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sábado 27 abril 2024
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Las confidencias entre Gregorio Marañón y Miguel de Unamuno

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Las confidencias entre Gregorio Marañón y Miguel de Unamuno

 

 

GREGORIO MARAÑÓN HIZO NUMEROSAS CONFIDENCIAS A MIGUEL DE UNAMUNO QUE LUEGO ÉSTE PUBLICABA EN LA PRENSA COSTÁNDOLE VARIOS PROCESOS JUDICIALES

 

 

1.- Gregorio Marañón, confidente de Unamuno

2.- Gregorio Marañón, médico de la Casa Real

3.- Distanciamiento de Unamuno con Marañón

4.- García Lorca con Unamuno en el Cigarral de Toledo

 

 

1.- GREGORIO MARAÑÓN, CONFIDENTE DE UNAMUNO

Gregorio Marañón era irreprimible con Miguel de Unamuno a la hora de hacerle confidencias sobre determinadas cuestiones de que tenía conocimiento relativos a la Casa Real o a la política. Y Unamuno lo repetía como un pregonero en medio de una plaza pública. Numerosas revelaciones de Marañón aparecían en discursos y artículos de Unamuno sin ninguna cortapisa. Y ello le costó al Rector varios procesos judiciales por cacarear asuntos del rey Alfonso XIII y de su madre María Cristina de Habsburgo, a la que culpaba de todo.

En una carta que Marañón le remite a Unamuno en noviembre de 1921 le describe lo que había oído en una junta del Ateneo: “Se confesó, por cierto, que la vez que más, nuestros 140.00 hombres de África han luchado contra 6.000 rifeños. De estos 140.000, sólo podrán dormir bajo techo, en estos tiempos que se echan encima, unos 40.000. Imagínese usted lo que va a ser aquello. Los compañeros míos que me escriben de África me dicen el enorme número de enfermos que caen cada día y más conforme avanza la estación”. Y le añade que mientras los soldados caen por miles, “el Rey se baña agua de rosas, entusiasmado por el triunfo de sus soldados”.

Como consecuencia de aquellos comentarios, Miguel de Unamuno acude al Ateneo tres meses después y pronuncia una apasionada conferencia que excede con mucho los límites de donde acaba la prudencia, profiriendo injurias contra el Rey y su familia. Exige responsabilidades al monarca por la suspensión de las garantías constitucionales, a pesar de que según la propia Constitución carecía de responsabilidad. Y pide la firma de los intelectuales para dar a conocer a la prensa extranjera “la situación de tiranía y despotismo en que nos hallamos”.

Ese carácter furibundo de sus discursos le convirtió en un ídolo para los ateneístas más jóvenes. Éstos llegaron a pedir “la expulsión del socio número 7.777, que casualmente corresponde a don Alfonso de Borbón cuya profesión es la de Rey de España”. Entonces el presidente del Ateneo era el Conde de Romanones, que fue el primer sorprendido de que en la Docta Casa el Rector adoptara aquellos tonos tan virulentos y tuviera una información tan precisa de asuntos de la Corona.

 

2.- GREGORIO MARAÑÓN, MÉDICO DE LA CASA REAL

Gregorio Marañón era médico de la Casa Real. Tenía información de primera mano de muchos de los escándalos que luego trascendían a los ciudadanos, contándoselo  todo a su amigo Unamuno. Atendía a la infanta Eulalia de Borbón y Borbón, tía del Rey, y de ella le decía: “Es una fémina inquieta y andariega. No se muerde la lengua. Realmente. Hay que llegar a estos penúltimos escalones del trono para oír cosas terribles. Ya le contaré”.

Marañón informa a Unamuno de que el Rey utiliza el juego como medio para desvalijar a quienes en él participan: “La locura del juego ha adquirido un grado de paroxismo. Nada hay en España comparable a este vicio desenfrenado, contra el que no podrá nadie, porque el jefe de la nación es también el número uno de los puntos. Esta temporada, el Tiro de Pichón, el espectáculo es bochornoso. El Rey juega, aproximadamente, de 4 a 5.000 pesetas por tiro, esto es, por minuto. En la tarde de ayer ha ganado 60.000 pesetas, y a este tenor las demás tardes… No quiero decirle, porque son detalles que requieren la palabra hablada y aún el oído próximo, las artes que allí se ponen en juego, para el regio desplume. Este año quedarán algunas familias en estado mísero a consecuencia de todo esto. Y lo terrible es que no se prepara en un garito, sino a la vista de todo Madrid, bajo el sol de mayo”.

Más tarde, le comunica a Unamuno la reacción que tuvieron los cortesanos por la denuncia del Rector contra el abuso del juego: “que el presidente del Tiro, Marqués de Scala, le escribiera a usted diciéndole que hacían lo que les daba la gana y que no se metiese usted en lo que no le importaba. Pero decidieron dejarlo por consejo del mismo Rey. Yo les decía ¿pero es verdad o no? Sí lo es, decían ellos, pero lo hacemos porque queremos. Pues Unamuno, les respondí, también dice lo que quiere y todos contentos. El Rey me hizo dos o tres insinuaciones sobre los que se creen perfectos y censuran en los demás los defectos que tal vez ellos tendrían mayores todavía”.

 

3.- DISTANCIAMIENTO DE UNAMUNO CON MARAÑÓN

Con la llegada del general Primo de Rivera al poder, se produce un distanciamiento entre Unamuno y Marañón. Éste era partidario del nuevo gobierno militar porque la sociedad vivía en un caos. Le economía estaba bajo mínimos, como consecuencia de la I Guerra Mundial. Había aparecido el pistolerismo en el que el jefe del gobierno Eduardo Dato resultó asesinado. Primo de Rivera caía bien al pueblo por su carácter cercano y castizo.

Marañón confiesa a Ignacio Zuloaga que era partidario del nuevo régimen como una solución para restablecer el orden constitucional a corto plazo: “Yo no soy militarista, pero creo que solo ellos pueden barrer la canalla política. Tal vez su intervención conduzca a la formación de un grupo avanzado, honrado y firme”. Zuloaga también le confirma que también es partidario del General “si al menos realiza la cuarta parte de lo que promete. Pero, Unamuno no aceptaba a Primo de Rivera, al que llamaba “ganso real”.

La situación experimenta un giro sustancial cuando el General suspende las garantías constitucionales del ciudadanos y se comprueba que lo que sería una situación transitoria se va alargando innecesariamente. Unamuno y Marañón comienzan la oposición al régimen desde el Ateneo. El dictador destierra a Unamuno a la isla de Fuerteventura. Más tarde, huye a Francia, desde donde mantiene correspondencia con su amigo.

En 1925, fallece Ángel Ganivet. A la llegada de sus restos a Madrid, se produce una manifestación de intelectuales en la Ciudad Universitaria encabezada por Américo Castro y Jiménez de Asúa. Unamuno había enviado una carta a Marañón criticando el régimen para que la leyera. Pero el Rector de la Universidad madrileña lo impidió. Marañón reprodujo cinco mil copias de esa carta que se repartieron por todo Madrid, cumpliendo así con la voluntad de Unamuno.

 

4.- GARCÍA LORCA CON UNAMUNO EN EL CIGARRAL DE TOLEDO

Toledo era para Gregorio Marañón lo que Salamanca para Miguel de Unamuno. Sentía pasión por esta ciudad. Compró una casa de campo al otro lado del Tajo, desde donde el paisaje es más enigmático, y le puso el nombre de Los Dolores en consideración a su esposa Dolores Moya. Se trataba de un edificio mandado construir por Felipe II con una historia secular, que había conocido de joven acompañando a Benito Pérez Galdós a la Ciudad Imperial. Se le conocía como el Cigarral de Menores porque en el siglo XVII, el canónigo Jerónimo Miranda Vivero estableció allí un centro de formación de clérigos jóvenes.

Marañón quiso mantener el aire renacentista del edificio e hizo reformas de acuerdo con dibujos que había encontrado de Gustado Adolfo Bécquer. También recreó el ambiente intelectual de aquel lugar impregnado por las ilustres plumas que por allí habían pasado. Colocó una mascarilla mortuoria de Pérez Galdós, realizada por el ceramista Daniel Zuloaga, amigo común de ambos, y mantuvo el ciprés plantado por el cuñado de Galdós, José Hurtado de Mendoza. El idílico paraje se convirtió en su refugio particular para escribir sus ensayos y para tener encuentros y tertulias con políticos y escritores de las Generaciones del 98 y del 27

Por el Cigarral también pasó Miguel de Unamuno, a quien Marañón invitó a un descanso en 1930 a su vuelta del exilio en Francia. Una tarde coincidió allí con García Lorca y con la famosa tenista Lilí Álvarez, tres veces finalista en el campeonato de tenis de Wimbledon. Después de presentársela, Unamuno preguntó a Marañón: “¿Ésta es esa chica que juega a la pelota?”

Al ver el Rector que la concurrencia era numerosa, se dispuso a leerles su extenso poema El Cristo de Velázquez. Era una tarde calurosa de primavera y Lorca empezó a ponerse nervioso porque aquello no se acababa nunca. Llevó a Lilí a una habitación próxima y le dijo: “¡Que se muera Unamuno, no aguanto una palabra más!”. Y se tiró por el suelo del modo histriónico que él usaba.

Al poco rato, ya oscureciendo, volvieron a la sala y comprobaron que el Rector seguía con otros párrafos de su última novela San Manuel Bueno, mártir. Lorca observó que los oyentes estaban moralmente aplastados y no pudo más. Rompió aquella situación lanzando un grito y arrojándose vestido al pilón de la fuente. Al acudir los asistentes para saber qué pasaba, la lectura se dio por finalizada. Paradójicamente, en 1933, García Lorca leyó en el mismo lugar su obra dramática Bodas de Sangre, antes del estreno, y causó una gran impresión en el reducido auditorio de amigos de Marañón, que terminaron llorando.

No sería la última vez que Lorca viera a Unamuno. En 1932, con ocasión de una de sus giras teatrales, Lorca volvió a Salamanca en compañía del diplomático chileno Carlos Morla Lynch y de Rafael Martínez Nadal, posteriormente, albacea de la obra lorquiana. Nadal, que era amigo de José María Quiroga Pla, yerno de Unamuno, les propuso ir a ver al Rector a su casa de la calle Bordadores. Unamuno quiso mostrarles la belleza de ciudad, invitándoles a dar un paseo por la orilla del Tormes. Como era habitual en él, comenzó a monologar con ellos como si estuviera con sus alumnos por la carretera de Zamora. Nuevamente, Lorca trató impedírselo. Le interrumpía continuamente con preguntas que nada tenían que ver con lo que el Rector les estaba exponiendo. Pero Unamuno continuaba, irreductible.

(Foto portada. Gregorio Marañón en El Cigarral)

 

 

El Cigarral de Toledo

 

Gregorio Marañón en el Cigarral con un dibujo de Unamuno

 

Miguel de Unamuno

 

La tenista Lilí Álvarez

 

Federico García Lorca

 

 

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