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Ortega y Gasset y Unamuno, dos cordiales enemigos

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Ortega y Gasset y Unamuno, dos cordiales enemigos

 

 

EL ENFRENTAMIENTO ENTRE MIGUEL DE UNAMUNO Y ORTEGA Y GASSET FUE UNA CONSTANTE DESDE QUE SE CONOCIERON, SALVO UNA TREGUA, CUANDO EL RECTOR FUE DESTITUIDO.

 

 

1.- Unamuno: la solución a la crisis española está en Europa

2.- Unamuno cambia drásticamente de criterio: el casticismo

3.- La irrupción del joven Ortega y Gasset

4.- La Generación del 14

5. Malas relaciones personales entre Unamuno y Ortega

6.- Encuentro entre Unamuno y Ortega en Salamanca

7.- Paz en la guerra

8.- Homenaje a Unamuno en Salamanca con Ortega y Gasset

 

 

 

1.- UNAMUNO: LA SOLUCIÓN A LA CRISIS ESPAÑOLA ESTÁ EN EUROPA

El ensayo En torno al casticismo (1895) es una obra emblemática de Miguel de Unamuno y punto de partida ideológico para otros autores, como Maeztu, Azorín y Pío Baroja, calificados como el núcleo de la Generación del 98. Unamuno planteaba el modo de superar la crisis social del país, para lo que sólo había dos caminos: la integración cultural de España en Europa, o la antagónica, la introversión en la tradición hispana, el cerramiento del país a las influencias europeas y al modernismo. Se trataba de una dialéctica finisecular siempre latente.

En un primer momento, Unamuno se inclina por la europeización de España. Era seguidor de Joaquín Costa, el primero de los reformadores, al que admiraba en su juventud. Costa consideraba que el inmovilismo impedía el progreso y que no era el medio de superar el desastre nacional tras la pérdida de las colonias españolas. Por ello, pide “escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar”.

El futuro Rector de la Universidad de Salamanca atravesaba entonces una etapa de convivencia con el socialismo internacionalista. Busca la regeneración nacional, combatiendo el aislamiento internacional que proviene de los tiempos de Felipe II, de la Inquisición y de la Leyenda Negra. Se debía restablecer lazos culturales con los países de nuestro entorno geográfico. Y rechaza la tradición convencionalmente establecida por los tópicos, la España de toros y peineta.

Unamuno parte de un análisis en el que describe a la clase gobernante como “camarillas que se aborrecen sin conocerse”, organizados férreamente “en comités, comisiones, subcomisiones, programas cuadriculados y otras zarandajas”; y al pueblo como la “masa electoral contribuible (que paga impuestos), a la que no se ama ni estudia, y como no se la estudia, no se la conoce para amarla”.

Deseaba encontrar la identidad de su país, sumido en la vulgaridad y la ramplonería, a través de la tradición verdadera, la que vive en el presente y no en el pasado muerto y enterrado definitivamente. Echaba en falta la necesaria inquietud renovadora de los intelectuales y el sentido crítico para rescatar esa auténtica tradición que ha permanecido siempre bajo la Historia misma, que anquilosa la vida nacional y entiende la evolución como el desenterramiento de las cosas muertas en los archivos.

Para Unamuno, había que aceptar que en España se leía más lo extranjero que lo nacional. Los críticos se interesaban más por la cultura europea, porque la representación del mundo no es idéntica para todos los hombres, ni son idénticos cada uno en su ambiente. Por eso, siendo Joaquín Costa presidente del Ateneo de Madrid, realizó una encuesta acerca de los remedios para atajar los males de la sociedad española, a lo que Unamuno contestó: «Necesitamos nuestra reforma indígena, intima, propia… pero al sol y a las luces del espíritu europeo moderno».

 

2.- UNAMUNO CAMBIA DRÁSTICAMENTE DE CRITERIO: EL CASTICISMO

Sin embargo, años después, a consecuencia de una profunda crisis anímica, Unamuno girará radicalmente el rumbo de sus posiciones. Abandonará la cultura europea como meta y se decantará en mayor medida por la tradición española, siguiendo los precedentes del escepticismo que en su día mostraron Cervantes, Quevedo, Cadalso y, sobre todo, Larra y Ganivet.

En 1897, Ganivet publica su obra Idearium Español, en la que sostenía que era necesaria una reconstrucción interior de España sustentada por los pilares de la tradición: “Podemos recibir influencias extranjeras, pero mientras no estén sometidas a lo español, no levantaremos cabeza”, concluía. Unamuno terminó asumiendo ese postulado y se encerró en las fronteras nacionales, esgrimiendo sus conocidas frases «me duele España» o «que inventen ellos».

 

3.- LA IRRUPCIÓN DEL JOVEN ORTEGA Y GASSET

Esta nueva tendencia de Unamuno de dar primacía a lo español exasperaba al joven filósofo José Ortega y Gasset, partidario de que la ansiada regeneración sólo era posible mediante la incorporación de la cultura española a la europea en general y a la alemana en particular, donde él se había formado. Ese era el único medio para la regeneración que sacaría a España de todo lo viejo, anquilosado y reaccionario, según comentaba años después a Federico de Onís, amigo de ambos.

Cuando Ortega y Gasset vuelve de Alemania, se dirige a Unamuno para que participase en su cruzada de europeización. Pretendió crear un partido de intelectuales y buscó su apoyo: «Vamos a tener que echarnos nosotros ideólogos a la calle. No hay más remedio. Hay que formar el partido de la cultura». Pero, según Damaso Alonso: “Se encontró con un hirsuto morabito, casi cabileño”. Con ese calificativo, Ortega arremete contra Unamuno escribiendo en El Imparcial de Madrid: “Dejo para unas disputas que estoy componiendo contra la desviación africanista inaugurada por nuestro maestro morabito don Miguel de Unamuno”.

Pero el Rector no se arredraba. Mantenía una actitud hostil hacia Europa y escribía con sarcasmo la palabra Kultura con K mayúscula. Por su parte, Ortega calificaba a Unamuno de “morabito máximo que, entre las piedras reverberantes de Salamanca, inicia a una tórrida juventud en el energumenismo”. Y ponía a esa piedra blanca de Villamayor, que se enrojece con el paso de los años, en relación con el Rector: “El matiz rojo y encendido de las tardes salmantinas le vendrá de que las piedras aquellas, venerables, se ruborizan oyendo lo que Unamuno dice, cuando en la tarde, pasea entre ellas”.

 

4.- LA GENERACIÓN DEL 14

Para el renombrado matemático Julio Rey Pastor, estábamos ante un cambio de generación en la cultura española, el paso de la del 98 a la modernidad de la del 14. En 1912. Unamuno acababa de publicar su obra Del sentimiento trágico de la vida. Julio Rey, comentándola, afirmaba: “En oposición a la España introvertida, que deseaba Unamuno, poblada de hombres acurrucados al sol… consagrados a meditar sobre los enigmas de la muerte, surgió una generación vigorosa, extrovertida hacia la alegría de la vida, que se propuso reanimar la Historia de España por un nuevo rumbo y hacia una nueva meta, en antípoda de la señalada por Unamuno”.

El adalid de la nueva generación era Ortega y Gasset, un filósofo que habían ampliado su doctorado en las universidades alemanas de Leipzig, Berlín y Marburgo. Luego, obtuvo la cátedra de Metafísica en la Universidad Central de Madrid. Su formación era más académica que la de Unamuno, que se mostraba más visceral en sus reflexiones y adolecía de una preparación sólida y sistemática.

El 7 de diciembre de 1917, Ortega expone en el diario El Sol su ideario europeísta, el de una nueva España abierta al exterior, en la que por primera vez distingue la ‘España real’ de la ‘España oficial’. La cultura europea dará la modernidad al país, relegando a la Historia el papel de instrumento para evitar los errores del pasado. Eso era ser español y europeo a la vez.

En tanto que el país se abría al mundo, Unamuno se parapetaba en sus conflictos internos existenciales. Había leído Hegel en profundidad. Pero, sobre todo, fue el descubridor del danés Soren Kierkegaard, entonces desconocido en España, mientras que a él no le importó estudiar el idioma danés para comprenderle en sus propias fuentes. De esta manera, en las tertulias se aferraba al filósofo danés sin que nadie pudiera contradecirle. Así fue como entre los filósofos españoles se distinguieron dos corrientes: los orteguistas y los unamunistas.

 

5.- MALAS RELACIONES PERSONALES ENTRE UNAMUNO Y ORTEGA

El enfrentamiento entre Unamuno y Ortega subió de nivel hasta entrar en lo personal. Ortega criticaba sus contradicciones, sus excentricidades, que la lucha fuera su modo de vida. Era un contra esto y aquello, contra todos y todo. El culmen de la enemistad entre ambos arreciaba cada vez que coincidían en la redacción de Revista de Occidente. Cuando Unamuno llegaba, Ortega se levantaba y se iba. Irónicamente, Ramón Gómez de la Serna decía que Unamuno estaba tan a lo suyo con sus soliloquios “que nunca notaba esa ausencia”.

Ortega explicaba esa sensación de incompatibilidad que sentía con él: «No he conocido un yo más compacto y sólido que el de Unamuno. Cuando entraba en un sitio, instalaba desde luego en el centro su yo. Como un señor feudal hincaba en el medio del campo su pendón. Tomaba la palabra definitivamente. No cabía el diálogo con él. No había pues, otro remedio que dedicarse a la pasividad y ponerse en corro en torno a Don Miguel, que había soltado en medio de la habitación su yo, como si fuese un ornitorrinco. Porque Unamuno era, como hombre, de un coraje sin límites. No había pelea nacional, lugar y escena en peligro, al medio de la cual no llevase el ornitorrinco de su yo, obligando a unos y a otros a oírle, y disparando golpes líricos contra los unos y contra los otros».

Incluso, le asimiló a George Bernard Shaw, ocho años mayor: “Ambos fueron intelectuales convencidos de que la humanidad tenía el deber de escucharlos y aplaudir sus gracias juglarescas. No podían respirar sin sentirse rodeados de un pueblo en suspenso, encandilado por sus chanzas polémicas”

 

6.- ENCUENTRO ENTRE UNAMUNO Y ORTEGA EN SALAMANCA

Las relaciones entre Unamuno y Ortega y Gasset se tensaron más sin ningún recato en Salamanca. En 1913, Ortega funda una agrupación de intelectuales denominada “Liga de Educación Política Española”. Meses después, quiso contar con Unamuno, para lo que se desplazó hasta la capital charra. El encuentro tuvo lugar en el Café Novelty, donde Unamuno le recibió en su velador preferido, rodeado de su habitual corte de tertulianos.

Ortega le leyó y comentó los estatutos largamente, exponiéndole que “ante la inacción de los políticos para reformar el liberalismo, se hacía necesario crear el partido de la cultura y echarnos nosotros, los ideólogos, a la calle”. Unamuno le escuchaba atentamente y guardaba un inusitado silencio, como si estuviera pensando en otra cosa, hasta que cuando terminó le dijo: “De modo que usted será el padre del partido y a mí me corresponde el papel del espíritu. Pues no. Sepa que yo soy el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de mi propio partido, y si alguien se alista en él, me doy de baja”. Como era de esperar, ante la presencia de dos fuertes personalidades y la exhibida egolatría de Unamuno, todo terminó en un sonoro desencuentro.

Otro escalón en el conflicto tuvo lugar con el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, que dividió al mundo occidental en dos bandos, los partidarios de Alemania y los del grupo de países aliados. El Gobierno español prefirió que España permaneciera neutral. La decisión tenía su lógica. No hacía mucho que España acababa de perder las colonias de Cuba y Filipinas con una importante sangría en vidas humanas, al tiempo que las guerras en Marruecos no cesaban. Lo que no era óbice para que, además, hubiera intereses espurios de algunos magnates por convertirse en suministradores de armas o de material de todo tipo a las partes en liza.

El jefe del gobierno, Eduardo Dato, decretó sanciones para quienes rompieran ese estatus: “Los españoles residentes en España y el extranjero que ejerzan cualquier acto hostil contrario a la neutralidad perderán el derecho a la protección del Gobierno y sufrirán las consecuencias de las medidas que adopten los beligerantes, sin perjuicio de las penas en que incurran con arreglo a las leyes de España”.

Los intelectuales fueron los primeros en infringir dicha norma y se alinearon en dos bandos, los germanófilos y los aliadófilos. Ortega militó en el primero y Unamuno formó la Liga Aliadófila de Salamanca, participando en conferencias y mítines enardecedores, incitando al Gobierno a entrar en el conflicto. Era lo que Pío Baroja denominó “la Guerra Civil de las palabras”. Hoy, esa polémica produce sonrojo, porque era evidente que ninguno de los dos iba a coger un fusil. Esa labor se la dejaban a otros.

 

7.- PAZ EN LA GUERRA

Como en el título de la novela de Unamuno, en mitad de la batalla hubo un receso entre los dos personajes. Acaeció un hecho determinante. Unamuno fue destituido como Rector de la Universidad por el ministro de Instrucción, Francisco Bergamín. Ortega y Gasset, entonces catedrático de la Universidad Central, no dudó en dar todo el respaldo a Unamuno, participando en cuantos actos de desagravio se celebraron en Madrid y por todo el país, en los que señalaba: “España sabe lo que debe a Unamuno, pero sería curioso saber lo que le debe al señor Bergamín”.

En un mitin pronunciado en Bilbao entre un numeroso público, Ortega manifestó: “No ignoráis que soy enemigo extremo del señor Unamuno y que él me devuelve con creces esa hostilidad intelectual. No creo que el ex Rector de Salamanca haya escrito contra nadie mayor número de párrafos que contra mí. El acudir yo ahora presuroso en su defensa, hace evidente que con su destitución no sólo él ha sido herido. Reñíamos en un combate, combate cuerpo a cuerpo, pero en toda lucha hay siempre un momento que hace de ella un abrazo.

Salvando las distancias, el mérito personal, yo diría que competíamos el uno contra el otro, pero ambos por unas mismas cosas: por el triunfo del espíritu y de las altas esperanzas españolas. Y estas son las cosas que han sido hoyadas y escarnecidas en la destitución del señor Unamuno, y una profunda lealtad nos obliga a suspender un instante nuestras pendencias y volvernos juntos contra el agresor forastero, sin perjuicio de que mañana, vuelta la normalidad, tornemos a darnos botes de lanza”.

 

8.- HOMENAJE A UNAMUNO EN SALAMANCA CON ORTEGA

En Salamanca, diversas sociedades obreras ofrecieron un homenaje al Rector destituido  en el Café Suizo, al que quiso sumarse Ortega y Gasset. Cuando, ante una audiencia expectante, Unamuno y Ortega entraron en la sala, el aplauso fue unánime para ambos por igual. Ortega dio un importante discurso en el que apuntó: “Hay dos Españas, la oficial, corrompida, decrépita, viciada, y la otra, incipiente, que aspira a vivir y que amenaza ser ahogada cuando está todavía sin formar”.

Le siguió Unamuno dirigiéndose a los asistentes en términos parecidos: “Está todo corrompido. Las sociedades obreras están también infeccionadas del ambiente general. Pero, así y todo, son las más puras. Yo no creo a los obreros enteramente buenos, pero sí los creo mejores que otros. Es preciso que no os dejéis engañar por los que compran vuestros votos, regalando a vuestras bibliotecas libros de desecho o dando credenciales a unos cuantos de los que os dirigen”.

Posteriormente, en el trasfondo de la tertulia de la Revista de Occidente, editada por Ortega y Gasset en Madrid, ambos restablecieron la dialéctica belicosa habitual, dentro de un ambiente de aparente concordia. El Rector, tan suyo, seguía manteniendo su principio: “Hay que españolizar Europa”. Y Ortega sacaba su arsenal irónico para reprobarle que no hubiese aprendido: “La delicia que es para el verdadero intelectual ocultarse e inexistir”.

Ortega se hallaba autoexiliado en el 43 de la Rue Gross de París cuando, el 1 de enero de 1937, el diario La Nación de Buenos Aires, donde colaboraba como articulista, le anunció el fallecimiento de Unamuno en su casa de la calle Bordadores de Salamanca y, sin saber la causa de su muerte, el día 4 escribió: “Ha muerto de muerte de España”.

Más adelante, en sus Obras Completas, Ortega nos dejaba unas enigmáticas palabras: “Unamuno, de quien había vivido unos veinte años distante, se aproximó a mí en los postreros días de su vida, y hasta poco antes de la guerra civil y de su muerte reculaba a prima noche en la tertulia de la ‘Revista de Occidente’, con su cuerpo ya muy combado, como el arco próximo a disparar la última flecha. Algún día contaré la causa de esta aproximación que nos honra a ambos…”.

 

FUNDACIÓN ORTEGA-MARAÑÓN  –  LA FUNDACIÓN

 

 

Unamuno en un mitin en la Plaza de las Ventas de Madrid. 1917. APHG

 

José Ortega y Gasset

 

José Ortega y Gasset

 

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