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martes 30 abril 2024
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José Sánchez Rojas, el discípulo pródigo de Miguel de Unamuno

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José Sánchez Rojas, el discípulo pródigo de Miguel de Unamuno

 

JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS FUE DISCÍPULO DE MIGUEL DE UNAMUNO. TUVO UNA CARRERA BRILLANTE, HASTA QUE FRECUENTÓ LOS AMBIENTES BOHEMIOS DE MADRID

 

 

1.- Primeros años de José Sánchez Rojas

2.- De Salamanca a Madrid y Bolonia

3.- Sánchez Rojas en Salamanca con Miguel de Unamuno

4.- Desavenencias de Sánchez Rojas con Unamuno

5.- La antibiografía de Rafael Cansinos Assens

6.- Según el periodista César González Ruano

 

 

1.- PRIMEROS AÑOS DE JOSÉ SANCHEZ ROJAS

Los someros apuntes autobiográficos del escritor José Sánchez Rojas, aparecidos en la prensa de 1924, constituyen el germen de lo que pudo haber sido “El Lazarillo de Alba de Tormes”, contados con la frescura diáfana y el realismo que caracterizaban su pluma. Así narraba su nacimiento en el número 2 de la calle Sánchez Llevot de la villa albense, junto a la Plaza Mayor:

“Apenas si yo me llamo Pepe. Nací… iba a decir el año en que nací, pero los escritores, como las mujeres, no tenemos edad, o como decía Cánovas, tenemos la edad que ejercemos. Nací, digo, en una familia castellana, en un pueblo histórico de la provincia de Salamanca, expulsado con dos meses y medio de anticipación del vientre de mi madre. No soy siquiera sietemesino, y dicen los que me vieron que era del tamaño de un conejito, feo, sin las uñas formadas y apenas con cuero cabelludo: un verdadero monstruo. Me dieron agua de socorro y, la vida de mi madre y la mía, pendientes estuvieron de un hilo, hasta dos meses y medio después, en que empezó mi verdadera formación fisiológica.

Pero luego, fui rollizo y muy mamón (mamé cerca de dos años y medio, según las crónicas), y de una voracidad insaciable. No fui nunca niño precoz, como os cuentan otros colegas que lo fueron ellos, sino muy lento y bastante tímido. A mi madre la llamé siempre ‘Tata’; a la rolla Lorenza, ‘Ina’; a la leche, ‘michi’, y al chocolate, ‘tate’ o ‘tete’, según el humor que tenía al abrir la boca.

Me llevaron a la escuela, creo que a los cuatro años. Allí tampoco se guarda recuerdo de que asombrara a nadie. Pero quise al maestro, ¡pobre don Nicolás Caballero Blázquez!, con todas las veras de mi corazón de niño. Don Nicolás me regalaba continuamente libros, estampas, caramelos. Mi primer examen lúcido me valió un dominó de pastillas de chocolate que me regaló mi padre.

Aquel año presidió los exámenes el alcalde de Alba de Tormes, don Pedro Canto, que me quería mucho, y me preguntó lo del templo de Sansón con lo de la cabellera de Dalila, los ríos de España y la Salve. Yo no quise pedirle permiso para ciertos menesteres urgentes y de menos categoría que me apretaban en verdad, por miedo a que creyera una deserción lo que era simplemente urgente menester, y mantuve la línea de fuego, o de agua, en el campo de batalla. Fui soberbio y meón al mismo tiempo. De aquella escuela me llevaron a la de otro pedagogo que me tiraba de las orejas y que rompía las varas de fresno sobre mis costillas de niño de siete años, hasta que mi padre se cuadró, poniendo coto a las demasías de aquel ilustre majadero, bien avenido con los retoños de los ricachones, a los que adulaba”.

 

2.- DE SALAMANCA A MADRID Y BOLONIA

A los diez años, Sánchez Ruano fue llevado al seminario diocesano de Ciudad Rodrigo, al colegio de San Cayetano, donde permaneció cinco cursando bachillerato, una etapa de la que guarda un grato recuerdo, porque le proporcionó una formación con suficiente base para continuar los estudios superiores en la Universidad de Salamanca. Y prosigue:

“Unamuno y Dorado Montero me enseñaron a pensar y a sentir. ¡Aquella cátedra de Derecho Penal, herrumbrosa, discreta, aquel hombre, nada menos y nada más que un hombre, que andaba a cintazos con las ideas para acallar el dolor lacerante de su corazón!, ¡Don Miguel, los paseos de don Miguel, aquellos monólogos suyos preñados de pasión y de ideas, nobles, luminosas y claras! Salamanca es mi patria espiritual, ya que no fuera materialmente la de mi nacimiento, y en la ausencia reconstruyo sus facciones con el mismo diligente cuidado con que recuerda un ausente los ojos, y la boca, y los brazos la mujer amada”.

Y, como en todas partes, nadie es profeta en su tierra, incluido Alba de Tormes, así dice: “Conocí Madrid a la edad del pero, a los veintiún años, hice bastantes sandeces, tiré mis afectos de mozo por la ventana y marché a Italia. En Italia (Bolonia, Florencia, Milán, Roma), consumí los no despreciables ingresos de mi padre, casi por completo. Estuve después en Suiza. Luego en París. Después recorrí España, casi por entero.

Muerto mi padre, comenzó una vida muy dura para mí, que he concluido hace pocos meses. Literalmente, la cazurrería, la memez, la indignidad de los desocupados, de los envidiosos y de los melancólicos, me echaron del pueblo en que nací. Cometí varios delitos; no robé. Durante un año que ejercí la abogacía, no reconocí ninguna superioridad en los botarates que viven de la renta, de la usura o de la ganzúa. Pero, ¡bah!, aquello pasó, y paisanos tengo, no llegan a cuatro, a los que me unen los afectos más hondos, duraderos y leales. Y he vivido, mis queridos amigos míos, he vivido…

Gracias a mi tenacidad, se celebró en 1914 el centenario de la beatificación de Santa Teresa en Alba de tornes. La política (¡a cualquier cosa llamamos política!) de este pueblo, giraba en torno a mí hace unos años. He podido ser diputado y subsecretario, ¿a qué no me desmienten ni Santiago Alba ni Francisco Cambó?, y no me ha dado la gana. Mi pluma no me ha servido jamás de grosería. No tengo más que relaciones públicas y confesables con los cajeros de los muchos diarios y revistas en que ahora asiduamente colaboro, y que me dan desde hace unos meses para vivir con decoro”.

Las invectivas contra su pueblo natal fueron constantes. Su crítica se volvió ácida cuando quiso estudiar los documentos históricos de su pueblo y comprobó que apenas existían: “Un alcalde confitero se apoderó del archivo municipal y de los pergaminos viejos hizo cucuruchos para envolver y repartir confites”, se lamentaba.

Una faceta poco conocida de Sánchez Rojas es que, de manera intermitente, actuaba como Registrador de la Propiedad. Después de su vuelta del viaje a Italia, se matriculaba cada año en las oposiciones de Notarías y Registros. Nunca las aprobó, porque siempre había alguien con mejor preparación que la suya, pero, mientras tanto, le servía para cubrir sustituciones allí donde hubiera una baja eventual. De este modo, estuvo en el registro de Ciudad Rodrigo en 1910, en el de Cangas de Onís (Asturias) en 1911, o en el de Burgos en 1913. En esta ciudad castellana es donde permaneció más tiempo, tres meses. En 1914, tras la muerte de su padre se hizo cargo del bufete de Alba de Tormes, con no mucho trabajo. En 1930, será la última vez que pase por un registro, el de Cercedilla (Madrid).

 

3.- SÁNCHEZ ROJAS EN SALAMANCA CON UNAMUNO

El destino hizo que la amistad entre Unamuno y José Sánchez Rojas surgiera en el año 1900, el mismo en que Unamuno era nombrado Rector de la Universidad de Salamanca y Rojas daba inicio a sus estudios de la licenciatura de Derecho. Y ese destino hizo que ambos republicanos murieran el mismo día, un 31 de diciembre. Rojas, en 1931, cuando la República había nacido; Unamuno, en 1936, cuando abocaba a su fin.

Mientras que el penalista Dorado Montero era un catedrático que imponía en el aula, Unamuno convertía a sus alumnos, primero, en discípulos y, luego, en amigos. Sólo bastaba con que le escucharan. A Sánchez Rojas le resultó fácil conseguir su amistad. Por las tardes, el Rector paseaba acompañado por varios intelectuales por la carretera de Zamora, cuando no por la de Aldealengua, siguiendo el curso del río Tormes. El objeto siempre era el mismo: atender a sus últimas conclusiones filosóficas o políticas. Eran reflexiones en voz alta, prácticamente monólogos. Esa elocuencia de Unamuno resultaba muy expresiva en los exámenes orales, que se convertía en meras conversaciones entre profesor y alumno, olvidándose del trance en que se hallaban. Ambas partes lo agradecían.

Unamuno tenía predilección por tres de sus discípulos: Fernando Íscar Peyra, Federico de Onís y Sánchez Rojas porque tenían cualidades para la escritura creativa. Los tres renunciaron al mundo de la literatura por la enseñanza o la política. Pero, el caso que le resultó más doloroso fue el de Sánchez Rojas. Cayó atrapado en la red de la bohemia en Madrid. Recorrió cafés y cenáculos, y escribió artículos para la prensa que sólo le permitían malvivir. Unamuno le aconsejó que, habiéndose decantado por el mundo del derecho, primero, aprobara una oposición y, luego, escribiera con fundamento, creando su propia obra en el mundo editorial. Pero Unamuno no consiguió convencerle y se lamentaba: “Pepe se ha quedado en periodista”.

Sánchez Rojas tuvo buenos comienzos. Tradujo al castellano El Príncipe de Maquiavelo y La Estética de Benedetto Croce, siendo editado con un prólogo de Unamuno, a quien puso en contacto con el filósofo italiano, con quien mantuvo una amistad de colegas. También le relacionó con Gilberto Beccari, que se convertiría en el traductor del Rector en Italia.

 

4.- DESAVENENCIAS DE SÁNCHEZ ROJAS CON MIGUEL DE UNAMUNO

Unamuno intentó que Sánchez Rojas se relacionara en Madrid con las mejores plumas. Le entregó una carta de recomendación para Luis Araquistaín, director de la revista España, que publicaba artículos de Antonio Machado, Gerardo Diego, Valle Inclán y del propio Rector. A partir de entonces, sus escritos aparecieron en los periódicos de mayor difusión y se hizo socio del Ateneo de Madrid, donde coincidió con Unamuno en numerosas ocasiones.

Pero, las relaciones humanas sufrieron altibajos. El punto álgido con Unamuno se produjo de 1922. El Rector siempre había pregonado su antimonarquismo. Sin embargo, inopinadamente, acudió al palacio real a entrevistarse con el monarca, Alfonso XIII, en compañía del Conde de Romanones. La ciudadanía no entendió este cambio de actitud y numerosos medios de comunicación acusaron a Unamuno de buscar alguna prebenda.

Éste se vio obligado a dar explicaciones en el salón de actos del Ateneo de Madrid ante un numeroso público expectante, entre los que se encontraba Sánchez Rojas, que le dedicó una encendida reprobación en el diario La Publicidad de Barcelona, en sendos artículos titulados Unamuno en Palacio y Unamuno en el Ateneo, con frases como: “Ha ido a Palacio a realizar una pirueta más de saltimbanqui, un gesto más de histriónico” y “El espectáculo daba pena. Unamuno hablaba y no convencía a nadie”.

Tras calificarle de “ex ilustre ex pensador”, el albense decía del Rector: “Nos ha traicionado a todos… Yo conozco su genio. Es muy capaz de volver; pero ya no solo, sino con la familia. Echó el ojo a una habitación; calculó el número de camas que se podrían armar en todo el edificio. En fin, se aseguró de si vale la pena que le elijan el día de mañana presidente de la República… Por cierto, que hallándose en el Salón del Trono o en otro no tan tronado de cuyo nombre no me acuerdo, pensaba tristemente don Miguel, viendo la altura del techo y la anchura de sus ventanales: ¡Qué suerte tiene su majestad! ¡Qué a gusto hubiera escrito yo aquí la Vida de Don Quijote y Sancho, y no en esos cuartuchos en que habita uno… Lo que quiere es cambiar de domicilio y veranear en Aranjuez. Y para conseguirlo se apresta a ser más republicano que nunca. Créanlo ustedes; todo lo demás son calumnias”.

Fue un corto intervalo en su amistad con Unamuno. A los pocos meses, el Rector arreció sus ofensas contra la familia real, hasta que el general Primo de Rivera le destituye del rectorado y le destierra a la isla de Fuerteventura. Sánchez Rojas olvida sus desavenencias y encabeza la protesta popular que recorre todo el país y alcanza relevancia internacional. Da una sonada conferencia en Éibar en contra del Gobierno y a favor de Unamuno, que ya se hallaba autoexiliado en Francia, lo que le costó ser deportado a Huesca.

En 1930, tras la caída del dictador, Unamuno vuelve a su rectorado de Salamanca y Sánchez Rojas a los artículos de prensa por encargo, cuando los había. Unas veces, escribiendo sobre Santa Teresa; otras, sobre la República. Intentó entrar en política, llegando a formar parte de una candidatura en las elecciones generales por el distrito de Peñaranda de Bracamonte. Pero, sus esfuerzos no se vieron compensados, a pesar de sus numerosos mítines combatiendo el caciquismo endémico. Y, de nuevo, por los cafés de Madrid intentando publicar alguna crónica parlamentaria, en tanto que Unamuno, decepcionado y apenado, contemplaba cómo desaparecía el gran escritor por quien tanto había apostado.

 

5.- LA ANTIBIOGRAFÍA DE RAFAEL CANSINOS ASSENS

La Prosopografía era la reina de las figuras literarias en los cafés del Madrid de finales del siglo XIX y principios del XX. Los escritores la utilizaban contra todo bicho viviente que se movía a su alrededor para describirlo detalladamente de la forma más vejatoria. Sánchez Rojas era uno de los personajes preferidos en las tertulias madrileñas para ser objeto de sus dardos envenenados.

El escritor albense poco a poco se fue degradando por los garitos de la bohemia madrileña, degenerándose, perdiendo la autoestima y la consideración de sus compañeros de letras. Rafael Cansinos Assens le ponía como ejemplo de lo más bajo que puede caerse. Hablando de otro bohemio, Armando Buscarini, comparaba: “Es sucio y pestilente, tanto como Sánchez Rojas. Y como el cantor de la dorada Salamanca, es sospechoso de albergar piojos bajo su camisa denegrida”.

La primera impresión que a Cansinos le da al verle por el Café Universal es demoledora: “Me chocaron su facha desastrada y sucia, de aire inconfundible de hampón literario, melenudo, cara negra de barba, libros y papeles bajo el brazo, y una mirada recelosa y escrutadora, penetrante, como si hiciese radiografía de los bolsillos” … “Desde que se le conoce en Madrid fue siempre un hampón, sablista, practicante de todas las prácticas de la picaresca. Pero siempre, eso sí, honrado y granjeándose por su talento y su labia pintoresca, la protección de políticos como Melquiades Álvarez, Marcelino Domingo e Indalecio Prieto”. De ellos sacaba fajos de cuartillas de la secretaría del Congreso, de un papel satinado magnífico,  y también bolsitas de caramelos de los que el presidente repartía entre los diputados.

Trabajaba sin cesar en artículos de periódicos, publicaba libros y hacía traducciones. Sin embargó, la bohemia fue para él un problema psicológico. Siempre iba sucio y maloliente, y en muchos sitios le negaban la entrada. En los periódicos, tenía que dejar su artículo al portero para que no pasara. Destacaba por su condición de cleptómano: “No solo tiene fama de inficionar con su pestilencia los lugares, sino también de llevase cuanto encuentra a la mano: cuartillas, libros, tijeras, cucharillas de café… igual que ese cleptómano de González Ruano. Todo ello con aire distraído, indolente, asombrándose él mismo cuando lo sorprenden in fraganti y le sacan esos menudos objetos del bolsillo y dice ¡qué distraído soy!”.

Cansinos Assens proseguía con la descripción del desaliño de Rojas: “La característica del cantor de Castilla es verdaderamente la distracción. Sánchez Rojas anda por el mundo con un aire de sonámbulo, arrastrando los pies, siempre mal calzados, y mirando hacia adelante con unos ojos grandes, desorbitados y fijos, pero claros, como de ciego de gota serena. Pero no hay miedo que nada se le escape. Ve a la legua al amigo sableable y enseguida lo detiene, y con aire distraído y mirando a otra parte, la dice: a apropósito, ¿no tendrías dos pesetas?

La gula es el único vicio de este hombre, insensible a la seducción de las mujeres. La gula y el sueño. Sánchez Rojas se diría que no ha comido nunca hasta hartarse, ni echado un sueño completo. Cuentan de él que, cuando alguna vez esos diputados cuneros que lo protegen lo han llevado a algún lupanar, se ha tendido en la cama y se ha quedado dormido de un golpe, sin hacer caso de las pupilas de la casa. Era un hombre que nunca tuvo novia, sino efímeros contactos lupanarios.

Esta falta de sueño se comprende, porque ¿dónde duerme Sánchez Rojas? No hay patrona que quiera tenerlo, no sólo porque no paga, sino también por su suciedad pestífera, insoportable… ¿Cuánto tiempo hará que no se lava? ¿Cuánto que no se muda de ropa? Sus trajes están tiesos, como almidonados de cochambre. Huelen a la lona requemada por el sol de las barracas de verbena… a sudor rancio, a orines de perro, a intemperie… y siempre manchados de polvo, de cenizas de cigarro y salpicaduras de vino y café. Se diría que siempre es el mismo traje, que creció y se desarrolló con él, y con él se hizo viejo. Sánchez Rojas da la impresión de venir de algún desmonte o alguna tumba donde tuviera su morada. Sánchez Rojas es un espectro que de pronto cualquier día se desvanecerá en el aire”.

Y continúa: “Está siempre famélico y sediento. Tiene una voracidad insaciable, morbosa de tuberculoso. Sueña con cosas de comer y poetiza los chorizos de Cantimpalos, los jamones Trévelez, y los cochifritos de Botín y El Segoviano. Sánchez Rojas habría sido un comensal digno de los banquetes de Trimalción y de las bodas de Camacho.

Cuando llega a la tertulia del Café, se desploma sobre el diván. Todos le hacen sitio rehuyendo la pestilencia. Pregunta si puede tomar café con media tostada. Vale la pena convidarlo para ver la gula con que lo devora. Los ojos se le entornan, se extasía y deja correr por la comisura de sus labios regueros de café y mantequilla.

Se entusiasma y habla de novias que no tiene, que le mandaban paquetes de ropa. Los tertulianos le preguntan ¿Y no te mandan jabón?”.

 

6.- SEGÚN EL PERIODISTA CÉSAR GONZÁLEZ RUANO

Para González Ruano, José Sánchez Rojas ganó con muchos méritos el título de “hombre más sucio de España”. Y narraba cómo hacía notar su presencia en el Ateneo de Madrid: “También iba por el Ateneo, hecho un mendigo, el escritor Sánchez Rojas, que escribía muy bien, y a quien le llamábamos ‘el chulo de Santa Teresa’ por el dinero que había sacado a la Santa haciendo artículos sobre ella. Era una especie de culebrón pisado. Era hombre pelirrojo, muy delgado y enfermo de todos los males existentes, con sífilis aparatosa, tuberculosis en último grado y un agujero repugnante en la punta de la nariz. Iba en tal estado que extrañaba que le dejaran entrar en el Ateneo ni en parte alguna. Le corrían las chinches por la camisa y tenía ulceradas las piernas.

Y resalta algún aspecto positivo del escritor: “Sánchez Rojas era un hombre culto, un tanto italianizado, y dueño de una prosa castellana de solera y rango. Trató mucho a Unamuno y a Dorado Montero. Conocía bien los clásicos y la literatura italiana, de la que hizo varias y buenas traducciones. Era gran lástima que hubiera caído de tal modo. Murió pobre y fallado, podrido literalmente en 1931. Quizá injustamente nadie lo ha recordado nunca”.

Sánchez Rojas llegó a Salamanca el día 30 de diciembre de 1931 para dar una conferencia al día siguiente en Ciudad Rodrigo, para informar sobre la actividad de los diputados agraristas en las Cortes. Aquella tarde acude a la calle Bordadores para ver a Miguel de Unamuno, con una fuerte e incesante tos, sin abrigo y en medio de una temperatura muy fría.

Después del breve encuentro, se alojó en el Hotel Términus, situado en la calle Toro, esquina a la Calleja. Por la mañana, su situación empeora y fallece a las once horas. Sus restos fueron trasladados a Alba de Tormes en una comitiva en la que participaban numeras personalidades, como el rector Miguel de Unamuno o el diputado Filiberto Villalobos. El féretro permaneció algún tiempo en el salón del Ayuntamiento albense para ser despedido por sus paisanos. Hoy sólo unos pocos le tienen en su memoria.

(Foto. Café Gijón. Madrid)

 

 

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