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martes 30 abril 2024
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El rey Alfonso XIII en Béjar y Las Hurdes

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El rey Alfonso XIII en Béjar y Las Hurdes

 

 

EL REY ALFONSO XIII VIAJÓ EN 1922 A LA COMARCA  DE LAS HURDES PARA DESAPARECER DE MADRID. EL INFORME PICASSO LE HACÍA DIRECTAMENTE RESPONSABLE DEL DESASTRE DE ANNUAL DONDE MURIERON MÁS DE 11.000 SOLDADOS MAL PERTRECHADOS.

 

 

1.- El motivo del primer viaje de Alfonso XIII a Las Hurdes

2.- El informe sanitario de Gregorio Marañón sobre Las Hurdes

3.- La decisión del Rey de emprender el viaje

4.- De Madrid a Béjar

5.- El cambio de los vehículos por caballos

6.- Un comienzo con numerosos incidentes

7.- Quejas de la prensa

8.- En Casar de Palomero

9.- El obispo Segura

10.- El desnudo del Rey

11.- El Rey entra en las alquerías

12.- La anécdota del café del ministro Vicente de Piniés

13.- Las Hurdes profundas

14.- Finalizando el recorrido hurdano

15.- En Las Batuecas

16.- En La Alberca

17.- De Béjar a Madrid

18.- Efectos del viaje del Rey a las Hurdes

19.- La fugaz visita del general Martínez Anido

20.- El segundo viaje de Alfonso XIII a las Hurdes

21.- El rápido regreso a Madrid

 

 

1.- EL MOTIVO DEL PRIMER VIAJE DE ALFONSO XIII A LAS HURDES

¿Cuál fue el motivo de que el Rey Alfonso XIII viajara en 1922 a Las Hurdes? Sencillamente, desaparecer de Madrid y ocultarse de la prensa. El General Juan Picasso González acababa de realizar un informe muy riguroso y concluyente sobre las causas del desastre militar de Annual, en el que murieron 11.000 soldados españoles y 500 resultaron gravemente heridos frente a 3.000 guerrilleros bereberes.

Las indagaciones conducían a responsabilidades penales del Rey. Un telegrama suyo fue encontrado ordenando al general Manuel Fernández Silvestre atacar a los rifeños con unas tropas recién reclutadas en la península. Eran soldados procedentes del servicio militar obligatorio, sin formación, famélicos y en mal estado de salud. Cuando los rifeños rebeldes pidieron un rescate de cuatro millones de pesetas por los prisioneros, lo primero que se le ocurrió al Rey fue exclamar: ¡Qué cara está la carne de gallina! El expediente destapó todas las corrupciones posibles: desvío de fondos que no llegaban para la manutención del personal, soldados mal pertrechados que vendían las balas al enemigo para poder comer…

El asunto era doblemente grave. El cabecilla de la revuelta bereber que infligió tamaña derrota al ejército era un funcionario español que, aparte de conocer sobradamente las debilidades de la metrópoli en Marruecos, estuvo asesorado por el capitán Robert Cecil Gordon-Canning, un espía británico. Se trataba de Mohamed Abd el-Krim, un rifeño que hablaba y escribía en castellano con absoluta perfección. Había cursado el bachillerato en Tetuán y Melilla. Luego, estudió Derecho en la Universidad de Salamanca.

Fue nombrado funcionario colonial sirviendo a la Administración española como traductor y escribiente de árabe en la Oficina Central de Tropas y Asuntos Indígenas en Melilla, donde también trabajó para el periódico El Telegrama del Rif, en el que escribía un artículo diario en árabe. Estuvo encarcelado un año por algo que siempre consideró injusto. Francia le había acusado de haber pasado información a Alemania durante la I Guerra Mundial. Él siempre lo negó y juró venganza. Levantó a las tribus rifeñas contra España y lo cumplió sobradamente. Creó la República del Rif, que duró cinco años. Y no sólo se declaró independiente de España y de Francia, sino que también rechazó la autoridad del sultán de Marruecos.

 

2.- EL INFORME SANITARIO DE GREGORIO MARAÑÓN SOBRE LAS HURDES

Aquella tragedia encendió un agrio debate en el Congreso de los Diputados, que pedían explicaciones al Rey. Para acallar el malestar, el monarca encargó un dictamen a la Comisión de la Inspección General de Sanidad sobre el estado sanitario de Las Hurdes para realizar una visita disuasoria.

Gregorio Marañón encabezó una comisión de Sanidad para confeccionar el estudio previo que avalara la expedición real, que partió de Madrid en la Semana Santa de aquel año en el tren nocturno de Lisboa. Le acompañaban Juan Alcalá Galiano, Conde de Romilla, diputado por el distrito cacereño de Hoyos; el antropólogo Luis Hoyos Sainz y el doctor José Goyanes Capdevilla, cirujano del Hospital General de Madrid. En la estación de Plasencia-Empalme les aguardaban el doctor Cabas y el farmacéutico Rosado Munilla, primo de José Ortega Munilla.

Durante largo tiempo esperaron al automóvil que tenían apalabrado para recogerles, pero no llegó. Tuvieron que caminar doce kilómetros hasta Plasencia. Desayunan en el Hotel Comercio de la calle Talavera, huevos fritos, café y churros. A pesar de la caminata, aún visitan la Catedral y el palacio del Marqués de Mirabel. Posteriormente, toman un vehículo que, por la carretera de Salamanca, les lleva hasta el cruce de Segura de Toro.

Allí les aguarda el alcalde de Zarza de Granadilla, Carlos Rodríguez, con varios caballos para ir a su pueblo, un trayecto de hora y media, donde se encontraron con Enrique Bardají López, inspector de Sanidad de Badajoz. Después de pasar por la casa donde nació el doctor de Eloy Bejarano Sánchez, que había sido académico de la Real Academia de Medicina y profesor de instituto en Béjar, el alcalde les ofreció una copiosa comida en su casa.

Por la tarde, de nuevo cabalgan otra hora y media hasta Granadilla y visitan su castillo y las murallas. (Esta localidad siempre se llamó Granada, hasta que en 1492 los Reyes Católicos conquistaron la Granada musulmana). Continúan por Mohedas, donde son recibidos con música por ir acompañados por el diputado de la zona. Hasta que, por fin, llegan de noche muy cansados al final de su primer trayecto, Casar de Palomero.

Había sido una jornada muy larga. Casar era el punto de donde partía cualquier expedición a las Hurdes, porque era el único lugar de la zona con luz eléctrica y donde podían avituallarse. El antropólogo francés Maurice Legendre, que ya había recorrido aquella comarca con Miguel de Unamuno, les instaló en una casa para dormir, sin que pudieran conseguirlo, porque los vecinos lo tomaron como una inesperada fiesta y los cohetes, la flauta y el tambor sonaba por todas partes.

Por la mañana temprano parte la comitiva, a la que se unen nuevos doctores, como Luis Ortega Morejón y los médicos de la zona, Sánchez Hoyos y Pizarro, que ejercieron de expertos guías. A partir de entonces, Gregorio Marañón oye cosas terribles, de las que va tomando nota. Así en Rubiaco, cuando la llamada gripe española, se creyó que era el fin del mundo y mataron a todas las cabras. Al comérselas, mejoraron todos, porque nunca comían carne. Y escribía en su cuaderno: “Se casaban antes de los 20 años. Sólo los bobos quedan solteros. Hay amancebamientos consentidos. Algunos viven con dos o tres mujeres en la cama, incluso hermanas. Un padre goza de la nuera para cederle un trozo de huerto…”

En Nuñomoral ven un entierro en el que mujeres y niños desarrapados iban detrás del muerto “aullando” hasta el cementerio, que era un prado tapiado sin ninguna cruz. En Ladrillar, el cura pensaba que algunos muertos, sobre todo los viejos, morían asesinados por los suyos para quitar una boca de comer. Sospechaba que las madres mataban a sus hijos para tomar el “pilus”, por el que amamantaban a niños abandonados recién nacidos que les enviaban desde el Hospicio de Ciudad Rodrigo y de la Casa de Expósitos de Salamanca, para así ganar unas treinta pesetas mensuales. En cuanto a los abortos, solían ser de nueve meses o poco menos.

A Marañón le interesaban los artículos que Unamuno escribió nueve años antes relacionados con su viaje acompañado por los hispanistas franceses Jacques Chevalier y Maurice Legendre. En su diario dejaba constancia de los lugares por donde pasaban, aspectos como la dieta de sus habitantes, y las enfermedades que les afligían: el paludismo el bocio, el cretinismo, sobre todo, el hambre.

Gregorio Marañón publica el 10 de junio un primer avance de su informe en La Medicina Ibera en su artículo El problema de las Hurdes es un problema sanitario. La situación era tan grave que de ello se tenía que hacer cargo la sanidad pública, no era cuestión de caridad: el paludismo, la tuberculosis, el hambre, ausencia de médicos y de farmacias a las que tenían que desplazarse a muchos kilómetros con los pies descalzos, les dejaba a merced de los curanderos.

Los hurdanos comían verduras, pero les faltaba el tocino y el aceite que diera sustancia al puchero. La leche y los huevos eran sólo para los enfermos. Estudian las enfermedades más comunes en la zona, el bocio y el cretinismo, problemas tiroideos que les llevan al enanismo, la imbecilidad, la sordomudez. Era imprescindible que hubiera médicos estables que desplazaran a los curanderos, al menos tres pagados por el Estado, dispensarios y distribución permanente de quinina.

El informe fue muy amplio, pero muy concisa la conclusión final: “Los hurdanos no eran seres diferentes, sino enfermos como consecuencia del hambre”. El documento fue entregado al Gobierno con la firma de Marañón, Goyanes y Bardají. Juan Alcalá-Galiano, Conde de Romilla, lo presentó como Memoria en el Congreso de los Diputados. Con carácter urgente se aprobó que hubiera tres médicos fijos, que serían los siguientes doctores: Vidal Jordana para la zona de Las Mestas, Oliveras para Caminomorisco y Pinofranqueado y Pizarro para Nuñomoral, Casares y las Hurdes Altas.

 

3.- LA DECISIÓN DEL REY DE EMPRENDER EL VIAJE

La expedición real fue gestada en un almuerzo aparentemente promovido por Petronila de Salamanca, Marquesa de Villavieja, en su casa de la calle Mendizábal 13 de Madrid, en el que el Rey quiso reunir a varios intelectuales para interesarse por los problemas más acuciantes en ese momento en el país. A su llamada acudieron Pío Baroja, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset, Álvaro Alcalá Galiano, Gustavo Pittaluga, Jesús Castillejo y Gregorio Marañón. Después de escucharles, el monarca tomó la decisión de construir la Ciudad Universitaria de Madrid y realizar el viaje a Las Hurdes, de acuerdo con el memorándum que había encargado.

De inmediato, Marañón envió una carta al doctor Pizarro en la que le decía: “Es necesario que hagan Vds. lo posible por contrarrestar la estupidez oficial, no vayan a vestir de gala a la Hurdes y a los hurdanos cuando vaya el Rey. Por el contrario, hay que dejarlo todo tal como está, en plena pobreza: para verlo así va el Rey. Piensen todos que no se va a satisfacer la vanidad de nadie, sino a remediar a un pueblo necesitado”.

Por su parte, la camarilla del Rey se mostraba muy molesta con la imagen que se iba a dar de España en el extranjero. Desaconsejaron al Rey que realizara aquel viaje por el daño internacional que pudiera causar. Marañón se enfrentó a ellos en un artículo que publicó el 6 de junio en El Liberal en el que decía que el Rey debía ver “por sí mismo el grado de abandono de unos miles de súbditos que hasta ahora no tuvieron con el Estado otro engranaje que el Recaudador de contribuciones”.

 

4.- DE MADRID A BÉJAR.

Los preparativos, la logística del itinerario fue encargada por el Rey a los diputados de los partidos de Hoyos y Sequeros, respectivamente, Conde de Romilla y Marqués de Selva Negra. Éste último era el salmantino Eloy Bullón, que en ese momento desempeñaba el cargo de gobernador civil de Madrid. Bullón se puso en contacto con el de Salamanca, Manuel González Longoria, así como con el obispo García Alcolea. Igualmente, con los responsables de obras públicas para verificar el estado de las carreteras.

El día 20 de junio, a los ocho de la mañana, Alfonso XIII salió del Palacio Real con destino a Las Hurdes por la Puerta Incógnita, situada en la parte trasera del Palacio, por la que el monarca solía salir reservadamente, incluso el día que partió hacia Cartagena para el exilio sin que lo supiera su esposa, la reina Victoria Eugenia. En esta ocasión, también ignoraba la partida del monarca. Le despidieron el general Joaquín Milans del Bosch, jefe del Cuarto Militar de la Casa del Rey, y los marqueses de Torrecilla y Viana.

Cinco vehículos atravesaron la Casa de Campo y abandonaron Madrid por la Puerta de Aravaca. En el primero de ellos iban efectivos de la Guardia Civil. El segundo, era conducido por el propio Rey, acompañado por el ministro de la Gobernación, Vicente de Piniés y el diputado Juan Alcalá Galiano. El tercero era el coche de respeto o repuesto a cargo del teniente coronel Obregón, ayudante del rey. En el cuarto iban Gregorio Marañón y Ricardo Varela, médicos de la Casa Real. Y el quinto era para la servidumbre, con equipos de cocina portátil, lámparas de petróleo y tiendas de campaña.

Junto a los miembros de la Guardia Civil, el séquito también estaba formado por el ingeniero de montes Pérez Arregui; José García de Mora, periodista de El Debate, propuesto por sus compañeros de Madrid; José Demaría Vázquez ‘Campúa’, fotógrafo de la Casa Real, que enviaba sus instantáneas a los semanarios Mundo Gráfico y La Esfera, y Armando Pou, que realizó el reportaje gráfico Las Hurdes, país de leyenda. (Poco tiempo después, Pou sería el realizador de la película muda La Bejarana, dirigida por Eusebio Fernández Ardavís, ambientada en las tradiciones de Béjar y sus alrededores, el desfile con la Virgen del Castañar a hombros, las hogueras de San Juan…)

El viaje había sido anunciado y la expectación en las localidades por donde el Rey iba a pasar era alta. Pero su intención era la de no parar en ninguna de ellas hasta la tarde. Así sucedió en Ávila, donde las autoridades y el numeroso público que le esperaban quedó decepcionado de su veloz paso. Lo mismo sucedió en Piedrahita, Puente del Congosto, Santibáñez de Béjar, Sorihuela y el Puerto de Vallejera. Pero no así en Béjar.

En la ciudad textil se habían colocado carteles que decían: “S. M. Alfonso XIII pasará por Béjar sin detenerse. Se prohíbe toda manifestación de simpatía o agasajo a tan augusta persona”. Pero fue inútil. La carretera estaba cortada. Cuando el monarca llegó con su vehículo Hispano-Suiza, un inmenso gentío le aclamaba junto al Arco del Monte y se vio obligado a detenerse. El Rey se mostraba receloso en unos años en que en España eran frecuentes los atentados anarquistas. Él mismo los había sufrido el día de su propia boda, en 1906, perpetrado por Mateo Morral Roca y, en 1913, por Rafael Sancho Alegre. Por este motivo, para mayor seguridad, invitó al alcalde, Clemente González, a subir al vehículo real.

El edil aprovechó para pedirle que enviara a Béjar un regimiento del ejército, un asunto de moda porque el Ayuntamiento de Salamanca estaba tratando de construir dos cuarteles. El Rey le prometió estudiar la posibilidad de enviar alguno de las tropas retiradas de Marruecos, pero de ello hablarían a su vuelta de Las Hurdes. Las casas que daban a la carretera estaban engalanas con mantones de Manila y colgaduras con los colores nacionales, como las del Peñarandés, Ramón Rodríguez o Jesús Castrillón. Las de los fabricantes lucían gallardetes y paños de colores. Quién sabe si al cabo de unos días el Rey se detendría con más calma.

 

5.- EL CAMBIO DE LOS VEHÍCULOS POR CABALLOS

En Baños de Montemayor nuevamente se ve obligado a parar por el público que se adocenaba en la carretera. Junto a un arco que las autoridades habían instalado con una dedicatoria, es saludado por el gobernador civil de Cáceres, Ricardo Terrades y Plá, mientras una señorita pone al Rey un clavel en el ojal. En Aldeanueva del Camino, también los vecinos habían levantado otro arco de triunfo con gallardetes y colgaduras y vitorearon al monarca. Sólo se detuvo diez minutos, lo suficiente para preguntar a los responsables de transmisiones que le acompañaban si ya se contaba con sistema de telegrafía, confirmándole que habían llevado uno portátil desde Béjar. En la ciudad de textil hubo alguna queja, porque aquel material se acababa de recibir para la estación ferroviaria. Como suponían los bejaranos, la posterior devolución se retrasó sin justificación y la Cámara de Comercio tuvo que reclamarlo.

A continuación, la comitiva continúa por la carretera de Plasencia y se detiene en Las Cañadas, a dos kilómetros de Aldeanueva del Camino, un paraje pintoresco cerca del río Ambroz, en el término de Hervás, a cuyo partido judicial pertenecían Las Hurdes. A su encuentro acudieron el alcalde, Pelayo Herrero, y el juez de instrucción, Ramón Redondo. El rey vestía de paisano, con pantalón a rayas, chaqueta gris, cubierto con un guardapolvo, además de la gorra de automovilista. Posteriormente, estuvo sentado en el suelo en mangas de camisa para almorzar bajo la sombra de los árboles, mientras las gentes llegadas de Hervás le vitoreaban.

Finalizada la comida, un mozo del lugar, Matías Torres, que resultó ser un cabo de Húsares de Pavía convaleciente de heridas de guerra, al que acompañaba su hermano Lucio, que también había servido tres años en Marruecos, se acercó a don Alfonso. Éste le dio un cigarrillo, al tiempo que le hizo varias preguntas. El soldado disfrutaba de permiso para reponerse de los impactos recibidos en África, y refirió las acciones en las que había tomado parte. Expresó su deseo al Rey de entrar en el cuerpo de Carabineros, a lo que el monarca respondió aconsejándole que siguiera en su regimiento hasta que ascendiera a sargento o suboficial.

La expedición realiza una parada en la dehesa La Granjuela para dejar los vehículos. A partir de entonces irán a caballo. Previamente, la Casa Real había solicitado cuatro de carga y cuatro de monta a los alcaldes de Segura de Toro y Casas del Monte, que contestaron pidiendo veinte pesetas diarias por caballería y persona. Entre el numeroso público procedente de Segura, el Rey fue cumplimentado por el Conde de la Romilla, el ingeniero jefe de Montes, Santiago Pérez Argemí, cuyo plan era la repoblación forestal de Las Hurdes y el diputado provincial Faustino Monforte, propietario de la finca “Vegas Bajeras” de Zarza de Granadilla. Entre los reporteros de varios periódicos que allí se habían concentrado había un gran malestar y expresaron su protesta. Se les había comunicado que no podrían cubrir el itinerario real.

 

6.- UN COMIENZO CON NUMEROS INCIDENTES

Ese punto, junto al cruce de Abadía, fue un reguero de incidentes causados por los caballos, bien porque no eran aptos para la monta o porque los supuestos caballistas carecían de pericia. Eso ocurrió con el famoso fotógrafo Luis Ramón Marín, que terminó en el cercano río Ambroz cuando se aproximó con el caballo para que bebiera y éste de improviso dobló las patas delanteras arrojándole al agua. Sin embargo, no tuvo más consecuencias que el inesperado chapuzón.

Más grave fue el percance sufrido por el periodista Gonzalo Latorre, de La Acción, que también se cayó del caballo mientras esperaba y sufrió una luxación en el codo derecho. El accidente se debió a que el equino que le habían proporcionado no era de monta y nunca había tenido riendas. Los doctores Marañón y Bardají asistieron al herido por encargo del Rey, quien puso a su disposición un automóvil para llevarle hasta Aldeanueva del Camino, donde le atendió el médico de Segura de Toro. Posteriormente fue trasladado al Hotel Payá de Baños de Montemayor, para ser examinado por los médicos del Balneario. Tras unos primeros auxilios, le administraron varias inyecciones para soportar el dolor y fue trasladado a la estación de ferrocarril del pueblo para tomar un tren que le llevaría a Madrid.

Hacia las dos de la tarde, el Rey emprendió la ruta ecuestre de Las Hurdes. Desde entonces, 300 parejas de la Guardia Civil irían tomando las veredas, con orden severa de impedir el tránsito por ellas a quien no tuviera una autorización especial. Atraviesan el pueblo de Abadía dejando a un lado la casa palacio de los Alba. Al llegar a Granadilla, la comitiva se detuvo en un ventorro para tomar un refresco. El pueblo entero aclamó al Rey, que preguntó al alcalde por la producción de aquellas tierras, que principalmente eran cerealistas. Quiso don Alfonso visitar el castillo y las murallas medievales. La bandera, que se hallaba izada sobre las almenas, fue saludada por el monarca y su séquito, al tiempo que la gaita y el tamboril interpretaban la Marcha Real. Por delante le quedaban 200 kilómetros durante cuatro días a pleno sol.

El Rey montaba un caballo llamado Abnegado, un ejemplar del teniente coronel de la Guardia Civil Rufo Martín Rivera, ya habituado a pisar la tierra hurdana. La Benemérita también facilitó caballos a los acompañantes que eran cuidados por once ordenanzas.

Aquella tarde ocurrió otro grave accidente con unos de los vehículos del grupo de Ingenieros por rotura de una de las ballestas, en el que iba el capitán Carrasco Cadenas, jefe de la estación de telegrafía, que volcó con cuatro soldados, dos instaladores y dos operadores del telégrafo. El capitán recibió una fuerte contusión en la cabeza que le mantuvo ocho horas sin conocimiento. Del suceso no hubo versión oficial y fue conocido con un gran oscurantismo.

El calor no cedía y en Mohedas el Rey tuvo que parar para tomar otro refresco. El alcalde le presentó a dos hijos del poeta Gabriel y Galán, prematuramente fallecido, al que había conocido en 1904 a través de sus poemas La Jurdana y A Su Majestad el Rey, con los que trató de sensibilizar al monarca acerca del problema de Las Hurdes. Se trataba de Jesús, a quien el Rey sufragó los estudios de bachillerato y Derecho en el Colegio del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, y de Juan, que ejerció como procurador de los tribunales en Plasencia y adquirió la Imprenta Gabriel y Galán, donde imprimió las obras de su padre.

Y los episodios imprevistos continuaban. El periodista García Mora, el fotógrafo Campúa y el doctor Marañón se sintieron indispuestos por el cansancio y la alta temperatura, teniendo que quedarse rezagados hasta reponerse.

 

7.- QUEJAS DE LA PRENSA

Eran las seis de la tarde cuando el monarca llegó a Casar de Palomero, después de haber hecho un recorrido de 35 kilómetros a caballo, en medio del calor sofocante y del aturdidor sonar de las chicharras del campo. Habían pasado por el puerto del Gamo, con un descenso peligroso entre viñedos, olivos y castaños, una zona productiva que daba paso a otra no tan afortunada.

La prensa madrileña publicó las noticias que se refieren a esta jornada. Pero de nuevo, los periodistas pidieron a Piniés que se les facilitara la labor informativa acompañando al Rey. El ministro reiteró la negativa. Sólo les permitió que se quedaran en Casar para que diariamente recibieran por telégrafo la información oficial y les propuso que entre ellos eligieran a los dos que la iban a recogerla. Se prestaron Antonio de la Villa y Alfonso Gómez Hidalgo. Éste último estaba siendo muy criticado porque, pocos días antes, había invitado a altos jefes militares a un banquete en el Hotel Palace de Madrid.

El resto de periodistas tenían que aguardar las noticias allí, aunque podían desplazarse por su cuenta, a cinco kilómetros de distancia de la expedición, hasta el pueblo de Casares, desde donde podrían unirse a la comitiva real para el tramo de Las Batuecas. Eso les suponía recorrer doscientos kilómetros a caballo por un monte sin caminos. Piniés determinó que la información se suministraría en primer lugar a Palacio; después, la oficial y, en tercer lugar, una somera reseña para la prensa. En vista de lo cual, varios periodistas se dieron la vuelta a Madrid, otros siguieron la comitiva regia a distancia a la distancia señalada.

Desde aquel momento, Alfonso XIII se hizo invisible. La intranquilidad en la Corte era manifiesta. El jefe del gobierno, Sánchez Guerra, estaba alarmado, porque desde que el Rey se adentró en Las Hurdes envió varios telegramas a las comandancias de la Guardia Civil de Cáceres y Salamanca sin obtener ninguna respuesta. Se había instalado un dispositivo especial de telégrafo en Salamanca con aparatos Hughes y Morse que, prácticamente se mantuvo inoperativo hasta que, finalizando el viaje, el monarca llegó a La Alberca. El alcalde de esta localidad pudo entonces contestar a la Reina, que le preguntó reiteradas veces si tenía alguna noticia, pues ella no obtuvo ninguna durante aquellos días. El Rey llevaba un artilugio portátil de telefonía sin hilos, que según dijo, no había funcionado en todo el recorrido.

 

8.- EN CASAR DE PALOMERO

Casar de Palomero era el centro de reunión de aquellos hurdanos que querían vender sus ganados y hortalizas. La plaza tenía las características de cualquiera de las castellanas: la fuente, el abrevadero para los animales, soportales de arcos irregulares y la casa consistorial con balconada y reloj de campana. Allí estaba el Casino y una posada que siempre tenía plena ocupación. Los vecinos eran confiados porque estaban acostumbrados a ver forasteros en ese parador. Aquel día había pastores trashumantes, menderas de Rivera Oveja que, a cambio de aceite, utilizaban sábanas viejas para confeccionar camisones, calzoncillos, moqueros y hasta un ajuar de novio en el mismo día, una caravana de sogueros de Astorga que vendían sus sogas y compraban ganado, y el cobrador de contribuciones con sus agentes de embargo.

Al bajarse del caballo, don Alfonso saludó al vecindario y fue recibido por el alcalde, Martiniano Martín, y el Juez, Rodrigo Soler, con quienes recorrió aquellas calles que conservaban la trama de su pasado judío y apenas permitían el paso de las autoridades entre los vecinos. Marañón presentó al Rey al Obispo de Coria, Pedro Segura, que le aguardaba con las autoridades, aunque, en realidad, fue un reencuentro, pues ya se habían conocido anteriormente en Tordesillas, siendo Segura prelado auxiliar de Valladolid. Rodeado por su séquito y la multitud, el Rey se dirigió a pie a la iglesia de la Cruz Bendita, construida sobre una antigua sinagoga, donde oró durante unos instantes en compañía del Obispo. Sin duda, en su interior se sintieron reconfortados por el frescor del templo.

Afuera, el calor seguía fustigando. Los médicos tuvieron que atender a Mora y a Campúa por sufrir una deshidratación. A continuación, el monarca se dirigió a la plaza de la Constitución, a la casa de Acacio Terrón, jefe del partido conservador, donde se alojaría. Hoy, se mantiene intacta la habitación donde durmió el Rey y en la puerta existe una placa conmemorativa. Desde el balcón saludó al vecindario. Fue el único día que durmió en una casa. El resto lo hizo en una tienda de campaña de las tres que llevaban.

A la cena fueron invitadas todas personalidades: el Obispo, el ministro de la Gobernación, el Duque de Miranda, el Conde de la Romilla, los doctores Marañón y Varela, el alcalde, el Oficial jefe de Ingenieros encargado de la radiotelegrafía, el teniente de la Guardia Civil, el teniente coronel Obregón… El salmantino Agustín Sánchez Vidal al respecto manifestaba que “Alfonso XIII viajó a la zona no exactamente para comer lo mismo que los hurdanos. En Casar de Palomero aún se recuerda el menú que le ofreció un anfitrión distinguido, consistente en sopa de jamón y langostinos, traídos para la ocasión desde Plasencia”.

Por la noche asistió a una actuación de bailes típicos y se retiró a dormir a las diez. Las dos posadas que había en el pueblo estaban repletas. Los periodistas y fotógrafos de la prensa madrileña tuvieron que dormir en la plaza sobre mantas. Hacia las dos de la madrugada los guardias les llamaron la atención y les pidieron que se fueran a otro sitio porque no paraban de hablar y el ruido no permitía al Rey conciliar el sueño. A las seis de mañana fueron despertados de nuevo porque el monarca se había levantado para asistir a misa oficiada por el Obispo. El único que durmió algo, fue el ministro Piniés, que, durante las dos horas de la misa y el desayuno aprovechó para quedarse en una mullida cama.

El Rey dijo a los periodistas que le acompañaban que tuvieran cuidado con los caballos, que eran “muy medianos” y añadió: “Todavía no hemos tropezado con los hurdanos, pero todo se andará”. A partir de entonces, empezarían a recorren senderos casi inexistentes para llegar a las alquerías, asentadas en valles profundos rodeados de riscos inaccesibles. Gran parte del camino tendrán que realizarlo a pie llevando los caballos por las riendas. El obispo Segura, que demostró ser un buen jinete, siempre iba por delante para recibir al Rey en cada una de las alquerías. A los ocho de la mañana partieron en dirección a Pinofranqueado.

 

9.- EL OBISPO SEGURA

Durante la cena de Casar de Palomero, el Rey tuvo sentado a su derecha al obispo Segura y aquella charla le causó una grata impresión. Ése fue el origen de que el monarca influyera decisivamente ante el Vaticano para convertirle en la cabeza de la Iglesia española. Gregorio Marañón cuenta que, yendo de camino a Casar de Palomero, le comentó al Rey acerca de las buenas cualidades de Segura. Pero, más tarde, le dijo a Marañón: “La verdad es que resulta un patán, un lugareño”. El doctor quedó contrariado. Sin embargo, Alfonso XIII siguió estando en contacto con el Obispo hasta el punto de establecerse entre ellos una gran amistad por la que fue designado Arzobispo de Burgos, su tierra natal, pues era natural de la pequeña localidad de Carazo.

En 1927, el Vaticano decidió nombrarle Cardenal Primado de Toledo. Contra todo pronóstico, Segura se negó a aceptar el cargo. El Rey envió a Burgos al ministro de Gracia y Justicia para convencerle, pero no lo consiguió. Los motivos que alegó fueron que él era un hombre sencillo al que no le gustaba figurar y en Toledo no podría evitarlo. Tampoco le gustaba acudir a los banquetes oficiales del Palacio Real.

El domingo siguiente, después de la misa de doce, los burgaleses vieron con asombro cómo el Rey llegaba hasta el palacio episcopal conduciendo su automóvil. Entró en el vestíbulo y aguardó a que Segura le recibiera. Cuando estuvo ante él le dijo: “Señor Arzobispo, como no quiere venir a comer a mi casa, he venido para que me convide usted a la suya”. De esta forma, terminó accediendo. Eso da la idea de que Segura era un hombre testarudo y de ideas firmes, tradicionalista y monárquico. A partir de entonces, manifestaba que “sólo inclinaría su frente ante el Papa”.

Con el advenimiento de la República tuvo continuos conflictos con el Gobierno y fue llamado a consultas varias veces por el Papa Pío XI, que decidió que permaneciera un tiempo en el Vaticano, después de que el 14 de julio de 1931 fuera expulsado del territorio español por declararse monárquico. En 1937, en plena guerra civil, fue enviado a la Archidiócesis de Sevilla, en zona nacional.

Segura jamás perdonó a Franco que mandara fusilar al general republicano Antonio Escobar, un católico fervoroso, a pesar de su súplica para que fuera indultado. La respuesta del cardenal Segura fue la de prohibir con amenaza de excomunión que Franco entrara bajo palio en ningún templo de su jurisdicción. “Bajo palio entra el Santísimo, no el Generalísimo”, decía. Y tampoco permitió que la esposa, Carmen Polo, presidiera ningún acto relacionado con la Iglesia. Realmente, en lo más duro del franquismo, el Cardenal Segura fue el único que puso a Franco en jaque.

 

10.- EL DESNUDO DEL REY

Muy de mañana, el Rey continuó su ruta. Después de pasar por la aldea de Azabal, llegaron al río Ángeles. En medio del bochorno y viendo aquellas aguas tan cristalinas, el monarca no resistió la tentación de darse un chapuzón y se desnudó completamente. Pero, para que su debilidad no quedara en evidencia, invitó a los demás a que hicieran lo mismo. Y cuando Gregorio Marañón se hallaba con los pies en el agua de aquella guisa, el Rey le echó el brazo por encima del hombro y llamó al fotógrafo Campúa para que les sacara una fotografía. El artista disparó el objetivo. Ya en Madrid le entregó al Rey la instantánea, que guardó en el Palacio Real bajo llave.

Con la llegada de la República y la huida precipitada de Alfonso XIII, la fotografía quedó entre sus enseres personales. Aquella imagen fue publicada en 1934 por “El Caballero Audaz”, seudónimo de José María Carretero Novillo, periodista y novelista de temas eróticos, en su obra ¿Alfonso XIII fue un buen Rey?: Historia de un reinado. Pasado el tiempo, la fotografía se dio por perdida. Pero, veintidós años después, las tropas alemanas ocuparon Francia. El presidente Manuel Azaña, que vivía exiliado en Arcachon, fue detenido en Mauntoban y le incautaron todas sus pertenencias. Entre ellas hallaron aquella foto real tan poco pudorosa. Azaña la había guardado como un esotérico trofeo. Transcurridas varias décadas, conversando Marañón con Marino Gómez-Santos en su cigarral de Toledo, le enseñó una copia de aquella fotografía. Su biógrafo así la describe: “Don Alfonso aparece desnudo mirando a la cámara, sonriente. En el rostro destacan los ojos fogosos y el gran bigote; en el tronco, curtido por el sol, las costillas, a semejanza de las tallas románicas. Mantiene asido por el hombro a Marañón, que tiene los brazos pudorosamente cruzados sobre el pecho y los calzoncillos largos ceñidos por debajo de la rodilla”.

 

11.- EL REY ENTRA EN LAS ALQUERÍAS

Rayando las diez llega a Pinofranqueado. Visitó la iglesia poniéndose una chaqueta sobre los hombros, mientras que en el exterior entonaban el himno nacional al son de flauta y tamboril. Al igual que hiciera con Unamuno nueve años antes, el secretario del Ayuntamiento, Juan Pérez Martín, conocido como “Juanito el de Pino”, le invitó a un refresco en su casa y le dio cuenta de las necesidades de la zona. Desde el balcón de su casa salió a saludar al pueblo mientras un miembro de la escolta repartía pesetas de plata.

El periodista Pedro Antonio Baquerizo, de La Correspondencia de España, denominaba a aquel funcionario “el del guardapolvo”. Consideraba a aquellos secretarios como caciques a las órdenes del diputado provincial como cacique mayor, porque actuaban de alcaldes, jueces y llegaban a repartir herencias.

Por primera vez, el monarca vio palúdicos, a quienes los médicos administraron dosis de sulfato de quinina. Se produjo la anécdota de que en aquellos momentos nacía el niño Alfonso Vázquez, cuyo parto fue asistido por un ayudante del doctor Marañón. Al enterarse el Rey lo apadrinó poniéndole su nombre. Aquel niño fue muy longevo, falleciendo en este siglo a los noventa años.

Al mediodía la comitiva regia entraba en los poblados de Mesegal y Caminomorisco (entonces llamado Calabazas), puerta de las Hurdes Altas. De entre sus escasos habitantes, una niña saludó al Rey recitándole un verso que agradeció. Los vecinos le ofrecieron flores silvestres y unos puñados de higos y cerezas, pues no tenían otra cosa. Entró en un habitáculo, debiendo mantenerse encogido porque daba con la cabeza en el techo, enredándose con las telarañas. Le dieron a beber agua de una cantimplora y no pudo sentarse porque no había ninguna silla. El lugar sólo tenía dos calles de chozas de pizarra que le recordaban a los campamentos de Marruecos. El doctor Eloy Bejarano Sánchez corroboraba esa sensación: “Las Hurdes es Marruecos, y si me apuran, fuera de alguna región, lo es toda España”. Por Cambroncino, llamó la atención del Rey la iglesia de Santa Catalina por su buena construcción, el bello retablo y la portada barroca con el escudo episcopal del prelado Porras y Atienza.

La comitiva atraviesa las alquerías de Arrofranco y Arrolobos hasta Vegas de Coria, donde entran en la casa del cartero, que le invita a un refrigerio. Allí los vecinos le solicitan un cuartelillo de la Guardia Civil y el ministro Piniés se comprometió a construirlo para nueve guardias. Uno de aquellos hombres les dijo que tenía un hijo mal de la vista y el Rey se encargó de que lo enviaran a Madrid para tratarle. También curaron a una anciana que, en agradecimiento, días más tarde llevó a Palacio una colmena hecha de corchos de alcornoque que castró delante de la familia real empleando una castradera. (La castradera era una herramienta de hierro de un metro de longitud con un extremo acabado en forma de pala y el otro en punta curvada, con la que se separaban los panales de las paredes interiores de la colmena). La expedición se detuvo a la sombra un espeso castañar en el sitio “Las Veguillas”. Almorzaron en el suelo e hicieron un descanso hasta las cuatro de la tarde.

A esa hora prosiguieron el camino. Pasan por la alquería Batuequilla y, a media tarde, están en la de Rubiaco, donde el doctor Marañón ha de atender a un enfermo de paludismo. También el Rey conversó con los familiares de Santiago “el de Rubiaco”, famoso bailarín del ramo de San Blas, que acababa de fallecer, y con los de la tía Candela, cuya vida conocía bien el salmantino José Polo Benito, deán de la catedral de Plasencia y hurdanófilo: “Trabajaba sin descanso guardando ganado, llegando a reunir bajo su custodia treinta cabras, pertenecientes a treinta vecinos, que le pagaban nada menos que dos reales anuales por el cuidado de cada animal. Contrajo matrimonio, hubo hijos y nietos, enviudó, y a los ochenta años se encontró imposibilitada para el trabajo, y teniendo a su cargo una hermana ciega y varios nietecitos. En cada semana de peregrinación por los pueblos próximos, la tía Candela recoge hasta media arroba de patatas más o menos averiadas, un par de kilos de mendrugos y veinticinco céntimos en metálico que dividía en tres partes: una, para la hermana ciega; otra, para los nietos, y la tercera, para el propio sustento”.

La prensa era testigo de cuanto acontecía. El redactor Antonio de la Villa, daba sus impresiones sobre lo que veía en esos parajes: “Sus moradores viven como bestias… Todo está sangrando a unos cuantos kilómetros de Madrid, en Castilla, en esta misma Extremadura, tan rica de suelo en otros parajes y tan abandonada de los que manda y pueden… Los hurdanos de Las Hurdes no se diferencian en nada de los que viven abandonados en las aldeas de Galicia, en tierras de León, en la misma ribera del Tormes”. Observa que todas las alquerías son iguales: “Azahal, Sauceda, Urcejo, Castillo, Rivera Oveja… Las casas son chozas que levantan poco del suelo, con las paredes de pizarra superpuestas, sin encolar. Muchas veces, uno está encima y no las ve, porque el color del suelo se confunde con el de las casas. El problema de la miseria era evidente. En muchos kilómetros no se encontraba producción agrícola, ganadera o agua corriente”.

 

12.- LA ANÉCDOTA DEL CAFÉ DEL MINISTRO VICENTE DE PINIÉS

Al atardecer, la comitiva llegó al rio Hurdano. El Rey y el ministro Piniés se dieron otro baño con pastillas de jabón. A la vista tenían la localidad de Nuñomoral, a la que entraron anocheciendo hasta su plaza, aquella donde se firmó el famoso censo enfitéutico entre los pueblos de la comarca y La Alberca, por el que a ésta tenían que pagarle un canon anual perpetuo, que se convirtió en fuente de continuos conflictos. La única casa buena era la de Patricio Segur, que les ofreció su hospitalidad, como lo había hecho con Unamuno. Pero el Rey prefirió instalarse en las tres tiendas en las afueras para pernoctar. Por su parte, los periodistas levantaron otra con mantas a la que pusieron el letrero “Hurdes Palace”.

Aquella noche ocurrió en el campamento un episodio protagonizado por el ministro de la Gobernación, Vicente de Piniés, que Marañón calificó de tremendo. Era el momento en que se servía el café en el interior de las tiendas de campaña, después de la cena. El ministro dijo preferirlo con leche. En aquellos parajes no había vacas, ni siquiera cabras. Pero el camarero salió por los pizarrales volviendo al poco tiempo con una pequeña cantidad de leche que sirvió en el café del ministro, que lo saboreó diciendo que era un café magnífico.

Mientras tanto, un lugareño merodeaba por los alrededores entre tímido y curioso. Al verle los guardias, se lo comunicaron al ministro y éste le invito a que pasara a la tienda. Una vez en su presencia, le preguntó: “¿Qué dices buen hombre?”. A lo que el hurdano contestó: “Que digo señor ministro que puede tomar el café con confianza porque la leche es mi mujer y muy buena”. Piniés estuvo a punto de sufrir un traumatismo psíquico, y como primera medida de asepsia, se afeitó su gran bigote. Las risas del Rey y sus acompañantes al ver cara de pasmo y espanto del ministro se oyeron en el pueblo.

Marañón cuenta otra anécdota contundente para la Historia, pero que no aparece en ella. Lo hace rememorando esta etapa de Nuñomoral. En una única tienda se alojaron el Rey; el jefe de la Casa Real, Luis María de Silva y Carvajal, Duque de Miranda; el ministro Piniés, el teniente coronel Obregón, ayudante de órdenes de la Casa Real y él mismo. Marañón, dice que volvió a encontrarse con Obregón tres años después, con motivo de la muerte del fundador del Partido Socialista, Pablo Iglesias, a quien Marañón había asistido en sus últimos momentos. En el portal de la casa pusieron una mesa para recoger firmas de pésame. El primero que firmó fue el teniente coronel Obregón en nombre del rey Alfonso XIII. Paradojas del destino.

 

13.- LAS HURDES PROFUNDAS

El día 22 comienza por caminos que no lo eran. Los caballos no encontraban tierra para pisar. Sus cascos resbalaban entre los redondos canchos y las empinadas pizarras. Los viajeros tuvieron que continuar caminando entre los cantos tirando de los caballos. Esa era la causa de que el Rey dijera que aquellos animales eran medianos: no podían ser de otra clase para aquel terreno. El diario monárquico ABC decía: “El augusto visitante se lanzó a la cabeza de la comitiva por caminos que iban dejando de ser sendas de lobos para empeorar y trocarse en atajos de perdices, por barranqueras pavorosas, y al borde de precipicios”. Y Campúa relataba: «Fueron duras jornadas a caballo, por caminos difíciles y abiertos en la roca… Había que bordear montañas a unas alturas escalofriantes y yo he visto al rey que en algunos trechos tenía que bajarse del caballo y pasar a pie, porque tenía vértigo y le daban mareos”. Entraban en las Hurdes profundas.

En Cerezal sus habitantes eran en su mayoría palúdicos. A su paso, la comitiva enmudeció al ver las chozas donde se cobijaban. La conmoción se ahondó aún más en la alquería de Martilandrán, un conjunto de chamizos con tejados de pizarra pegados al suelo, donde no se veía a nadie. Simplemente, eran zahurdas compartidas por personas y animales. Poco a poco y tímidamente fueron saliendo sus moradores. Así era la crónica de ABC: “Todos, absolutamente todos sus moradores, ancianos decrépitos, mujeres escuálidas, mozos y mozalbetes depauperados, habían salido al encuentro de los viajeros. Hubo que aguardar a que los ausentes retornaran. Corta fue la espera. Rodando, materialmente rodando por los barrancos, brincando como cabras sobre bancales y helechos, atajando monte a través, trepando por riscos casi cortados a pico, volvieron a Martiladrán sus vecinos. La mejor casa de la alquería no tenía luz, ni ventilación, ni más aire que el que se recibe por la puerta. La percepción del Monarca fue de horror interno, de conmiseración entrañable”.

Aquel día el monarca no pudo comer. Había visto enanismo, cretinismo, bocio y ancianos moribundos cuya edad no se adivinaba. El periodista Antonio Baquerizo relató que el Rey entró en una de aquellas viviendas sin condiciones higiénicas, construida en pizarra, sin ventanas que compartían la familia y los animales. Ante aquella visión, el monarca exclamó: “Es horroroso. Ya no puedo ver más”. Todo ello contrastaba con la belleza de los meandros y las paredes pizarrosas del río Malvellido.

Similar situación encontró en Fragosa, donde en torno al obispo Segura los vecinos les aguardaban con ramas de cerezos, mientras las mujeres entonaban cánticos con aire charro, algo muy excepcional para quien sólo puede vivir de limosnas y de la recogida de mendrugos de pan. Entre ellos se encontraba el joven Domingo Crespo, soldado licenciado que lucía su uniforme. El Rey entró en la casa de dos impedidos, la joven Isabel Domínguez y Juan Crespo, que convivía con ocho personas sin luz ni ventilación. El único edificio reseñable era la casa escuela construida por los salmantinos obispo Jarrín y su deán Polo Benito, de los que guardaban un imborrable recuerdo. El monarca salió muy consternado de aquel lugar. No entendía cómo podía haber tanta miseria junto a una naturaleza tan bella. Mientras subía por aquellas montañas comentaba que sólo había una solución: destruir todo aquello y trasladar la población a otro sitio.

Cuando llega a Casares, a última hora de la tarde, tuvo que descansar algún tiempo en la casa del cura antes de proseguir. El sacerdote aprovechó la ocasión para solicitar una ayuda para su parroquia de Vegas de Coria. El Rey le entregó novecientas pesetas para que las repartiera y cierta cantidad de quinina para los palúdicos. Se dirigió al templo en compañía del Obispo y ordenó colocar su tienda en la zona más alta del pueblo, al que se conoce como “el balcón de las Hurdes”, desde donde se puede admirar la sin par Sierra de la Corredera.

Aquel pueblo carecía de toda clase de servicios. En 1927, el periodista albense Luis Bello denunciaba que sólo disponía de una habitación para todo, cuatro paredes que servía de ayuntamiento, de Juzgado municipal, de cárcel preventiva y de escuela. Cuando el concejo celebraba sesión, o el juez convocaba un juicio, o llevaban a un preso, ese día no había escuela.

El monarca veía personas de aspecto más normal, ya no sólo eran mendigos. Al amanecer, muchos de ellos fueron llegando al campamento y el doctor Varela les iba reconociendo. En medio de vítores, la expedición siguió la marcha subiendo hasta el puerto de Carrascal desde donde se divisaban todas la Hurdes, la Sierra de Francia y la de Béjar con Candelario al fondo. Descendieron a pie por al lado opuesto para recorrer los pueblos que bordean la provincia de Salamanca hasta entrar en Las Batuecas.

 

14.- FINALIZANDO EL RECORRIDO HURDANO

El Rey llega a Riomalo de Arriba, que se encuentra en un valle tan profundo que durante cuatro meses al año carece de sol. Abatido por el cansancio, tuvo que sentarse sobre unas piedras. Allí se acercaron los vecinos para exponerle sus problemas, básicamente, que la tierra era improductiva, ante lo cual, el monarca insistía que era necesario trasladar a aquellas gentes. No veía otro resquicio.

En Ladrillar le espera el Obispo para entrar en el templo en medio del cántico religioso de los fieles. Sin duda, la idea de entrar en cada iglesia, aparte de orar, iba asociada a la necesidad de reponerse del asfixiante calor de aquellos días. Permanecer por un momento entre aquellos frescos muros resultaba una bendición. En esta alquería la miseria no era tan visible. Allí se había instalado el campamento base del ejército. El cura del pueblo les invitó a un refresco en su casa y le comentó al Rey que había escrito un libro sobre la historia de Las Batuecas, a lo que le respondió que la Casa Real se encargaría de publicarlo.

A la una de la tarde el cortejo entra en la localidad de Cabezo, así denominada por uno de los peñascos escarpados que la rodean. La proximidad de Salamanca se hacía notar porque muchos de sus habitantes vestían trajes charros. Una mujer se les acercó y les pidió que un médico visitase a su marido. El doctor Marañón le diagnosticó una pulmonía y le puso un tratamiento. Quiso darle diez céntimos en agradecimiento que, como en las veces anteriores, no aceptó. (¿Debió aceptar Marañón aquellos diez céntimos? Para José Jiménez Lozano, los cronistas cuentan el hecho como indicativo del nivel de ignorancia de aquellas gentes. Y concluye que Marañón debió admitir la moneda de la mujer para salvar su dignidad, haciéndola creer que pudo pagar la consulta de tan excelso médico. La duda queda en el aire). En otra ocasión, una mujer se acercó a Alfonso XIII con un plato de naranjas y le dijo: “Tómelas todas y las que no coma déjelas para la señora y los niños”.

En el momento de la despedida el Rey dio 1.800 pesetas al párroco para sus fieles necesitados y 60 cajas de quinina para los enfermos de Riomalo de Arriba y Ladrillar. El cura encargó al pequeño Anastasio Marcos que repartiera cinco pesetas a cada vecino. Dicho niño se convertiría en ‘tío Picho’, un importante mielero de Las Mestas, que tuvo diecisiete hijos y una vida muy longeva.

Un destacamento militar aguardaba al Rey en un pinar a las afueras del pueblo. Con ellos y la Guardia Civil compartió una comida, que se vio interrumpida al recibir la noticia de que el mariscal Sir Henry Hughes Wilson había sido asesinado en Londres por un grupo independentista de Irlanda, país que medio año después obtuvo la independencia de Inglaterra.

Las Mestas será el último pueblo de la visita a Las Hurdes, situado en la confluencia de los ríos Batuecas y Ladrillar (antes llamado Malo), en la entrada a la provincia de Salamanca por Las Batuecas. El Rey departió con el alcalde, que vestía el traje típico de Salamanca, y con el resto de autoridades. Luego, se despidió de muchos de los que habían formado la comitiva.

 

15.- EN LAS BATUECAS

Por fin, a las siete de tarde de ese día 23 de junio, el Rey llega al convento de Las Batuecas. Se trataba de un placentero valle, antiguo asentamiento de los carmelitas descalzos de Salamanca, que había sido vendido y reducido a ruinas víctima de las políticas desamortizadoras. En ese momento solamente vivían allí un carmelita, el hermano Joaquín, y el señor Quico el rentero, que lo dispusieron todo para la llegada de los viajeros. La comida estuvo compuesta por embutidos de La Alberca, alubias estofadas, truchas fritas, cabrito asado y postres. Todo fueron felicitaciones al carmelita por su buen hacer en la cocina.

Todo el recorrido había sido muy penoso y agotador. El monarca hizo un descanso en la celda que los padres carmelitas le habían dispuesto. Pero cuando le suponían durmiendo, burlando al personal de guardia, “se escapó” para zambullirse en el río Batuecas, en una zona que se hallaba junto al convento que, a partir de entonces, se denomina Charco del Rey, junto a la Fuente de las Conferencias, donde habitualmente se reunían los frailes a la sombra para conversar.

Pasado el sobresalto causado por el fallo de seguridad, a las diez de la noche, los padres carmelitas Gabriel y Silverio ofrecieron una cena en la huerta a la que se unió Eloy Bullón, diputado por el partido de Sequeros, en la que el Rey recalcó la estremecedora situación que había visto y las posibles medidas a tomar a medio plazo, tras lo cual, a las doce se retiró a su celda. Por la mañana, preguntado el Rey sobre si había dormido bien, contestó que sí, salvo algunos ratos que estuvo dedicado a “la montería del chinche”.

 

16.- EN LA ALBERCA

Al amanecer, tras el desayuno en la huerta, la comitiva abandonó en automóviles aquel privilegiado valle para ascender por el tortuoso camino que, en 700 metros en vertical, llevaba hasta el puerto de Portillo. Allí, los albercanos, encabezados por su alcalde, Julián Sánchez, les esperaban a lomos de caballos enjaezados, luciendo sus capas con filigranas de oro y plata a pesar del calor reinante, que acompañaron al Rey los dos kilómetros que distaban de La Alberca.

Días antes, Eloy Bullón se había desplazado hasta La Alberca para preparar la recepción real y se había alojado en la casa del contratista Lucas Vicente Hernández, constructor de la carretera que desde La Alberca descendía a Las Mestas. Con él fue el Obispo de Salamanca, García Alcolea, para encargar que el alojamiento al Rey incluyera dormitorio, despacho, y oratorio, con paredes revestidas de paños antiguos, bordados y una gran fotografía de la Catedral Vieja de Salamanca, para lo que llevó a distintos operarios. Una vez finalizado, Alcolea regresó a la capital charra para no coincidir con el Obispo de Coria y no crear un problema de protocolo.

El Rey entró en la Plaza a caballo. Entre otros, le esperaban el gobernador civil de Salamanca, Manuel González Longoria y el diputado Eloy Bullón. Posteriormente, se dirigió bajo palio a la Iglesia de la Trinidad con el Obispo Segura, llamándole la atención el púlpito barroco en granito que le mostró el párroco Pablo Hernández. A la salida se dirigió a la casa de doña Filomena Hernández, situada enfrente del templo, en la Plaza de la Iglesia, para tomar un refresco y descansar unos instantes. A pesar de que la casa había sido lujosamente acondicionada para que el monarca se alojara en ella, no pudo ser así porque ya le apremiaba estar en Madrid. También quedó suspendida la obra que los albercanos iban a interpretar en el teatro que llevaba el nombre de la poetisa local Dolores Mateos.

En medio de un multitudinario almuerzo servido en las Escuelas Públicas por el Hotel Comercio de Salamanca, le regalaron una típica colcha antigua bordada con sedas de colores para la Reina. A continuación, se dirigió a la Plaza y atendió a las preguntas de los periodistas. Desde el balcón del Ayuntamiento saludó al vecindario en medio del estruendo de los cohetes. Luego, se subió a su vehículo para dirigirse a Béjar. Afortunadamente, las conexiones telegráficas, que tanto preocupaban a la Reina y al Gobierno en Madrid, volvieron a funcionar, después de que un grupo de ingenieros militares llegaran a La Alberca para poner en marcha el aparato de telegrafía sin hilos.

En La Alberca tuvo lugar otra de las anécdotas del viaje. Se había desplazado desde Madrid una sección de la policía secreta para preservar la seguridad del monarca. Entraban en las tabernas, charlaban con los vecinos y se fijaban en sus movimientos. Les llamó su atención la presencia de cuatro portugueses que nadie les daba razón de qué hacían allí. Hasta que, inesperadamente, les encontraron en plena faena de contrabando de tabaco, ocupándoles un alijo de cien cajas de picadura y 7.500 puros de los llamados “chirulos”, por lo que fueron detenidos.

 

17.- DE BÉJAR A MADRID

Hacia las cuatro la tarde llegaron a la industrial Béjar por la carretera de Ciudad Rodrigo, entrando por el Puente Viejo, junto al barrio del Recreo. Fue recibido por los diputados provinciales, Muñoz y Rodríguez, en medio de un gran gentío que hacía que el automóvil real marchara con una lentitud poco aconsejable. Acompañados por los tradicionales “Hombres de Musgo” y escoltados por 40 soldados y 200 guardia civiles, la comitiva continuó por la Puerta de la Villa y la calle Mayor hasta la Plaza Mayor.

El Rey entró en la iglesia del Salvador para orar brevemente y subió al Ayuntamiento, entonces en el Palacio Ducal, donde el alcalde ofrece al monarca una copa de champán. Pero prefirió que fuera de agua debido al calor del momento. Luego, se asoma a un balcón para contemplar el paisaje de la Sierra de Béjar, interesándose por la industria textil, y pregunta al diputado provincial Francisco Muñoz por la tradición de los “Hombres de Musgo”.

Las calles se hallaban adornadas con gallardetes y los tenderos habían puesto paños de colores y arcos de bienvenida en determinados lugares, como en las fábricas de Tomás Hernández Agero y Francisco Gosálvez. De vuelta por la calle Colón, se desplazó a la textil de Navahonda, de Cipriano Rodríguez-Arias, a quien ya conocía por haber sido diputado liberal en Cortes. Éste le dio la ocasión de departir con los obreros y de ver aquel moderno proceso industrial completo en sus diversos talleres, deteniéndose de forma especial en los tintes por su interés en el modo de obtención de colores. También le mostró el jardín anexo a la fábrica, donde el Rey alabó el agua fresca de la fuente de la Virgen del Racimo.

Seguidamente, le obsequió con una comida merienda en dicho jardín, cuyo menú estaba compuesto por entremeses, consomé, tortilla, escalopes de ternera, salmón, espárragos en salsa, jamón york y queso, además de frutas diversas, vinos Riscal y Diamante, champán Pomery, café, licores y puros. Tras lo cual, hacia las seis de la tarde, salió para Madrid por Piedrahita. El alcalde, Clemente González había aprovechado la ocasión para pedir el Rey un batallón del ejército, para lo que la ciudad cedería el palacio de los Duques de Béjar, que el Ayuntamiento había comprado al Duque de Osuna, y quedó a la espera de respuesta. En todo momento estuvo acompañado por el diputado de la zona, el doctor Filiberto Villalobos y el gobernador civil, González Longoria.

Los periodistas preguntaron al doctor Varela sobre las conclusiones que habían sacado sobre el estado de Las Hurdes. Éste ratificó la opinión del Rey: “Lo lógico es que aquellas gentes sean trasladadas a otro lugar. Sería un despropósito gastar un dineral en caminos y carreteras para ir a un sitio donde no se produce nada, donde no hay nada que hacer y donde los infelices hurdanos sólo pueden vivir muriendo”. Años después, Gregorio Marañón recordaba: “Las Hurdes eran por entonces un inmenso repliegue montañoso habitado por gentes que parecían escapadas a medio curar de un hospital”. Y destacó algo sorprendente acerca del viaje real: “Fuerzas subterráneas habían tratado de impedirlo”. El Rey llegó sobre las diez de la noche al Palacio Real, no sin antes tener un último sobresalto al sufrir su vehículo un pinchazo en la Casa de Campo.

Miguel de Unamuno, que aún guardaba, “en el fondo del alma, en la retina espiritual, la visión de una de aquellas chozas, de un cuchitril, en La Segur”, el recuerdo de su viaje hurdano nueve años antes, escribió en El Liberal su artículo Sobre eso de Las Hurdes rechazando la propuesta de trasladar a los hurdanos a otras partes del país: “Pues que las Hurdes están de moda, volvamos a hablar de Las Hurdes… lo que retiene a los hurdanos en sus fragosidades es el instinto de la propiedad… el hurdano prefiere pensar libre en la majestad de su indigencia o vivir del botín de la limosna a tener que ser jornalero durmiendo sobre el suelo de un amo… en Las Hurdes hay el bocio, y con el bocio, el cretinismo; pero en toda España se está envenenando a la mocedad, a nuestros hijos, con algo peor que el bocio”.

A partir de entonces, comenzó en la prensa de Madrid la polémica por Las Hurdes, la serpiente de verano. El expediente Picasso parecía diluirse. El 4 de julio comenzaba la temporada veraniega de la familia real. El Rey partió con la Reina y sus hijos para Santander. Su madre, la reina María Cristina, lo hizo a San Sebastián. De momento, Las Hurdes quedaban en el recuerdo, o en el olvido.

 

18.- EFECTOS DEL VIAJE DEL REY A LAS HURDES

Como consecuencia del viaje de Alfonso XIII a las Hurdes, el gobierno adoptó varias medidas paliativas, como prohibir la adopción de expósitos y la creación un mes después del Real Patronato de las Hurdes, presidido por el Rey, que sustituyó a la Sociedad Benéfica La Esperanza de Las Hurdes. Su cometido era fomentar y coordinar toda la actividad del Gobierno en aquella comarca.

Fue convocado un concurso de médicos para que se desplazaran a la zona. Para Gregorio Marañón, “Aquellos hombres eran tan españoles como los demás, pero más hambrientos que los de las más pobres aldeas castellanas y, además, enfermos en su casi totalidad”. En un primer momento fueron enviados tres facultativos, los doctores Santiago Gómez, Pizarro y Eduardo Olivera para las localidades respectivas de Las Mestas, Nuñomoral y Caminomorisco.

Y en una carta al doctor Vidal, le señalaba: “Los inconvenientes son los tres años de aislamiento casi absoluto, en un país inhospitalario, con comunicaciones dificilísimas y, sobre todo, la lucha con gente ignorante, pero llena de resabios (léase curanderos), a los que habrá que civilizar muchas veces a golpes. Anote Vd. también a los cretinos de otra especie, caciques, secretarios de ayuntamiento, diputados de todas castas…con los que habrá que luchar tanto como con los propios idiotas jurdanos. Mida Vd., pero rápidamente, si todo esto le conviene o no y dígamelo enseguida”.

Dos años después, en un artículo publicado en la revista Vida Médica, el facultativo titular de Hervás, denunciaba que aquellas medidas apenas alcanzaban sus objetivos, a pesar de que se habían construido las llamadas Factorías, una por cada valle hurdano: la de Alfonso XIII en Las Mestas, la del Jordán en Nuñomoral y la de Los Ángeles en Caminomorisco. En ellas se concentraba la escuela, el centro médico, correos, telégrafo, teléfonos y el destacamento de la guardia civil. Pero la realidad es que seguía existiendo hambre. Gregorio Marañón se hizo eco de ello y realizó una tercera visita a la zona, en la que comprobó que las leyes no se cumplían ni por las Diputaciones de Cáceres y Salamanca, que seguían con la práctica de los ‘pilus’, lo que calificó de ‘colaboración criminal’ y ‘herodiada’.

 

19.- LA FUGAZ VISITA DEL GENERAL MARTÍNEZ ANIDO

Ya gobernando el Directorio militar del general Primo de Rivera, el general Severiano Martínez Anido, subsecretario de Gobernación realizó una breve visita a las Hurdes el 18 de junio de 1924 en representación del Real Patronato. Su fin era inaugurar el Asilo que con donativos se había construido en Lagunilla para acoger hurdanos ancianos e impedidos y comprobar la marcha de las factorías de Las Hurdes. Pero la ciudad de Béjar trastocó sus planes

Acababa de publicarse en el Boletín Oficial del Ministerio de la Guerra un circular que anunciaba que, a partir del 1 de abril del siguiente año, el Ejército cambiaría los uniformes. Se lo comunicaba especialmente a los fabricantes para que fueran haciendo acopio de paño. Pero en Béjar ocurría que tenía un gran excedente de anteriores uniformes, que quedaría inutilizado. La Cámara de Comercio tenía conocimiento de que Martínez Anido llegaba en tren desde Madrid y la entidad bejarana se dispuso a retener el tren en Puerto de Béjar para exponerle el problema que atenazaba a la industria textil.

En dicho pueblo, el subsecretario tuvo la oportunidad de saludar al presidente de la Cámara, Juan Muñoz, al alcalde de Peñacaballera, Félix Sánchez, y al presidente de la comisión de Hervás, José Sánchez Matas, que había acudido por los mismos motivos que los bejaranos. Martínez Anido les indicó que pararía en Béjar cuando volviera de Lagunilla.

En esta localidad fue recibido por el alcalde, Segundo Martín, y el obispo de Coria, Pedro Segura, a quienes acompañaban los primeros ediles de Casares, Ladrillar, Caminomorisco, Nuñomoral y Pinofranqueado. El Asilo, que ya contaba con veinticuatro residentes, quedó inaugurado tras la asistencia a una misa.

En Béjar fue recibido en la carretera a la altura de los almacenes del señor Salas, que les ofreció un lunch en el Salón Novelty, propiedad de la viuda de Venancio Marcos. Aquel día, toda la actividad industrial estaba parada para que empresarios y obreros acudieran a cumplimentar al ilustre visitante. El presidente de la Unión Textil, Rodríguez-Arias, informó a Martínez-Anido del problema creado con el cambio de uniforme militar. Desde hacía un siglo, la industria de Béjar suministraba el 80 por ciento del paño nacional y siempre había tenido un remanente para evitar cualquier imprevisto, que ahora se convertiría en una importante pérdida. De todo ello, el General tomó nota para exponerlo a los demás miembros del Gobierno.

Finalizado el acto visitó una de las fábricas de Tomás Hernández Agero y tomó la carretera de Ciudad Rodrigo para dirigirse a la Alberca, y de allí, a Las Mestas, Nuñomoral y Caminomorisco, ya sin apenas tiempo para regresar a Madrid. Aquella jornada había resultado para Las Hurdes más protocolaria que efectiva.

 

19.- EL SEGUNDO VIAJE DE ALFONSO XIII A LAS HURDES

En 1930 Alfonso XIII realizó un segundo viaje a las Hurdes. De nuevo, el motivo fue desaparecer de Madrid. Tomó esa decisión improvisada, al saber que el día anterior había muerto en París el general Primo de Rivera, autoexiliado para huir de la camarilla real. El féretro con su cadáver fue despedido en París con todos los honores por el Gobierno francés, pues era miembro de la Orden Nacional de la Legión de Honor Francesa.

Cuando, tras recorrer las calles parisinas con honores oficiales, el cortejo llegó a la estación ferroviaria de Austerlitz, fue recibido por el Duque de Alba, que presentó a la familia del General las condolencias de la Casa Real española. Pero ahí quedó todo. En la estación de Irún, no hubo ningún recibimiento. Únicamente allí se hallaba José Calvo Sotelo, quien fuera su ministro de Hacienda, a título particular. Cuando el cadáver de Primo de Rivera llegó a la estación del Norte de Madrid, no tuvo ningún recibimiento oficial por orden expresa del Rey, que se negó a darle el tratamiento de jefe de gobierno que ostentó por su propio encargo. Así fue como, el día 17 de marzo, Alfonso XIII partió para las Hurdes con un gran despliegue propagandístico con el supuesto objetivo de comprobar las escuelas, carreteras y otras obras públicas construidas desde su anterior visita.

A las ocho de la mañana salió del Palacio Real, por la consabida Puerta Incógnita, acompañado por el Duque de Miranda, el cardenal Segura y varios miembros del Patronato de Las Hurdes. Antes, había comunicado a los alcaldes y demás autoridades de las localidades por donde iba a pasar sin protocolo oficial, que no le dieran ningún recibimiento y no se movieran de sus lugares de residencia.

Por Béjar pasó “a toda marcha” con un fuerte aguacero, deteniéndose en Lagunilla sólo para almorzar en el Asilo. Por la tarde, atravesó La Alberca a toda prisa hacia Las Mestas. El aguacero era tan intenso que caían cascadas de agua sobre la carretera, que intermitentemente se cortaba, debiendo ir por delante un equipo de obreros para mantener las precauciones.

En Las Mestas, se encontró con el cardenal Segura, que celebró un tedeum destacando cómo estaban antes Las Hurdes. De inmediato, siguió hasta Riomalo de Abajo y Nuñomoral, para regresar a Las Mestas y pernoctar en su factoría. Por la mañana fue recibido en Vegas de Coria por numerosas personas, entre ellas, el director del Patronato de las Hurdes, el maestro Fausto Maldonado.

En Pinofranqueado entró bajo palio en la iglesia. Posteriormente, recorrió las nuevas escuelas, asistió a un vino de honor en el Ayuntamiento y visitó los viveros de la repoblación forestal. Lo mismo hizo en Caminomorisco y en Cambroncino.

 

20.- EL RÁPIDO REGRESO A MADRID

Otra vez en Las Mestas, tuvo un almuerzo confeccionado por el hermano Joaquín, encargado de la Hospedería de Las Batuecas, propiedad de José Hernández Berrera. El menú se componía de entremeses, consomé tapioca, lenguado, pollo, ternera y postres. Los vinos que acompañaban eran tinto de Borgoña y blanco Diamante, champán Cliquot, licor Benedictino, coñacs Fundador y González Byass, café y puros. De La Alberca habían llegado tres arrobas y media de bizcochos.

En esta localidad serrana salmantina, las campanas dieron aviso de que se acercaba la comitiva y las autoridades locales hicieron parar el vehículo del monarca, un Chrysler de color negro, que sólo se detuvo un momento para saludar al alcalde, José María Hoyos. Y continuó hacia Sotoserrano y Béjar. En la ciudad textil fue recibido por escasas personas, entre ellas, el jefe del telégrafo, Alejandro Bella, que le transmitió las últimas noticias de Madrid. El Rey felicitó al oficial de la telegrafía en Salamanca, José Antonio Campos, por el buen servicio dado al establecer la comunicación telefónica desde Las Hurdes, Las Batuecas y La Alberca, así como las telegráficas de esta población a Madrid. Luego, partió de Béjar con una celeridad inusitada.

Alfonso XIII, llamado “el Africano”, fue un Rey huidizo de los problemas de España. El 14 de abril de 1931 se proclamó la República y ese mismo día salió sigilosamente por última vez por la Puerta Incógnita del Palacio Real, con destino a Cartagena y Marsella, como ya dijimos, con el desconocimiento de la Reina y de sus hijos. En realidad, la República permanecía larvada desde 1921 con el desastre de Annual, del que el Rey nunca quiso asumir la responsabilidad que le correspondía.

 

 

Riffan. Moneda de la República del Rif

 

Doctor Gregorio Marañón

 

Comitiva real en Las Hurdes

 

 

En la calle esperando al Rey

 

 

 

 

 

El Rey saliendo de una casa

 

 

 

El Rey con una pareja de afectados de cretinismo

 

Alfonso XIII y Gregorio Marañón desnudos (autocensurada)

 

Mujer de La Alberca mostrando la riqueza de su vestimenta

 

Placa conmemorativa de la presencia del Rey en La Alberca

 

Alfonso XIII entrando en Béjar

 

Alfonso XIII en Béjar

 

Alfonso XIII llegando al Ayuntamiento de Béjar

 

Béjar. Industrial textil Navahonda

 

Almuerzo en Navahonda

 

Real Patronato de Las Hurdes

 

El cardenal Pedro Segura

 

 

La visita del rey Alfonso XIII a Béjar  –  Carmen Cascón Matas

Miguel de Unamuno en la comarca de Las Hurdes  –  Miguel de Unamuno

 

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