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lunes 29 abril 2024
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Primo de Rivera: ‘La Caoba’ liberada y Unamuno desterrado

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Primo de Rivera: ‘La Caoba’ liberada y Unamuno desterrado

 

 

EN 1924, EL GENERAL PRIMO DE RIVERA ARREMETIÓ CONTRA LOS JUECES POR HABER PROCESADO A UNA COCAINÓMANA AMIGA SUYA Y ENVIÓ A UNAMUNO AL DESTIERRO

 

 

1.- ‘La Caoba’ , entre la alta sociedad y los bajos fondos

2.- El general Primo de Rivera, defensor de ‘La Caoba’

3.- Represalias contra el poder judicial

4.- Miguel de Unamuno enviado al destierro

5.- Las notas oficiosas del general Primo de Rivera

 

 

1.- ‘LA CAOBA’, ENTRE LA ALTA SOCIEDAD Y LOS BAJOS FONDOS

Era conocida como Maruja La Caoba, una sevillana que comenzó a hacer la calle en Madrid y fue subiendo peldaños hasta adentrarse en la Corte y llegar al mismísimo presidente del gobierno, el general Primo de Rivera, con quien tuvo una íntima amistad. Poco más se sabe de ella. El historiador Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros nos ofrece una ligera descripción: “Maruja no era ninguna belleza extraordinaria. Pero resultaba un conjunto interesante, con una acusada personalidad. Esbelta, distinguida, elegante, con tez morena. Tomó del color de su pelo, sin duda artificialmente preparado, el sobrenombre de La Caoba. ¡Cuánto se habló de ella, de la categoría de sus amistades, de la destitución de un juez que quiso procesarla por tráfico de drogas! La conocí en el salón de juego del Gran Kursaal de San Sebastián en agosto de 1923…”.

Maruja actuaba como tonadillera y bailaora en varios tablaos flamencos de Madrid con reservados, como Los Gabrieles, así se llamaba en cheli a los garbanzos del cocidito madrileño, situado en la calle Echegaray 17, a escasos metros de la plaza de Santa Ana. Aquel era un lugar de noches interminables, sin horario, donde bailaba La Niña de los Peines y, entre otros, se daban cita Manolete, Juan Belmonte, Primo de Rivera y el rey Alfonso XIII, que entraba por una puerta trasera y pasaba las veladas en el sótano.

Pero, principalmente, acudía al Villa Rosa, en el Barrio de las Letras, que aún se conserva en la calle Núñez de Arce 17, esquina al Callejón del Gato, también junto a la Plaza de Santa Ana. En los años de la dictadura primorriverista el propietario era Antonio Pajares, anterior camarero del cercano Mesón del Gato. En su establecimiento contaba con el cantaor jerezano Antonio Chacón, el guitarrista madrileño Ramón Montoya Salazar, que creó escuela, y un cuadro de bailaoras, lo más selecto del flamenco en la capital.

Adaptó los interiores como si fuera una pequeña Alhambra con un patio andaluz y, a causa de la gripe, introdujo un moderno sistema de lavabo, secado y esterilización de toda la vajilla. Organizaba fiestas flamencas para la aristocracia, políticos, toreros y artistas con Francisco de Asís, Conde de los Andes, que fue diputado por el Partido Conservador y ministro con Primo de Rivera.

En el local existía un subterráneo con reservados, pequeñas habitaciones en las que cualquier cliente podía pedir que alguna artista le cantara tonadillas a él solo. El visitante más ilustre del Villa Rosa fue Alfonso XIII, que acudía a la zona privada de la planta inferior a través de una media puerta oculta que aún existe. En aquel punto confluían tres pasadizos de una compleja red del subsuelo de Madrid, actualmente cegados. El otro insigne cliente era el general Primo de Rivera, jefe del gobierno, que allí se encontraba con La Caoba.

Esta seudo bailaora, aparte de su particular belleza, arrastraba un bagaje de conflictos con la policía a causa de su afición a los estupefacientes de la época, como la cocaína o la morfina, hasta que un día subió un peldaño más en su carrera. La familia de un empresario teatral la denunció por tráfico de drogas y la acusó de tenerle sometido a su voluntad a causa de la adicción a las sustancias que le suministraba, lo que le condujo a la pérdida de su hacienda y de su voluntad.

 

2.- EL GENERAL PRIMO DE RIVERA, DEFENSOR DE ‘LA CAOBA’

El general Primo de Rivera, jefe del gobierno por aquel año de 1924, se daba al alterne para olvidarse del desconsuelo de haberse quedado viudo de su esposa Casilda Sáez de Heredia, con la que tuvo seis hijos en los seis años de matrimonio. Se rodeó de un “grupo de amigas que le tuteaban por las noches en los burdeles de Madrid”, según relataba Blasco Ibáñez, siendo Maruja, “cierta trotadora de aceras apodada La Caoba”, quien le proporcionaba el mayor aliento.

La denuncia siguió su curso y llegó al juzgado de instrucción del distrito del Congreso, que se hallaba en la Casa de los Canónigos, en la calle General Castaños 1, actual sede del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Su titular era el gijonés José Prendes Pando, que de inmediato inició el procesamiento de La Caoba. Ordenó el registro de su casa y la envió a prisión. Al verse entre barrotes, la detenida solicitó la ayuda del General, su amigo íntimo a precio ajustado, que no dudó en darle cuanta necesitara para que la dejaran libre.

Primo de Rivera se puso en contacto con el juez Prendes, indicándole que la liberara y dejara de molestarla, a lo que hizo caso omiso y continuó adelante con el expediente. El interpelante lo intentó por segunda vez a través de una carta intimidatoria. El instructor volvió a negarse, comunicando al General que su misiva quedaba unida a la causa. A partir de ese momento, toda la documentación quedó abierta para los letrados de la defensa y la acusación y el caso se hizo público. El suceso se difundió con rapidez y el Rey se vio en la tesitura de llamarle a Palacio para reprenderle por falta de simulado recato, llevándole a descargar toda su cólera contra el juez.

 

3.- REPRESALIAS CONTRA EL PODER JUDICIAL

El dictador apeló al presidente del Tribunal Supremo, el toledano Buenaventura Muñoz Rodríguez, para que sancionase al juez Prendes. Pero no viendo motivo para ello, rechazó el velado mandato aduciendo la rectitud del instructor en el desempeño de su trabajo. A partir de entonces, Primo de Rivera emprendió una feroz persecución contra ambos, “por dar gusto a sus amigas matriculadas en el Gobierno Civil de Madrid”, en palabras de Blasco Ibáñez.

Llamó a Ernesto Jiménez Sánchez, Subsecretario de Gracia y Justicia, para que procediera contra el juez y recuperara la carta que le había enviado. Jiménez envió el asunto a la Junta Inspectora del Personal Judicial, que se acababa de constituir en el Senado para revisar las actuaciones judiciales de los últimos cinco años. Dicha Junta estaba compuesta por tres vocales magistrados del Tribunal Supremo, Francisco García Goyena, Edelmiro Trillo Señorans y Juan González Tamayo, actuando como secretario con voz sin voto Galo Ponte Escartín, fiscal de dicho tribunal.

La Junta no tuvo tanto en cuenta las alegaciones del juez como las notas oficiosas publicadas por Primo de Rivera en las que se declaraba “protector de las jóvenes alegres”, o en la que literalmente decía: “El presidente del Directorio no se siente molestado por la persistencia de la insidiosa campaña fundada en su intervención, para que se hiciese justicia a una mujer, a su parecer injustificadamente detenida. Así volverá a proceder cuando la ocasión se presente, teniendo a gala de su carácter haberse inclinado toda la vida a ser amable y benévolo con las mujeres”.

En consecuencia, el procedimiento contra La Caoba fue archivado y puesta en libertad, mientras que el juez Prendes era enviado con carácter forzoso a la Audiencia Provincial de Albacete. Su estancia en esa ciudad manchega resultó breve porque actuó de forma diligente. Pidió la excedencia voluntaria para, a continuación, solicitar el reingreso en una plaza de magistrado de la Audiencia Provincial de Oviedo, que había quedado vacante. Allí fue nombrado presidente de dicho órgano judicial y permaneció hasta la jubilación. Posteriormente, se dedicó a la pintura y la caricatura, su afición de juventud.

En cuanto al magistrado Buenaventura Muñoz Rodríguez, el Rey firmó el 7 de febrero de 1924 un Real Decreto que le obligaba jubilarse anticipadamente, siendo sustituido por Andrés Tornos y Alonso. Muñoz era un profesional de gran prestigio que terminó su amplia carrera ominosamente por orden del dictador. Al igual que Miguel de Unamuno, la muerte civil le causó la muerte natural a los pocos meses. Y como Unamuno, su figura recibió el reconocimiento póstumo, este caso, la República le rindió un merecido homenaje en 1931 a iniciativa de Fernando de los Ríos, ministro de Justicia.

 

4.- MIGUEL DE UNAMUNO ENVIADO AL DESTIERRO

El escándalo alcanzó grandes dimensiones. Con nombres supuestos, el periodista Gabriel Maura relató con meridiana claridad  lo sucedido en El Heraldo de Madrid, en su edición del día 5 de enero de 1924, acerca del “paraíso artificial a que convidaban las inyecciones de aquellas sustancias medicamentosas”. El Directorio sancionó al periódico suspendiendo la edición durante dos días.

Miguel de Unamuno, entonces vicerrector de la Universidad de Salamanca y el exdiputado republicano Rodrigo Soriano, ambos miembros del Ateneo de Madrid, atacaron a Primo de Rivera en la prensa con gran virulencia. Por su parte, el presidente del Ateneo, Armando Palacio Valdés, dimitió como consecuencia de la exaltada intervención que el 19 de febrero tuvo Soriano con palabras gruesas en la sala de conferencias contra Primo de Rivera, con quien ya años atrás se había batido en duelo, lo que provocó el cierre de la institución por el gobierno.

El malestar se iba extendiendo por amplios sectores de la sociedad, entre ellos, el Colegio de Abogados de Madrid, cuya junta general emitió un enérgico comunicado de protesta. Pero también hubo silencios elocuentes. No levantaron su voz los miembros de la magistratura, ni el Partido Socialista, ni la Unión General de Trabajadores. Menos aún el líder Largo Caballero, que había sido nombrado Consejero de Estado por el dictador. Incluso, Julián Besteiro pretendió crear un sistema bipartidista formado por el Partido Socialista y la Unión Patriótica creada por Primo de Rivera como partido único.

Miguel de Unamuno recibe en Salamanca la orden gubernamental de destierro para Fuerteventura, emitida el 20 de febrero, adonde iría acompañado por Soriano. Ignora su duración y el motivo exacto de tal resolución. Incluso cree que se debía a un discurso dado días atrás en la sociedad cultural El Sitio de Bilbao. Pero las causas fueron múltiples. Las críticas contra el Rey habían sido constantes durante diez años, desde que fue cesado como Rector. No podía imaginar que no regresaría hasta pasados seis largos años.

Y en el confinamiento, Unamuno siguió emprendiéndola contra el monarca y el General: “Famoso se hizo el caso de la ramera, vendedora de drogas prohibidas por la ley y conocida por La Caoba, a la que un juez de Madrid hizo detener para registrar su casa y el dictador le obligó a que la soltase y renunciara a procesarla por salir fiador de ella. Cuando el caso se hizo público y el rey, según parece, le llamó sobre ello la atención, se le revolvió la ingénita botaratería, perdió los estribos, no la cabeza, que no la tiene, y procedió contra el juez tratando de defenderse en unas notas en que se declaraba protector de las jóvenes alegres”, escribía.

 

5.- LAS NOTAS OFICIOSAS DEL GENERAL PRIMO DE RIVERA

Los amigos de Unamuno reclamaron inútilmente a Primo de Rivera que revocara la orden de destierro. Gregorio Marañón se lo pide en El Liberal en una carta abierta. El dictador responde con notas en la prensa diciendo que “contra Unamuno no cabe indulgencia alguna” y aprovecha para minusvalorar su inteligencia y su conducta.

El desprecio hacia don Miguel fue una constante. El 21 de marzo reunió a la prensa para proporcionarle una nota verbal: “Es preciso que nos demos cuenta de quién es el señor Unamuno. Yo creo que un poco de cultura helénica no da derecho a meterse en todo lo humano y lo divino y a desbarrar sobre todas las demás cuestiones… Si vuelve a escurrirse, lo meteremos en cintura y nada más, sin temor a esa protesta que se habló cuando impusimos al señor Unamuno el castigo que merecía… Para mí, Unamuno no es ni sabio ni nada que se le parezca”.

Mientras tanto, Primo de Rivera continuaba velando por los intereses nacionales ejerciendo el paternalismo con sus notas oficiosas en la prensa, aconsejando a los ciudadanos hacer gimnasia, la cría de aves de corral, conejos, abejas y “especialmente, la del gusano de seda y aprovechamiento del capullo como base de una importante industria nacional”.

Y trata de regular una vida ordenada, hasta el extremo de indicarles a la hora en que deben hacer la comida, prácticamente, una al día. El 9 de octubre de 1929 escribía en La Vanguardia: “El plan de vida en España de las clases medias y pudientes es disparatado. La comida o el almuerzo, que no se sabe bien lo que es ni cómo llamarla, de las dos y media a tres de la tarde, y la comida o cena de las nueve y media o diez de la noche, son un absurdo y un derroche y una esclavitud de la servidumbre doméstica, obligada a trabajar casi hasta las doce de la noche, hora en que se apagan los fogones y se levantan los manteles. Bastaría sólo una comida formal, familiar, a manteles, entre cinco y media y siete y media de la tarde y después, los no trasnochadores, nada; los que lo sean, un refrigerio”.

(Foto portada. Tablao Villa Rosa. Madrid)

 

 

General Primo de Rivera

 

El general Primo de Rivera con el rey Alfonso XIII

 

Tablao Los Gabrieles

 

Tablao Villa Rosa

 

Miguel de Unamuno

 

Rodrigo Soriano

 

El rey Alfonso XIII con el Gran Collar de la Justicia

 

 

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