Llano. Sin embargo, la calle se le fue de las manos. Comenzó la quema de iglesias y conventos y los desórdenes callejeros, que se expandieron por todo el país.
En un artículo publicado el 13 de setiembre de 1933 en El Adelanto de Salamanca, Unamuno muestra su indignación cuando oyó a un diputado justificar su voto en las Cortes con cierta frase “He votado esta ley porque me da la gana… Entonces, entreví la sima revolucionaria. La gana de la santísima, la terrible y castiza gana española. La republicana gana es exactamente lo mismo que la real gana. En el fondo, la Dictadura”.
Fueron numerosas las disposiciones ministeriales que Unamuno recibía e incumplía por irrazonables. En una de ellas se le ordenaba que se dejara de decir misa en la capilla de la Universidad de Salamanca, tradicionalmente a cargo de los dominicos del convento de San Esteban, a lo que el Rector contestó: “Si es necesario, la misa la daré yo”. Similar fue la actitud que mostró ante la que le prohibía usar el sello de la Universidad, que él mismo había diseñado basándose en la clave existente en la entrada principal al edificio por la portada plateresca y cuyo origen secular estaba en la fundación de la propia universidad, avalada por la Iglesia en el siglo XIII.
3.- DECEPCIÓN DE LOS INTELECTUALES REPUBLICANOS
Los intelectuales quedaron tan relegados en la República como en la Monarquía. Su voz no era escuchada. Ortega y Gasset antes había pregonado su Delenda est Monarchia. Ahora, se lamentaba decepcionado en su artículo titulado Un Aldabonazo, publicado en la revista Crisol: “No es eso, no es eso. La República es una cosa, el radicalismo es otra. Si no, al tiempo”. Viendo el desvío del Frente Popular se autoexilia en Paris. También lo hizo Marañón, al comprobar que aquello no era la República liberal prometida. Y en Londres se quedó Ramón Pérez de Ayala, donde ejercía como embajador. Todos temían que tarde o temprano fueran asesinados.
El presidente nombró jefe del Gobierno a Manuel Azaña, con un apoyo parlamentario insuficiente. Sólo podía gobernar con el Partido Socialista, que se hallaban divididos en tres sectores, los moderados de Julián Besteiro, los centristas de Indalecio Prieto y los radicales de Largo Caballero. Éste fue el que finalmente se hizo con las riendas de partido, que a su vez necesitaba el soporte del partido comunista pro soviético, para el que la República no podía ser otra cosa que una revolución.
En 1942, Salvador de Madariaga escribió su obra España. Ensayo de Historia contemporánea, en la que afirmaba: “La circunstancia que hizo inevitable la guerra civil en España fue la guerra civil dentro del Partido Socialista”. Socialistas y comunistas crearon el Frente Popular y este movimiento provocó la reacción de las fuerzas conservadoras, desembocando en un enfrentamiento incontrolable entre los que Unamuno llamó “los hunos y los otros”.
Los hombres de letras consideraban necesario recuperar el orden democrático. Pero se sentían impotentes para pronunciarse sobre las medidas a tomar ante aquella fuerza bruta. El 11 de marzo de 1936, Unamuno escribió en el diario La Voz: “En 1931 votaron la República personas que al salir del colegio ya se habían arrepentido. Han votado al Frente Popular muchos que a las dos horas ya lamentaban su equivocación”.
4.- ENCUENTRO DE MIGUEL DE UNAMUNO CON EL GENERAL JOSÉ SANJURJO
En 1933, el presidente Oliveira Salazar, catedrático de Economía Política por la Universidad de Coímbra, instauró en Portugal un régimen corporativo y dictó la Constitución del llamado Estado Novo, que había sido aprobada por plebiscito popular. Se trataba de un gobierno personalista basado en el partido único, la Unión Nacional, similar al posterior régimen franquista español. El salazarismo trató de dar resonancia internacional al naciente sistema político creando una Secretaría Nacional de Propaganda, a cuyo frente puso al periodista Antonio Ferro.
Con el fin de difundir los principios de la nueva política portuguesa, Salazar organizó en el verano de aquel año unas jornadas divulgativas dirigidas a personalidades de la cultura de varios países, a las que ofreció charlas y excursiones por diversos puntos del país, como Cintra, Busaco, Porto, Viana do Castelo, Braga, Guimaraes, Aveiro y Coímbra. Entre ellos, además de Unamuno, invitó al novelista Wenceslao Fernández Flórez, a la chilena Gabriela Mistral, al dramaturgo Luigi Pirandello, a quien Unamuno ya había conocido en Paris en 1924, y a Fernando Gallego de Chaves, director de Acción Católica, revista financiada por el empresario Juan March, quien también sufragará más tarde el alquiler del avión Dragón Rapide, que trasladaría a Franco desde Canarias a la península para la sublevación militar de 1936.
Hacía 21 años que Unamuno no volvía a su querido Portugal. Mucho había cambiado el país con el nuevo régimen, como lo que llamaba «la terrible sospechosidad inquisitorial» en la aduana, donde los agentes requisaban a los viajeros cualquier libro o documento sospechoso. Eso le hace exclamar: «Muchas cosas, y de las más íntimas, de mi España no cabe comprenderlas si no se conoce Portugal»
Los invitados fueron alojados en el Hotel Palace de Estoril. Allí también se hallaba el general José Sanjurjo en calidad de exiliado por la intentona golpista de 1932. Sanjurjo era buen amigo de Fernández Flórez y, a su vez, éste lo era de Unamuno. El Rector le conocía de su etapa de diputado en el Congreso, donde el segundo era cronista parlamentario para el periódico monárquico ABC entre los años 1916 y 1931 y plasmaba las reseñas diarias en su columna ‘Acotaciones de un oyente’. La presentación de Unamuno a Sanjurjo tuvo lugar una mañana en el hall del hotel, donde el General fue a buscarlos para tomar un té y dar un paseo por la playa.
Cuando se separaron tras una larga charla, Unamuno le dio su impresión favorable a Fernández Florez: “Tiene el más puro corazón de niño que he conocido”, señalaba por su carácter campechano. Aquel paseo se repitió en días sucesivos. La prensa portuguesa se hizo eco de ello publicando numerosas fotografías de Sanjurjo y Unamuno por la playa. En cuanto que los medios españoles tuvieron conocimiento de la presencia del Rector en Portugal, se lanzaron a un ataque furibundo, acusándole de formar parte de la “internacional de la literatura apologética contratada” y de que “no fue sólo a reconocer el régimen de Oliveira Salazar, sino a saludar al general Sanjurjo”.
5.- EL INTENTO DE GOLPE MILITAR DEL GENERAL SANJURJO
El general Sanjurjo era leal al Rey, que le había concedido el título de Marqués del Rif. En consecuencia, en 1923 había apoyado sin fisuras al Directorio militar del general Primo de Rivera, porque implicaba la perduración de la monarquía. Fue nombrado gobernador militar de Zaragoza y Alto Comisionado de Marruecos. Lo que no obstó para que mostrara sus quejas al Rey cuando en 1930 sustituyó a Primo de Rivera por el general Berenguer, del que afirmaba que no reunía las condiciones adecuadas.
En la República, el jefe de gobierno, Manuel Azaña, realizó una drástica reforma militar en la que cesó a Sanjurjo en Marruecos y, por primera vez, se nombró a un civil para el cargo de Alto Comisionado, Luciano López Ferrer, del Partido Radical de Alejandro Lerroux, que mantuvo constantes enfrentamientos con el estamento militar provocando su malestar.
A la vista del desplome de la economía y del amplio descontento que se estaba generando, el General Sanjurjo comenzó a conspirar. A principios de 1932 se reúne con un grupo de personas cercanas y planean un levantamiento. Aquel encuentro tuvo lugar en el Nuevo Club, en la calle Cedaceros 2 de Madrid, esquina a Gran Vía, y entre ellos se hallaba Wenceslao Fernández Flórez. La amistad entre el escritor y Sanjurjo entonces ya era estrecha. Cuando salieron de aquel lugar, mientras caminaban despacio por la Gran Vía hacia Cibeles, acordaron recorrer Marruecos. Hicieron dicho viaje en un vehículo propio del General. Durante cuatro semanas el escritor comprobó cómo los nativos seguían considerando a Sanjurjo una gran autoridad.
A la vuelta de la gira, el 10 de agosto de aquel año, siendo Capitán General de Sevilla, dio el golpe que resultó fallido. Con inusitada rapidez, Sanjurjo fue detenido, recluido en la cárcel del Dueso, procesado y condenado a muerte. Posteriormente, el jefe de gobierno Alejandro Lerroux propuso su indulto al presidente Alcalá Zamora, mediante la aprobación ad hoc de la Ley de Amnistía de 1934. Éste se lo concedió condicionado a que saliera fuera de España.
Es así como Sanjurjo decide instalarse en la localidad portuguesa de Estoril, junto a Lisboa, donde se concentraba un numeroso grupo de españoles antirrepublicanos de toda condición, que mantenían contactos internacionales en busca de apoyos contra la República. El gobierno español presentó continuas quejas por aquel contubernio conspirativo, que Oliveira Salazar nunca no atendió.
6.- LA MAQUINACIÓN DE SANJURJO, UN GENERAL MONÁRQUICO
El general Sanjurjo seguía manteniendo su plan para imponer el orden en las calles españolas y éste era el de restaurar la monarquía. Pero no en la persona de Alfonso XIII, que había fracasado, sino en la de su hijo don Juan, que entonces tenía veinte años. Habría un periodo transitorio con un consejo de regencia que encabezaría él mismo, tras conseguir el respaldo de la mayor parte de los políticos y del ejército. Así se lo expuso a Unamuno que, después de oírle, reveló a Fernández Flórez: “Me alegra haberle conocido porque me lo habían pintado calumniosamente”.
Mientras tanto, la prensa española continuaba azuzando. El diario republicano El Luchador decía: “Hay pocos escritores españoles, como no sean recolectados en el campo reaccionario, capaces de acudir a Lisboa. Al rendez-vous ha ido también Unamuno. No podía faltar. Desde que convive con el trogloditismo ibérico, se siente obligado a toda clase de manifestaciones públicas que le dejen bien colocado para el juicio de la Historia. La verdad es que el Rector vitalicio de Salamanca no fue sólo a reconocer el genio de Oliveira…”.
Unamuno se vio compelido a romper el silencio que mantenía y responder a esas críticas. En el banquete de despedida que el gobierno portugués ofreció al grupo de intelectuales, junto a las palabras de agradecimiento, el Rector tuvo que afirmar que mantenía su posición de liberal, demócrata e individualista y que respetaba las novedades que encontraba en Portugal, pero no las deseaba para su país.
Cuando retornó a España expresó a la prensa su parecer sobre el presidente Oliveira Salazar: “Los más de mis compañeros de expedición de estudio solicitaron ser recibidos por Salazar, saludarle y oírle. Yo, no. Y fue por ser yo también catedrático y no pretender ni examinarle yo a él ni que él me examinase. Además, sabía por sus escritos lo que me había de decir. Conocida su doctrina, su actividad propiamente política, sus ensayos en este sentido no me interesaban. Estaba a la vez molesto por las trabas que allí se ponían a la libre emisión del pensamiento libre, y como habría de brotarme la queja, no quería oír explicaciones a ese respecto”.
7.- ESTADO DE ÁNIMO DE UNAMUNO A COMIENZOS DE 1936
En los meses de febrero y marzo del año 1936, Unamuno ya se mostraba muy abatido en Paris y Londres en las entrevistas que dio a diversos periodistas de aquellos países, en las que dejaba entrever un inminente conflicto en España. La tan deseaba república liberal como respuesta contra la monarquía se había convertido en un régimen revolucionario en el que imperaba el desorden. Su opinión se veía avalada por los numerosos intelectuales españoles con los que se encontró en Francia e Inglaterra, antiguos amigos que habían emigrado.
Su pesimismo se mostraba en cada artículo que publicaba en la prensa. He aquí uno de ellos, el titulado Ensayo de Revolución, aparecido en el diario gráfico Ahora el día 7 de junio de 1936: “Hace unos días hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por una turba de energúmenos dementes que querían linchar a los magistrados, jueces y abogados. Una turba pequeña de chiquillos (hasta niños, a los que se les hacía esgrimir el puño) y de tiorras desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas. Y toda esta grotesca mascarada, reto a la decencia pública, protegida por la autoridad. La fuerza pública, ordenada a no intervenir sino después de la agresión consumada. Método de orillar conflictos que no tiene desperdicio. Cada vez que oigo que hay que republicanizar algo me pongo a temblar, esperando alguna estupidez inmensa. No injusticia, no, sino estupidez. Alguna estupidez auténtica, y esencial, y sustancial, y posterior al 14 de abril. Porque el 14 de abril no lo produjeron semejantes estupideces. Entonces, los más que votaron la República ni sabían lo que es ella ni sabían lo que iba a ser esta República. ¡Que si lo hubiesen sabido! Dejémoslo aquí, que la guerra está a punto de estallar. Ya llegarán los tiros en la próxima entrega”.
8.- FRANCO, UN GENERAL REPUBLICANO
Unamuno recibió con expectación el liderazgo de Franco en el alzamiento militar de 1936. Esperaba de él que rectificara el curso de la República. En el primer bando que Franco dirigió desde Tetuán nítidamente decía: “Se trata de establecer el imperio del orden dentro de la República”. En la nota oficial de Sevilla de 23 de julio, terminaba aclamando: “¡Viva España y la República!”. Y en la proclama siguiente aclaró: “Este es un movimiento nacional, español y republicano”. Unamuno creía que se trataba de un pronunciamiento militar más, como los muchos que hubo en la historia de España. Cuando el 19 de julio los militares declararon el estado de guerra en la Plaza Mayor de Salamanca, lo hicieron al grito de ¡Viva la República! En los discursos hablaban de igualdad, libertad y fraternidad. Las tropas entonaban el himno de Riego republicano y en los mástiles se mantenía la bandera tricolor.
Sin embargo, ese espejismo duró solo un mes, porque los planteamientos iniciales se desmoronaron cuando el ejército sublevado tuvo que reconocer que el golpe había fracasado. Por un lado, los generales Mola y Sanjurjo habían acordado que el primero sería “el Director” de las acciones iniciales y que el segundo las continuaría, desplazándose desde Portugal para ponerse al frente de la operación, hasta recobrar un estado monárquico. Pero, sus planes fallaron cuando, inopinadamente, Sanjurjo muere en Estoril al estrellarse su avión en el momento del despegue para volver a España. Un año después, Mola también moriría en otro extraño accidente aéreo. El más veterano de los generales, Miguel Cabanellas pudo haber continuado, pero Franco le acusó de ser masón y tuvo que dejarle el mando.
9.- MIGUEL DE UNAMUNO EN LA ENCRUCIJADA
Los militares levantados encontraron una fuerte resistencia en las principales ciudades y se vieron abocados a una guerra total con la que no contaban. A partir de entonces, la República seguiría siendo la sostenida por el Gobierno legítimo de Madrid. Franco tendría que optar por una tercera vía, como la portuguesa, la italiana o la alemana. Pero aquellas dictaduras habían nacido de unas elecciones democráticas previas. En España, el golpe se asemejaba a los pronunciamientos militares de países hispanoamericanos. Así las cosas, arrió la bandera tricolor y el 8 de septiembre de 1936 la sustituyó por la rojigualda, manteniendo los mismos colores que la monarquía y la I República.
En cualquier caso, Unamuno seguía creyendo en Franco como un mal menor transitorio. El 20 de Julio acepta formar parte del nuevo Ayuntamiento. Es nombrado concejal junto a Miguel Iscar Peyra, ex alcalde del general Primo de Rivera. En aquellos momentos, la confusión de Unamuno era mayúscula: creía que el levantamiento militar tenía como fin una corrección de la desviación de la República, más que un golpe de Estado para eliminar un régimen democrático. No tardó mucho en dase cuenta de la realidad, cuando en el mes de octubre recibe el cese fulminante como concejal y como Rector.
Unamuno había hecho un llamamiento a los intelectuales del mundo para que apoyaran la sublevación e invitó al presidente Azaña a que se suicidara como un acto patriótico. Azaña le respondió destituyéndole del cargo de Rector vitalicio de Salamanca. Pero continúa en él al ser repuesto por la Junta Militar de Burgos que presidía el general Cabanellas. Sin embargo, pronto se sintió contrariado al ver que eran detenidos sus amigos entrañables: el ex ministro Filiberto Villalobos, el alcalde de Salamanca y catedrático Casto Prieto Carrasco, el pastor protestante Atilano Coco, Salvador Vila, discípulo suyo y rector de la universidad de Granada. Al igual que otros personajes de la sociedad salmantina, como el concejal Primitivo Santa Cecilia y el diputado ugetista José Andrés Manso.
No obstante, aun cuando estuvo recluido en su casa después del altercado que tuviera con Millán Astray en el paraninfo de la Universidad, siguió sin percibir maldad en Franco. Para él, la bestia negra era el general Emilio Mola, que había bombardeado su Bilbao natal, a quien ya había conocido anteriormente en el cargo de director general de Seguridad durante la dictadura de Primo de Rivera.
Unamuno se desmoraliza. El 13 de diciembre escribe a su amigo de juventud Quintín de la Torre: «En cuanto al caudillo, no acaudilla nada en esto de la represión, del salvaje terror de retaguardia. Deja hacer. Esto, lo de la represión de retaguardia, corre a cargo de un monstruo de perversidad, ponzoñoso y rencoroso, que es el general Mola, el que sin necesidad alguna táctica, hizo bombardear nuestro pueblo». Más tarde le dice: «Qué cándido y qué ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco, sin contar con los otros, y fiado, como sigo estándolo, en este supuesto caudillo”.
Solamente al final de sus días empezó a cambiar su opinión sobre Franco. El 6 de diciembre de 1936 declara al Correo de Varsovia (Kurier Warszawski): «Apoyé con toda mi alma al General Franco. Las bestialidades cometidas por los otros, su falta de respeto a la más elemental libertad del espíritu humano, así como la destrucción de los bienes culturales, me llenaron de la más profunda repugnancia. Al principio, Franco decía, y con razón, que el futuro régimen de España no debía ser discutido entonces, que habría tiempo para eso más adelante. Pero luego, otras tendencias empezaron a prevalecer en la Junta, y Franco se dejó llevar». Y en una carta al filósofo napolitano Lorenzo Giusso, insiste: “Franco será arrastrado por los hechos y luego vendrá un Duce, que será Mola, el más depravado de los del golpe, el director, el cerebro de toda la operación”.
10.- MIGUEL DE UNAMUNO Y MILLÁN ASTRAY COINCIDEN EN PARIS
El general Millán Astray tenía dos caras. Una, la estridente conocida por todos, a lo que hay que añadir que sobreactuaba. Sin duda, era el as de la escena en el ámbito militar. Dionisio Ridruejo decía de él que no había conocido a nadie con mayor sed de protagonismo y avidez teatral que aquel hombre. Pero, además, era culto, había leído mucho y viajado otro tanto. Trató con numerosas personalidades extranjeras y recorrió Europa, América y, obviamente, parte de África cunado estuvo al cargo de la Legión.
En 1924, el general Primo de Rivera le envió en una misión especial bien pagada a Francia e Italia, que más bien se trataba de apartarlo de Madrid por una temporada. En Paris, se acercó a La Rotonde, el café de los exiliados españoles. Su intención era tomar contacto con lo que Primo de Rivera llamaba “el grupo revolucionario de Paris” y hablar con Unamuno. El Rector era el autor del epílogo a la obra Vida y escritos del doctor José Rizal, de Wenceslao Emilio Retana, un funcionario de Hacienda en Manila. El libro fue publicado en 1907 por la Librería General de Victoriano Suarez de Madrid. Se trataba de una denuncia muy crítica de la actuación del ejército español en Filipinas, un ultraje al honor patrio, sacando a la luz toda la corrupción que había en los momentos en que Millán Astray estuvo allí destinado.
En La Rotonde Millán intercambió algunas palabras con Eduardo Ortega y Gasset, hermano del filósofo, a quien ya conocía, pero nadie le invitó a sentarse en la peña en que se hallaba Unamuno, que al verle se hizo el escurridizo. Tan sólo le saludó un sindicalista, que le llamó “compañero”, porque Millán era partidario de introducir el sindicalismo en el ejército. Acudió durante varios días, pero no se atrevió a dirigirse a Unamuno. Hablaba con algunos representando su papel. Sacaba una pitillera de oro y explicaba que se la había regalado el Rey, los gemelos de los puños eran de doña María Cristina, el alfiler de la corbata de la Infanta Isabel. Y así, hasta el último abalorio que llevaba. Uno de aquellos españoles, viendo su estado físico, le preguntó: “¿Es usted el general Astray? Pues cómo le han dejado los moros”. Viendo que Unamuno ni nadie le hacían ningún caso, no volvió por aquel lugar.
11.- MILLÁN ASTRAY, UN GENERAL MONÁRQUICO, REPUBLICANO…
Cuando el 18 de julio de 1936 se produce el golpe de estado militar, Millán Astray se encontraba en Argentina. Llevaba allí desde el 18 de mayo. Un empresario le había contratado para dar una serie de cortas charlas de unos 20 minutos a 500 pesos cada una. Pero luego, varias asociaciones de emigrantes gallegos reclamaron su presencia. El lema de sus conferencias era Relato de mi Vida. República y Legionarios, en las que se explayaba criticando a sus compañeros.
Cuando se enteró en Buenos Aires de que el ejército de África se había sublevado, fue como si alguien le dijera al oído ¡A mí la Legión! De inmediato se embarca en el vapor Almazara con destino a Lisboa, al encuentro del general Sanjurjo. En el trayecto oye por cable que Sanjurjo ha muerto y que el golpe ha fracasado en ciudades tan importantes como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia. Entonces, espera a que alguien se ponga en contacto con él, pero nadie le consulta. Supone que quien está al mando de todo es el general Mola, porque era quien había preparado minuciosamente el levantamiento desde su gobierno militar de Pamplona. Pero no puede establecer comunicación con él. Llega a la conclusión de que todo aquel movimiento ha sido un fiasco y titubea, se siente indeciso. Millán Astray se considera un militar leal, pero ahora no sabe a quién, ignora cuál es su bando ¿A favor o en contra de la República?
12.- MILLÁN ASTRAY, INCONDICIONAL DE FRANCO
Cuando llega a Lisboa se dirige al emblemático Hotel Aviz, el punto de encuentro de la aristocracia europea, inaugurado tres años antes por el empresario inglés Joseph Ruggeroni. Allí los sublevados habían instalado una oficina provisional para mantener la coordinación entre las primeras zonas ocupadas, Sevilla y Burgos, principalmente. Le reciben Nicolás Franco, hermano mayor del general, y un grupo de monárquicos encabezados por el salmantino José María Gil-Robles, que le dicen que debe posicionarse con Franco, a quien sobradamente conocía de cuando estuvieron al mando de la Legión en Marruecos.
Millán Astray se ve inmerso en un mar de dudas. Pero pronto se disipan cuando pregunta cómo se ha producido el levantamiento. Nicolás Franco le informa que su hermano se trasladó desde Canarias hasta Tetúan para asumir la jefatura de la revuelta. Allí se topa con su primo hermano, el comandante de aviación Ricardo de la Puente Bahamonde, más que hermanos desde niños. Éste se había decantado a favor la República y se opuso a los rebeldes con la escasa guarnición del aeródromo. Había pedido refuerzos al jefe del gobierno, Casares Quiroga. Pero no llegaron. El comandante fue apresado y Franco lo hizo fusilar en el muro de la fortaleza de Monte Hacho de Ceuta, en presencia del también primo suyo Francisco Franco Salgado-Araujo. (Hacía dos años que Franco tenía entre ceja y ceja al comandante, desde que, estando al mando de la base aérea de León, se había negado a bombardear Oviedo durante la revolución minera de Asturias).
Al oír el relato de Nicolás Franco, a Millán Astray se le disiparon las dudas. Se cuadró y aseguró estar a sus órdenes. Éste fue el motivo por el que cuando Franco se instaló en Salamanca, el viejo legionario le mostró su fidelidad e incondicionalidad más absoluta. Sabía que Franco no se paraba en barras. Millán se apresuró a partir hacia Sevilla para ponerse a su disposición. Pero, antes, dio un largo rodeo para llegar a Pamplona y entrevistarse con el General Mola y tener un mayor conocimiento de la situación.
Mola no mostró ningún interés en contar con él, ni le pidió su parecer. Apenas intercambiaron palabras. Tan sólo pudo hablar con Pedro Laín Entralgo, al que encontró por casualidad. Definitivamente, su sitio estaba en Sevilla, luego en Cáceres y Salamanca. En esta ciudad, Franco le puso al frente del departamento de Prensa y Propaganda para mantener alta la moral de los soldados, aunque su eficacia no era igual con todos. En sus relaciones con los corresponsales de prensa extranjera, éstos no llegaban a entender sus extravagancias. Cuando llegó a la capital charra en setiembre fue recibido con todos los honores en el Ayuntamiento.
13.- EL ACTO DEL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
El 12 de octubre de 1936 se celebraba la Fiesta de la Raza. (Esta festividad no era una creación franquista, como se ha venido afirmando, sino de la Unión Ibero-Americana desde principios del siglo XX). La conmemoración tenía lugar en el paraninfo del edificio histórico de la Universidad. Franco confirió su representación a Unamuno en su calidad Rector. Millán Astray, que había llegado a Salamanca un mes antes, fue recibido a su entrada con una cerrada ovación de la sala repleta de soldados y falangistas. Se encaminó a la mesa presidencial junto al resto de autoridades civiles y militares provinciales y, segundos después aparecieron Carmen Polo, esposa de Franco, y el obispo Plá y Deniel, a los que respectivamente invitó a sentarse a la derecha e izquierda de Unamuno.
El Rector abrió el acto brevemente, con el deseo de declararlo clausurado cuanto antes sin tener que pronunciar una palabra. Su estado de ánimo no podía ser peor. Le llegaban continuas noticias de asesinatos de personas muy cercanas. En el bolsillo llevaba una carta que le había dado Enriqueta Carbonell, esposa de Atilano Coco, amigo suyo que iba a ser fusilado, con la intención de entregársela a Carmen Polo. Los oradores comenzaron sus disertaciones patrióticas. Unamuno escuchaba y no oía más que invectivas y arengas impregnadas de enfrentamiento.
No disponiendo de otro papel a mano, comenzó a apuntar en el reverso del sobre 42 palabras entre las que se encontraban el conocido vencer y convencer y Rizal. En cuanto sus predecesores en la palabra finalizaron, Unamuno se levantó con la intención de rebatir lo que allí se había dicho. Y así lo iba haciendo hasta llegar a la mención del hispano filipino José Rizal Mercado, sobre el que afirmó: “Para mí era tan español como nosotros el filipino Rizal, que se despidió del mundo en español”. En ese momento Millán Astray saltó como un resorte y gritó: ¡Muera la intelectualidad traidora! El general se sintió directamente aludido. Había captado el incisivo mensaje. Pero no así sus legionarios, que instintivamente echaron mano a sus armas porque les pareció haber entendido que había que matar a Unamuno.
14.- EL HISPANO FILIPINO JOSÉ RIZAL MERCADO
¿Quién era Rizal? Fue el mayor intelectual de su tiempo en Filipinas. Unamuno sentía devoción por su españolidad, por utilizar nuestro idioma como lengua literaria en sus novelas de crítica social. Era topógrafo, licenciado en Filosofía y Letras, médico y oftalmólogo. El Rector le había conocido en la Universidad Central de Madrid, cuando el número de alumnos era reducido, aunque su trato fue más bien escaso, porque Rizal acababa sus estudios el mismo año en que Unamuno los comenzaba.
Desde muy joven el filipino se mostró partidario de realizar reformas en la administración colonial española de aquel archipiélago asiático. Pretendía que sus paisanos isleños no fueran españoles de segunda clase, que aquellas tierras dejaran de ser una colonia apartada de la metrópoli para constituir una provincia más e integrarse plenamente en el conjunto de España, con una representación proporcional en las Cortes.
Rizal nunca escribió nada contra España, pero sí contra las órdenes religiosas y los administradores de las islas, cuyos abusos pasaban desapercibidos a la sociedad española por la lejanía de la península. El archipiélago se componía de más de 7.000 islas a las que el ejército no podría llegar. La solución para dominarlas fue enviar a cientos de frailes en calidad de misioneros que, en gran parte, se dedicaron a toda clase de desmanes, sin que los nativos pudieran quejarse ante la administración española porque, intencionadamente, no les enseñaron el castellano. “No me uses prendas prestadas; conténtate con hablar tu idioma y no me eches a perder el español, que no es para vosotros”, escribía Rizal en una de sus obras. Eso hizo que surgieran independentistas tagalos con influencias chinas y musulmanas, que hostigaban al ejército con la táctica de la guerrilla y el uso de métodos muy violentos. Entre las tropas española empezó a cundir el miedo y los mandos decidieron adoptar medidas drásticas para cortar la insurgencia.
Rizal era un pacifista y se apartó de aquella dialéctica de terror. Quiso integrarse en la sociedad española de la mejor manera y solicitó alistarse como voluntario en el ejército para ir a la guerra de Cuba como médico y auxiliar a los heridos. Aceptada su petición, se embarcó hacia Barcelona, donde a su llegada fue detenido por la Guardia Civil. Para su sorpresa, le acusaron de complicidad con los sediciosos, fue encarcelado en el castillo de Montjuich y reenviado a las autoridades militares de Filipinas.
15.- EL ARZOBISPO BERNARDINO NOZALEDA
José Rizal fue sometido a un Consejo de Guerra que le condenó a la pena de muerte y se ordenó al pelotón de ejecución que le fusilaran de espaldas como a un desertor en plena vía pública, en el paseo la Luneta de Manila, donde hoy hay una estatua conmemorativa. Mucha influencia tuvo en ello el dominico Bernardino Nozaleda, promovido a arzobispo de Manila en 1891, a quien los historiadores acusan de traidor a España favoreciendo la rendición de Manila, así como de haber aconsejado la muerte de Rizal y de varios independentistas por reprocharle su comportamiento despótico en la colonia.
Las críticas contra él fueron muy duras en la península, entre otros, del escritor Ramiro de Maeztu. Tras la ocupación norteamericana, el arzobispo quiso continuar en su cargo en Filipinas para no volver a España por temor a las represalias. Pero no fue admitido por la Curia. En 1900 partió hacia Roma donde permaneció dos años, hasta que regresó a España. El gobierno quiso proponerle al Vaticano como arzobispo de Valencia, pero provocó un gran escándalo ante la opinión pública. Nozaleda renunció a dicho cargo y no quiso ostentar ninguno más en su vida. Finalmente, se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila buscando el auto aislamiento.
José Rizal había sido injustamente tomado como chivo expiatorio por el ejército para dar un escarmiento general. Pero cometieron un grave error. Habían matado a un patriota al que convirtieron en mártir de la nación filipina. Quien decretó la ejecución de aquella triste sentencia de muerte fue el general Camilo García de Polavieja, a cuyas órdenes estaba el segundo teniente José Millán Astray, que aquel año de 1896 regresó de Filipinas con la Cruz de la Orden militar de María Cristina por méritos de guerra.
16.- EL EPÍLOGO DE MIGUEL DE UNAMUNO A LA BIOGRAFÍA DE JOSÉ RIZAL
En 1931, en medio de un encendido debate en el Congreso, Unamuno ya soliviantaba a algunos militaristas: “Rizal, aquel hombre que en los tiempos de la Regencia de doña María Cristina de Habsburgo Lorena fue entregado a la milicia pretoriana y a la frailería mercenaria para que pagara la culpa de ser el padre de su Patria y de ser un español libre». (El eco de aquellas palabras de Unamuno llegó hasta nuestros días. El periodista Manu Leguineche se lamentaba de tamaño desafuero: “Ellos sufren porque les matamos a su caudillo, y nosotros nos torturamos porque un capitán general sin escrúpulos, recién llegado, mal aconsejado y equivocado de medio a medio, envió ante el pelotón de fusilamiento a un hombre bueno”).
En 1907, Unamuno había leído las obras de José Rizal, contemporáneo de Rabindranath Tagore, especialmente, las novelas Noli Me Tangere y El Filibusterismo. Admiraba su españolidad y le llamaba “el Cristo tagalo”. A petición de Emilio Retana, puso epílogo a su mencionado libro en el que decía: “Lo más terrible de la jurisdicción militar es que no sabe enjuiciar; es que la educación que reciben los militares es la más opuesta a la que necesita quien ha de tener oficio para juzgar… Es que, se me dirá, que en el proceso de Rizal anduvieron auditores de guerra, verdaderos letrados. El letrado que ingresa en la milicia, para formar parte del cuerpo jurídico militar, lo mismos que los demás auxiliares, se asimilan al espíritu general del Cuerpo. El uniforme, estrecho y rígido, puede en ello más que la amplia toga… Los letrados que intervinieron en el proceso de Rizal lo hicieron como militares y, como militares influidos por aquellos desdichados frailes y sus similares dominados por el miedo… Y todo aquello lo sancionó el general Polavieja, cuya mentalidad correspondía, según mis informes, por lo rudimentaria, a lo rudimentario de la inteligencia colectiva que bajo la presión del miedo dictó aquel fallo”. (El prólogo al libro estuvo a cargo del abogado liberal Javier Gómez de la Serna en términos similares).
17.- DOBLE AJUSTE DE CUENTAS
Después de aquel desdichado fusilamiento, España perdió Filipinas y Cuba. Dejó de ser una potencia mundial y cayó en un largo periodo de decadencia. La protesta dio lugar a la Generación del 98 con Unamuno a la cabeza, cuyos miembros trataron de regenerar la menoscabada sociedad española. Sus críticas siempre fueron dirigidas al Rey y a los diferentes gobiernos, pero nunca frontalmente contra el ejército.
Pero en aquel 12 de octubre, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, Unamuno se salió del guion. Lo que hizo fue plantar a José Rizal en la cara de Millán Astray, al héroe de Filipinas, recordándole aquella vergüenza de la historia colonial española, delante de la esposa de Franco, cuyo marido se hallaba a doscientos metros de allí en el Cuartel General. Unamuno pudo haber sido fusilado al día siguiente. Si no ocurrió fue porque las democracias occidentales estaban preguntando al dictador en ese momento qué había pasado con García Lorca en Granada.
La venganza de Franco no tardó. Le condenó a la muerte civil y, en consecuencia, a morir de muerte natural. Le hizo permanecer recluido en su casa de la calle Bordadores, pudiendo salir a la calle sólo si iba estrechamente vigilado. Tras ser depuesto de sus cargos de Rector de la Universidad y de concejal del Ayuntamiento de Salamanca, fueron ejecutados sus amigos más cercanos, como el protestante Atilano Coco, el día 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción, en la que no creía. O su querido discípulo el joven salmantino Salvador Vila Hernández, Rector de la Universidad de Granada, fusilado en el barranco de Víznar, en el mismo lugar que lo fue Lorca y el mismo día en que Unamuno había sido destituido como Rector.
18.- LA MUERTE DE MIGUEL DE UNAMUNO
El 21 de diciembre, diez días antes de su muerte, acompañado por el escritor gallego Eugenio Montes, Unamuno fue a ver a un marmolista, su amigo Ángel Seseña García, con taller en la calle de la Rúa, esquina a la de Jesús, que le enseñó la lápida a medio labrar de su esposa, doña Concha Lizárraga. El Rector sacó un pedazo de papel del bolsillo en el que había escrito una cuarteta del Salmo III de Poesía, su primer libro de poemas, y se la leyó para que la pusiera como epitafio en su propia sepultura.
No habían pasado tres meses del incidente del Paraninfo cuando Unamuno falleció. A su entierro no asistió Millán Astray, posiblemente apesadumbrado. Aquel día acudió a la cárcel y prometió a los presos que, en lo que él pudiera, evitaría los asesinatos. El historiador hispanista Ronal Fraser, especialista en memoria oral de la Guerra Civil, así lo recogió de manifestaciones de algunos de los recluidos.
La prensa extranjera mostró sus condolencias. La española fue más desafecta. En aquellos días numerosos escritores arremetían contra el Rector. El poeta Rafael Alberti, a quien siempre se identifica con la paloma de la paz por sus poemas (se equivocó la paloma, se equivocaba… cantaba Serrat) editaba la revista El Mono Azul, junto con su compañera Rosa León, en el Palacio Zalálburu de Madrid, la checa de los intelectuales. Tuvo 47 números y en ella destacaba una sección propia llamada “A paseo” en la que exponía una lista donde señalaba a los traidores a la República (En la zona republicana la palabra paseo tenía la misma connotación que saca en la sublevada).
En el primer número se refería a Unamuno como “esa especie de fantasma superviviente de un escritor, espectro jugado de un hombre, se alza, o dicen que se alza, al lado de la mentira, de la traición, del crimen”. En la misma página, el comunista peruano Armando Bazán escribía otro artículo con el título «Unamuno junto a la reacción». Y en dicha revista también colaboraba el periodista ruso Ilya Ehrenburg, corresponsal del diario Izvestia, que poco antes de la muerte del Rector le dedicó una carta que comenzaba: “A Don Miguel de Unamuno, profesor de la Universidad de Salamanca, ex revolucionario y ex poeta, colaborador del general Mola”, cuyo encabezamiento hablaba por sí solo.
Sus amigos autoexiliados de la República se lamentaron largamente. El salmantino Federico de Onís escribió en Estados Unidos: “Murió porque tuvo que vivir tres meses callado”. Y Ortega y Gasset desde Paris apuntó: “Hizo bien en morirse. Se puso a la cabeza de los 200.00 españoles que sufrieron el mismo destierro”. La manipulación que de la persona de Unamuno se hizo por los dos bandos en liza fue escarnecedora y abominable. Para más inri, en la posguerra uno de los campos de concentración de Madrid fue instalado en la calle Alicante, número 5, con el nombre de ‘Miguel de Unamuno’. Hoy es un colegio de enseñanza primaria donde los niños juegan y ríen ajenos a tan triste pasado.
General José Sanjurjo
Wenceslao Fernández Flórez
Antonio de Oliveira Salazar
Busaco, Portugal. Wenceslao Fernández Flórez, Madeleine Cabout, Miguel de Unamuno, Gabriela Mistral y Curtine. Fotografía realizada por Doris Atkinson, sobrina de Doris Dana, compañera y albacea de Gabriela Mistral (gredos.usal.es)
General Francisco Franco
General José Millán Astray (hoy.es)
Franco y Millán Astray juntos
El hispano filipino José Rizal Mercado
Arzobispo Bernardino Nozaleda
General Camilo García de Polavieja
Miguel de Unamuno saliendo del acto de la Universidad de Salamanca (gredos.usal.es)
Miguel de Unamuno siendo conducido a su domicilio tras el acto de la Universidad de Salamanca (gredos.usal.es)
Revista dirigida por el poeta Rafael Alberti