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lunes 29 abril 2024
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El recuerdo de Miguel de Unamuno en Béjar

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El recuerdo de Miguel de Unamuno en Béjar

 

 

EN ‘UNAMUNO Y BÉJAR’ DANIEL CELA RECORDABA EN 1977 LA PRESENCIA DE MIGUEL DE UNAMUNO EN BÉJAR, CIUDAD A LA QUE ACUDÍA CON FRECUENCIA

 

 

Sabemos que los filósofos, además de su quehacer metafísico, mantienen unas inclinaciones a modo de hobby. Por ejemplo, Hegel sentía una sublime atracción por la música, empero el paisaje no le producía el más mínimo efecto.

Unamuno sentía el paisaje, cualquier paisaje. Decía que era absurdo calificar uno de feo y otro de paradisíaco, ya que no existe comparación posible y cada cual es bello en su estilo. Viajaba para conocer nuevas tierras y nuevas gentes, y en sus libros se reflejan las impresiones por él recogidas. Entre ellas encontramos a Béjar, tratada con cierto particular mimo.

Recuerdo unos versos de Cipriano Acosta:

“… Donde nadie se siente forastero; aquí, tu Béjar, brújula y estrella polar de este vetusto derrotero  que sigue enamorando a cuantos vienen a degustar tu histórico secreto…” (Se refiere al Camino de la Plata)

Don Miguel fue uno de esos hombres profundamente enamorado de nuestro pueblo. Decía:

“Las grandes ciudades nos despersonalizan”. Y venía a personalizarse huyendo de la que llamaba con sutiles epítetos: “La hermosa y dorada jaula de Salamanca”.

Aquí tenía amigos que inmortalizó en sus obras. En Andanzas y Visiones Españolas nos habla de ellos: “No habíamos tenido que tocar las provisiones que en Béjar nos proveyó Venancio… el buen fondista bejarano”

En otra ocasión, dedica unos versos a un hombre que fue director de la Escuela de Peritos:

“…. Donde había subido con mi fraternal amigo Marcelino Cagigal, compañero de otras andanzas por tierras castellanas y leonesas…” (Cagigal era natural e Mansilla de las Mulas, León)

Muchos en este pueblo le recuerdan. También mi abuelo, don Mariano, recordaba haber paseado en su compañía por la carretera de El Castañar, e incluso haber comido un calderillo en El Regajo con él.

No obstante, hay unas descripciones asaz significativas. De entre ellas, he escogido éstas:

“Béjar, ciudad industrial a la que voy regularmente, por lo menos, una vez cada año y ella refresca mi vista reposándola en la nieve de la Sierra. En aquellas alturas de silencio y libertad, protegidas ahora por un manto de nieve, pasé una noche inolvidable. Y Béjar está para mi poblado de recuerdos; muchas horas de mi vida he dejado ya en él”. (Por tierras de España y Portugal).

“Y allá en el fondo, al pie del contrafuerte de la vasta montaña con velas de nieve en sus cimas, que nos cierra el horizonte, blanquea a ratos la ciudad de Béjar, mi vieja conocida”… “Allá, lejos tras la enorme parva del Calvitero”. (Andanzas y Visiones Españolas).

“Aquí no puedo ver la montaña, casi todo el año cuajada de nieve, que en Salamanca apacienta las raíces de mi alma”. (La Agonía del Cristianismo).

Estos pueden ser unos ejemplos clave en los que podemos encontrar la explicación de lo que decíamos antes: ¡Unamuno era un enamorado de Béjar!

Pero existe un último recuerdo más palpable. En el salón de actos de la escuela de Ingenieros Técnicos, hay una placa conmemorativa de la inauguración de dicha entidad por el catedrático de Griego, en la que dice: “El día 4 de octubre de 1903, inauguró este edificio, presidiendo la apertura del curso, el excelentísimo señor don Miguel de Unamuno y Jugo, Rector de la Universidad salmantina, suceso que el claustro agradecido acordó recordar en esta lápida”.

El Donquijotesco, como le llamaba Antonio Machado, no tenía miedo de que Ortega y Gasset le llamase ególatra, tal vez por ese “arnés grotesco”, tal vez, porque se encontraba a gusto entre estas gentes, padres de nuestros padres que le admiraban. Y más aún en este paisaje que admiraba y que se llevó en el fondo de su alma.

Daniel Cela. Béjar, septiembre de 1977.

(Foto. Catálogo Exposición ‘Unamuno y Béjar’. USAL. 2019.

 

 

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