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martes 30 abril 2024
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Según Indalecio Prieto, Miguel de Unamuno era chismoso

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Según Indalecio Prieto, Miguel de Unamuno era chismoso

 

 

INDALECIO PRIETO FUE BUEN AMIGO DE UNAMUNO. LE VISITÓ EN EL EXILIO Y PREPARÓ EL RECIBIMIENTO A SU REGRESO. SIEMPRE ESTUVIERON UNIDOS HASTA QUE APARECIÓ MANUEL AZAÑA, CON QUIEN UNAMUNO ERA INCOMPATIBLE

 

 

1.- El asunto José Jáuregui

2.- El reconocimiento paterno

3.- Matrimonio y muerte de José Jauregui

4.- El Albergue de Candelario

 

 

1.- EL ASUNTO JOSÉ JÁUREGUI

Indalecio Prieto se relacionó con Unamuno durante años y así le describía: «Se necesita haber tratado mucho a Unamuno para conocer su desmedida afición al chismorreo. Él mismo lo confesaba diciendo: ‘quien aspire a que no se divulgue algo escabroso, que no me lo cuente’. Durante una de sus vacaciones en Bilbao, el famoso Rector contó con pelos y señales la vida de su paisano José Jáuregui en Salamanca, historia o historita de la cual salía muy mal parada, por su ínfima condición, la madre de Pepe, aunque la maternidad, con bendiciones o sin ellas, santifica verdaderamente a las mujeres».

Pío Baroja también corroboraba esta particularidad de Unamuno, lo que denominaba “sus comentarios sarcásticos sobre cualquier persona”. Y añadía: “Con relación a la manera de tratar a la gente, yo no he sido partidario de colaborar, ni aun de permitir que delante de mí se trate sin motivo y de una manera agria y descortés a una persona conocida o amiga de buenas intenciones. No se lo aceptaría, no ya a Unamuno, ni a Cervantes ni a Shakespeare, si vivieran”.

José Jáuregui hoy da nombre a una céntrica calle de Salamanca. Sin embargo, el personaje permanece ignorado. Ese olvido ancestral es la consecuencia de la indiferencia a que la población suele someter a quien hace fortuna en la vida, es decir, la envidia.

Se llamaba José Agustín Jáuregui Pérez. Era hijo de Ildefonso Jáuregui Gandía, un acaudalado comerciante del hierro en Salamanca que se volvió a su Bilbao natal y de la salmantina Benita Pérez. El padre no quiso reconocer la paternidad de José Jáuregui y eso le trastocó su carácter. Siempre fue triste y taciturno. Estas circunstancias se conocían en Salamanca y más vagamente en Bilbao, hasta que un verano Unamuno lo contó todo sin dejar resquicio.

 

2.- EL RECONOCIMIENTO PATERNO

Primero, murió la madre; luego el padre. Pero antes, éste reconoció la paternidad de su hijo nombrándole heredero universal del gran patrimonio que poseía, un capital que fue aumentado, tanto en Salamanca como en Bilbao, ciudades en las que residía indistintamente. Era rentista de tierras y consejero en Bancos y otras sociedades anónimas. Sus convecinos observaban que poseía una fortuna caída del cielo y sentían inquina contra él. Indalecio Prieto pensaba que cuanto más rico era Jáuregui, más triste se sentía. Y de ello culpaba a las habladurías de Unamuno, que cada vez eran más utilizadas para zaherirle

En Bilbao formaba parte del círculo de personajes adinerados que se reunían en el Club Náutico del Teatro Arriaga, una entidad de carácter apolítico que permitió el ingreso como socio a numerosos industriales republicanos. En cierta ocasión, la junta directiva de la que formaba parte Jáuregui hizo socios honorarios a los altos mandos militares de la ciudad y les obsequiaron con un almuerzo. Muchos de los socios protestaron por esa decisión y decidieron no asistir, incluido el propio Jáuregui. Sin embargo, uno de su grupo asistió y, cuando los militares empezaron a proferir vítores al Rey, él contestó con un ¡Viva la República!

La junta directiva lo consideró una descortesía hacia los invitados y expulsó a ese socio. En solidaridad con el disidente, los compañeros de José Jáuregui se dieron de baja en el Club, culpándole a él por la decisión. Le mostraron su ira con lo que más le dolía, con los comentarios de Unamuno que corrieron como la pólvora. En cada esquina aparecían insultos a diario contra Jáuregui, que ya harto, pretendió comprar todas las acciones del Teatro Arriaga para cerrar el Club. Cuando los propietarios de las acciones se enteraron, se opusieron a la venta rotundamente y comenzaron una campaña de insultos aún mayor contra Jáuregui que tuvo que soportar estoicamente.

En Salamanca, trató de neutralizar esa aversión contra su persona convirtiéndose en un benefactor, socorriendo a entidades como la Asociación Salmantina contra la Mendicidad o el Colegio de la Merced, que recogía a niñas desamparadas. Pero, sin duda, su obra más relevante fue la construcción de un albergue para niños necesitados en el parque de Candelario, una obra que no vio finalizada por morir prematuramente en Bilbao a la edad de cuarenta y dos años.

 

3.- MATRIMONIO Y MUERTE DE JOSÉ JÁUREGUI

Una mañana en Bilbao, un grupo de amigos del que formaban parte José Jáuregui e Indalecio Prieto quedaron para subir a la cima del monte Pagasarri. A la cita faltó Jáuregui causándoles una gran extrañeza. Después de comer en un hontanar, a media tarde, bajaron a la ciudad donde les informaron de que Jáuregui tenía que ser operado de urgencia por una apendicitis. Corrieron al hospital cuando estaba siendo intervenido y esperaron. Al poco rato salió el conocido doctor Zarza con el apéndice ensangrentado que le acababa de extraer, para explicar a los asistentes que ya estaba muy dañado, exculpándose de la inminente muerte del paciente por peritonitis.

Cuando José Jáuregui recobró el conocimiento y le comunicaron que le quedaba poco tiempo de vida, quiso poner sus cosas en orden. Y al igual que hizo su padre, manifestó que tenía una hija natural que vivía con su madre en un pueblo de la costa y no quería abandonarla. En consecuencia, manifestó a sus amigos que quería legalizar su situación para que su hija no quedara estigmatizada como le sucedió a él.

El grupo de amigos llamó a un sacerdote para que le confesara y le administrara la extremaunción y la boda al mismo tiempo, y salieron a toda prisa en busca de la madre, que se llamaba Francisca Ulacia. Entretanto, Indalecio Prieto se quedó solo con el enfermo. A los pocos minutos llegó un sacerdote, llevándose la desagradable sorpresa de que era uno con quien ya había tenido un importante encontronazo. Durante varias horas, debieron permanecer en la habitación Indalecio Prieto, el cura y el moribundo sin articular palabra, cruzándose miradas como cuchillos.

Aquel suceso que enfrentaba a Indalecio Prieto con el clérigo, se relacionaba con la muerte de una hija pequeña a la que quiso dar un enterramiento civil. Pero se encontró con que, como no estaba bautizada ni el matrimonio había sido religioso, el cura se negó a darle sepultura en el cementerio. Indalecio Prieto fue a ver al Gobernador Civil, Luis López García, para encontrar una solución y le dijo: “Yo debería asestarle a ese cura dos garrotazos, pero he echado mis cuentas y me resulta mal negocio: yo iría a la cárcel y a él le darían otra parroquia más lucrativa o le ascenderían a canónigo, amén de rendirle fervorosos homenajes, como nuevo mártir de la fe, aunque su martirio se limitara a ostentar algún esparadrapo”. Afortunadamente, la medida de Prieto no fue necesaria porque el Gobernador llamó al Arcipreste, que conminó a aquel párroco a que revocara su orden.

Mientras tanto, José Jáuregui, se mostraba intranquilo en su agonía por la tardanza de la que iba a ser su esposa. Cuando llegó, el sacerdote se puso sus ornamentos y Prieto salió de la habitación. Luego apareció un notario, que también había sido avisado para el otorgamiento del testamento. Jáuregui aún pudo vivir unas horas con su esposa. Indalecio Prieto describía aquel extravagante momento: “La recién casada sintiéndose viuda, pretendía deshacerse en lágrimas sin conseguirlo”.

Al morir, se presentó una pareja de aldeanos, diciendo que eran los parientes más cercanos de José Jáuregui, mostrando toda clase de certificados para demostrarlo. Tras explicarles que aquellos documentos ya no servían para nada porque su pariente se había casado in artículo mortis, el hombre dijo: “¡Para que ese matrimonio sirva y sea de verdad, bien vivos han de estar los dos, como ésta y yo cuando nos casamos! Lo demás, pamplinas”. Tras meditar un rato sobre la inesperada situación, añadió: “Pero, aunque valga la boda, no será todo para la del mortis, porque Pepe habrá dejado mucho”.

Indalecio Prieto le contestó que después de la boda hizo testamento, dejando un tercio a la esposa y el resto a su hija natural. El aldeano le interpeló: “¿Llama hija natural a ese pecado, porque pecado grande es? ¿Pero, va a ser todo para ellas?”. Viendo que no había nada que hacer, le dijo a su esposa: “Vámonos Eustasia, y tira esos papeles, pues con el mortis son papeles mojados”. Y se marcharon calle abajo sin rezar una oración ni querer ver al muerto. El fallecimiento de José Jaúregui tuvo lugar el cinco de setiembre de 1919.

 

4.- EL ALBERGUE DE CANDELARIO

El año anterior, José Jáuregui había comenzado la obra más deseada por él como benefactor. Se trataba del albergue o colonia de verano para niños que el arquitecto Joaquín Secall había proyectado en el Cerrito de las Eras de Candelario. El terreno fue aportado por su Ayuntamiento y el de Salamanca pasó posteriormente a ser propietario del edificio tras la donación que Jáuregui le hizo, tras correr con todos los gastos de la construcción. La administración del edificio estaba a cargo del doctor Filiberto Villalobos. Si bien la obra finalizó en 1921, la cesión formal al Ayuntamiento de la capital no tuvo lugar hasta 1924.

La obra fue inaugurada con la presencia de la viuda e hija de Jáuregui, Francisca Ulacia Aspiazu y Carmen Jáuregui Ulacia, para las que se pidió respectivamente la declaración de Hija Adoptiva de Salamanca y la concesión de la Cruz de Alfonso XII. Por su parte, Filiberto Villalobos adquirió el mobiliario en Béjar y encargó la plantación de 600 árboles para ser plantados en el parque que circunda el edificio, procedentes de los Viveros Casa Martín de Madrid. Además, abrió una piscina para los niños.

Por otro lado, en un parterre se construyó una fuente coronada por un busto de José Jáuregui esculpido por el almeriense Juan Cristóbal González Quesada, el mismo que realizó la estatua de Gabriel y Galán en la plaza del mismo nombre de Salamanca, así como el busto del comunero Francisco Maldonado de la Plaza de los Bandos de dicha ciudad.

En julio de 1923, el diputado Indalecio Prieto visitó Candelario para conocer la obra de su amigo José Jáuregui, acompañado por Filiberto Villalobos y el escultor Juan Cristóbal. Almorzaron en El Castañar de Béjar, junto al santuario de la Virgen, aunque Prieto se abstuvo de entrar a verla. Luego, visitaron las localidades de Puerto de Béjar y El Cerro.

En Salamanca, hoy no se recuerda a José Jáuregui, como no sea por motivos inmobiliarios, por la calle que lleva su nombre. También existe una imperceptible placa en el Plaza de Colón. En cuanto al busto del filántropo en Candelario, su estado es de total abandono. Las estatuas son muy elocuentes y dicen muchas cosas de antes y de ahora.

Foto. Miguel de Unamuno e Indalecio Prieto. 1 de Mayo de 1931. Madrid)

 

 

José Jaúregui

 

Indalecio Prieto

 

Miguel de Unamuno

 

Estatua de José Jáuregui. Parque de Candelario

 

Calle de Salamanca

 

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