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jueves 3 octubre 2024
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Miguel de Unamuno, Portugal y la saudade

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Miguel de Unamuno, Portugal y la saudade

 

 

MIGUEL DE UNAMUNO VISITÓ PORTUGAL VARIAS VECES Y CONOCIÓ A LOS LITERATOS DE SU ÉPOCA. EL RECTOR ERA MIEMBRO DEL CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DE LA LÍNEA FÉRREA SALAMANCA-OPORTO 

 

 

1.- Unamuno en Portugal

2.- Eugenio de Castro

3.- Guerra Junqueiro

4.- Teixeira de Pascoaes

5.- Antero de Quental

6.- Manuel Laranjeira

 

 

1.- UNAMUNO EN PORTUGAL

“Portugal es una hermosa y dulce muchacha campesina de espaldas a Europa, sentada a orillas del mar, con los descalzos pies a orillas del mismo, donde la espuma de las gemebundas olas los baña, los codos hincados entre las rodillas y la cara entre las manos, mira como el sol se pone en las aguas infinitas. Porque para Portugal el sol no nace nunca, muere siempre en el mar que ha frustrado sus hazañas y es cuna y sepulcro de sus glorias. Portugal es un pueblo triste, y lo es hasta cuando sonríe. La literatura, incluso la literatura cómica y jocosa, es una literatura triste” (Unamuno).

El paisaje de Portugal quedó impregnado en la retina de Unamuno, su infinito mar. En Espinho escribió: “El fado, ese quejumbroso y melancólico canto portugués que parece más un pedido de limosna al Todopoderoso, nació al compás del golpe de remo sobre las olas del saudoso mar. El mar es la suma de eternos fados”. De Coímbra recordará los paseos por la ribera del Mondego como los días más serenos de su vida, en compañía del poeta Eugenio de Castro. De Amarante, las pintorescas acequias del Támega y el verde intenso de la vegetación entremezclada con la sombra de Teixeira de Pascoaes. Y la vista de la ciudad de Braga le embelesará y le hará exclamar: Cuando pasen los años me quedará de ella una neblinosa memoria”.

Lo vínculos culturales entre España y Portugal a principios del siglo XX fueron intensos. Así lo atestigua el salmantino Federico de Onís, que en 1905 recibió el encargo de pronunciar el discurso de presentación de los Juegos Florales mantenidos en Salamanca por el rector de la Universidad, Miguel de Unamuno, y el catedrático de la de Coímbra, Eugenio de Castro. Igualmente, existía una fluida relación entre los estudiantes de la Universidad salmantina y la coimbricense a través del intercambio de sus respectivas tunas.

Con motivo de esos contactos esporádicos, Unamuno se interesó por la Literatura y el pensamiento de los autores coetáneos de Portugal. Sus visitas tuvieron una relativa frecuencia por el hecho de que era miembro del consejo de administración de la línea de ferrocarril Salamanca-Oporto, hasta que la instauración de regímenes dictatoriales a ambos lados de la frontera lo desaconsejó. 

 

2.- EUGENIO DE CASTRO

Fue la amistad con el poeta Eugenio de Castro la que inició a Unamuno en su lusofilia, a través de la lectura de su obra Constança. El Rector le conoció en su residencia de Coímbra y por él a Teixeira de Pascoaes, autor que influiría en la obra unamuniana al compartir “un mismo sentimiento trágico de la vida de los hombres y de los pueblos”, la nostalgia saudosa de Teixeira y la agonía existencial de Unamuno.

Por el contrario, Eugenio de Castro se sintió más atraído por las formas, introduciendo en Portugal las técnicas y el estilo del simbolismo francés, una combinación importada de palabras y ritmos que ha sido calificada por la crítica como “muestrario de joyería bien tallada”, más vinculado a los movimientos culturalistas de Lisboa que culminaron con Fernando Pessoa.

De la zona de Oporto, Antonio Nobre constituyó el precedente más inmediato de los autores afectados por la saudade, que muestran en sus versos desgarrados la añoranza de un mundo que se acaba, la infancia que el poeta ha perdido y que le hace decir en su soneto con cierta desesperación resignada: “Qué desgracia haber nacido en Portugal”.

 

3.- GUERRA JUNQUEIRO

Unamuno también se relacionó en Portugal con Guerra Junqueiro, el poeta combativo e iconoclasta de la Escola Nova. Los historiadores han coincidido en considerar que sus obras contribuyeron a crear el ambiente revolucionario que desembocó en la proclamación de la República portuguesa en 1910, especialmente A Patria, donde mitifica el Portugal que Oliveira Martins había plasmado en su obra Historia de la Civilización Ibérica, alabada por Unamuno, de la que dijo que “debería ser un breviario de todo español y todo portugués culto”.

En ella existe un personaje, un loco sebastianista a quien habían robado el alma. Ese sebastianismo que expresa el deseo de los portugueses de que volviera el Rey don Sebastián y así revivir las antiguas glorias, será sustituido por la llegada de la República de mano de su primer presidente, el escritor Teófilo Braga. Precisamente, el día 2 de febrero de 1908, Guerra Junqueiro se hallaba en Salamanca con Unamuno cuando recibieron la noticia del asesinato en Lisboa del Rey don Carlos y del príncipe heredero don Luis Felipe. En esa ocasión Unamuno escribió: “El pueblo portugués tiene como el gallego, fama de ser un pueblo sufrido y resignado, que lo aguanta todo sin protestar más que pasivamente y, sin embargo, con pueblos tales hay que andarse con cuidado. La ira más temible es la de los mansos”.

Unamuno y Junqueiro contrastaron pareceres acerca de la idiosincrasia ibérica, tanto de la lengua como de las tendencias de los escritores de aquel momento. Para el primero, el idioma castellano era el portugués osificado, parafraseando a Cervantes, que opinaba que el portugués era el castellano sin huesos. El segundo destacaba el carácter dulce de los lusitanos y aseveraba que “el español más creyente y piadoso, cuando se encuentra en una contrariedad o aprieto, profiere blasfemias, algo que raramente hace un portugués”. Asimismo, señalaba a Camilo Castelo Branco como el autor portugués más español por su tono quevediano y satírico.

 

4.- TEIXEIRA DE PASCOAES

Teixeira ha sido el pensador portugués que más se ha identificado con Unamuno. De él aseguraba que “si hubiera en España muchos escritores con sus cualidades, sería un peligro para nuestra independencia”, elogios que gratificaban al Rector viniendo del creador del saudosismo.

Al menos fueron cuatro los encuentros entre ambos. El primero, tuvo lugar en Salamanca; el siguiente, en Oporto, donde el padre de Teixeira era gobernador; los otros dos, en su finca de Amarante. Tras las muchas horas que Unamuno pasó con el fundador del movimiento Renascença Portuguesa, llegó a unas conclusiones que reflejó en su obra Por tierras de España y Portugal, un libro cáustico que pone de relieve cómo una cultura tan cercana está tan lejos: “La literatura portuguesa, decía, tiene dos notas dominantes, la amorosa y la elegíaca. Portugal parece la patria de los amores tristes y de los grandes naufragios. El culto al dolor parece ser uno de los sentimientos más característicos de este melancólico y saudoso Portugal. ¿A qué se debe esa escasa comunicación cultural? A la petulante soberbia del español, desdeñoso, arrogante, y a la quisquillosa suspicacia de los portugueses, recelosos, susceptibles como los gallegos, por la pesadilla de una invasión española·”.

La saudade portuguesa impregnó el alma creativa de Unamuno, en cierto modo, porque se trataba de un sentimiento muy profundo que él ya había advertido. Ramón Gómez de la Serna alertó del riesgo que corrían aquellos intelectuales que, como Unamuno, lo experimentaban. “Podría concluirse que el que más lleno está de saudade, el que podría definir la palabra, termina por suicidarse en el momento de encontrar su significado. Son autores que enferman de saudade, un artritismo fatal que penetra en la sangre del lusitano, el glóbulo gris que se enquista entre los glóbulos rojos y blancos”, argumentaba De la Serna.

Unamuno ya había superado ese ataque artrítico años atrás, cuando en 1897 sufrió una crisis ideológica que le puso al borde del suicido, según confiesa en su Diario Íntimo. En 1914, le comenta a Antonio Machado que “he llegado al convencimiento de que mi pesimismo me ahorra desengaños y dudo de que la muerte, ni si es voluntaria, sea el medio de salir de la duda, de la única que vale”.

Los escritores saudosistas se caracterizan por sus monólogos entrecortados, casi dramáticos; por su espontaneidad conversacional, muy similar a los soliloquios de Unamuno, por la introspección de sentimientos y las reflexiones sobre la intimidad, sobre todo, en soledad. La obra de Teixeira As Sombras será para Unamuno un hallazgo. En ella las realidades se diluyen y se disuelven en su propia sombra. El sueño y la vida pierden sus linderos: la vida se convierte en sueño y el sueño en vida.

Cuando en 1914 aparece Niebla, Unamuno repite esa simbología, la sombra será niebla, y la vida, el sueño del Creador como motivo recurrente. Y, paralelamente, surge el deseo de inmortalidad de Unamuno, de que sus personajes le sobrevivan como autor, que se eternice en la memoria de las futuras generaciones, idea que desarrollará en Vida de Don Quijote y Sancho.

 

5.- ANTERO DE QUENTAL

En Unamuno también estará presente el poeta Antero de Quental, que acabó suicidándose, atormentado por la sed de infinitud, por el hambre de eternidad. El Rector lo suscribe y lo hace su leit motiv al decir que “hay sonetos de Antero que vivirán cuanto viven en la memoria de las gentes”. Y le compara con el poeta Ramón de Campoamor, que al lado de Antero resulta un falsificador del escepticismo. Hay que recordar que, en aquel momento, Campoamor era considerado el máximo exponente del pensamiento hispano. As Sombras plantea el panteísmo. La sombra nació con el cuerpo para morir con él. Lleva a Teixeira al anhelo de fundirse con la naturaleza en la sombra universal, a amar a los animales y a las plantas, como los franciscanos o los budistas. Es una poesía sombrosa, lenta, difusa como la niebla, que irá resbalando sobe los corazones dejándoles más llanos, más dulces, más sosegados.

Por su parte, el protagonista de Niebla, Augusto Pérez, entabla un soliloquio con un antagonista mudo, un perro llamado Orfeo, metáfora del movimiento cultural de Fernando Pessoa en Lisboa, sin que pueda resolverle sus dudas existenciales. Otro personaje evocador será el fogueteiro, el recuerdo de los artífices de la pirotecnia, un arte eminentemente portugués que Unamuno vio en el país vecino.

 

6.- MANUEL LARANJEIRA

En cuanto a la religiosidad del pueblo portugués, el rector salmantino la consideró igual que la de los gallegos: célticos. Hay que buscarla por debajo de las formas regulares y canónicas oficiales. En Portugal se profesa un naturalismo panteísta, diferente al sentido religioso castellano, que es semítico. La cuerda del dolor es la que mejor suena en la poesía lusa, doliente y dolorida. En 1909, Unamuno le comunica a Teixeira que en Espinho ha conocido al doctor Manuel Laranjeira, al que le preocupaba la frecuencia con que se producían los suicidios en Portugal. Un año antes, Laranjeira le había escrito a Unamuno: “En Portugal el suicidio es un recurso noble, es una especie de redención moral. En este malhadado país todo el que es noble se suicida, todo el que se canalla triunfa. Nuestro mal es una especie de cansancio moral”.

Eso dio pie al Rector a escribir su artículo Un pueblo suicida. Laranjeira dejó anotado en su diario el resultado de sus conversaciones con Unamuno, a quien en 1912 envió una carta, a modo de despedida, semejante a la que en su día remitió Sa Carneiro a Fernando Pessoa, en la que le anunciaba que, a menos que un milagro lo impidiera, tomaría una fuerte dosis de estricnina y desaparecería de este mundo.

Este aspecto del alma portuguesa fue llevado por Unamuno a obras como La agonía del cristianismo, Del sentimiento trágico de la vida o Soliloquios. Y, de alguna manera, Unamuno también se suicidó por la lenta agonía existencial que colmó su enfrentamiento con el General Millán Astray en Salamanca a los pocos días del levantamiento militar. Laranjeira le había dicho a Unamuno: “En Portugal, la única creencia aún digna de respeto es la creencia en la muerte libertadora. Europa nos desprecia, nos ignora, nos detesta como a gente sin dignidad y, sobre todo, sin dinero. Cuando Portugal atravesaba los días terribles de la dictadura de Franco (Juan Franco, ministro del rey portugués Carlos II) creía que íbamos a resurgir. Hoy, sin embargo, hay una tranquilidad pútrida que me asusta de veras. Este ya no es un pueblo, sino el cadáver de un pueblo”.

Por la mente de Laranjeira pasaba la hora indecisa y gris de Portugal, el crepúsculo de su fatídico destino. Recordemos que el hado, que se funda en la predestinación divina, se halla excluido de la fe cristiana, y esta circunstancia fue la que sopesó Unamuno en su crisis de 1894 para superarla.

(En España hubo varias guerras civiles a lo largo del siglo pasado, que dividieron a los intelectuales en dos bloques, los exiliados y los que se quedaron. Portugal padeció el régimen dictatorial de Oliveira Salazar que duró hasta 1974 sin que los escritores abandonaran el país, sucumbiendo ante la impotencia de la incomprensión autoritaria. Por esta razón, podría hablarse de una generación perdida en España y de una generación suicida en Portugal).

(Foto portada. Torre de Belem. Lisboa)

 

 

Miguel de Unamuno

 

Eugenio de Castro

 

Guerra Junqueiro

 

Teixeira de Pascoaes

 

Antero de Quental

 

Manuel Laranjeira

 

Miguel de Unamuno y Fernando Pessoa. El desencuentro

 

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