Miguel de Unamuno visto por el académico Francisco Ynduráin
FRANCISCO YNDURÁIN RECUERDA ALGUNOS MOMENTOS JUNTO A UNAMUNO EN SALAMANCA, DESDE SUS COMIENZOS COMO PROFESOR DE GRIEGO HASTA EL PENÚLTIMO DÍA DE SU VIDA
1.- La cátedra de Griego de Miguel de Unamuno
2.- Cómo accedió Unamuno a la cátedra
3.- El regreso de Miguel de Unamuno del exilio
4.- Miguel de Unamuno en la República
5.- La guerra civil
6.- Los últimos días de don Miguel
1.- LA CÁTEDRA DE GRIEGO DE MIGUEL DE UNAMUNO
El académico Francisco Ynduráin fue alumno de Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca. En sus recuerdos del maestro siempre mostró una actitud ambivalente, agradecido pero crítico. Como gran observador, lo que le llama la atención de Unamuno es el poco interés que mostraba por el Griego, la asignatura de su cátedra. Era algo palmario. En sus clases no se ajustaba a un programa establecido y siempre terminaba explayándose sobre lo humano y lo divino, escorándose hacia la política, ya fuera la nacional o la local. El Rector se justificaba diciendo que su nivel de Griego era el suficiente para atender a los alumnos, que terminaban haciendo simples traducciones o escuchando comentarios de texto que ya otros autores habían realizado.
Nunca escribió manual alguno de Griego. Y si alguien le preguntaba por qué no investigaba los manuscritos griegos conservados en la biblioteca de El Escorial contestaba: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, una cita bíblica que llevó a su obra La Agonía del Cristianismo. Pero, lo más llamativo es que ni tan siquiera se sentía atraído por los 91 manuscritos que guarda la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, el tercer legado más importante en España, después de los de El Escorial y la Biblioteca Nacional.
En 1908, el periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo escribió en francés el libro La Grecia Eterna, cuando se hallaba en Paris como cónsul de su país. Desde el año anterior ya conocía a Unamuno, pues éste colaboraba con él en la revista literaria mensual El Nuevo Mercurio. Carrillo mencionó al Rector como un personaje de referencia en el mundo clásico. Y fue entonces cuando Unamuno declaró que no sentía ningún apego por el Griego. A modo de contestación, escribió el artículo La Grecia de Carrillo, que incluyó en su obra Contra esto y aquello publicada en 1912. En él manifestaba: “Pero, ¿por qué Carrillo se dirige especial y señaladamente a mí? Sin duda por ser yo un catedrático de Lengua y Literatura Griegas. Sí, lo soy, como lo fue Nietzsche, y Carrillo lo recuerda. Pero, no soy un erudito helenista. Y aún hay más, y es que por esa erudición siento una mezcla de repugnancia y de miedo”.
2.- CÓMO ACCEDIÓ UNAMUNO A LA CÁTEDRA
En 1891 obtuvo la cátedra de Griego como pudo haber conseguido cualquier otra. Antes, había opositado para las de Psicología, Metafísica y Latín por dos veces. En la de Griego, competía con su amigo Ángel Ganivet. El tribunal estuvo presidido por don Marcelino Menéndez Pelayo y entre sus miembros se hallaba el prestigioso crítico literario Juan Valera que, a la vista de los aspirantes, afirmó que lo menos malo era adjudicar la cátedra a Unamuno “porque era el único que podía aprender Griego”, lo que hizo que los dos aspirantes se sintieran ofendidos por el comentario. No obstante, cuando Valera ya era mayor, casi ciego, Unamuno le visitó varias veces en su casa de Madrid muy cordialmente y no hubo ningún reproche.
Francisco Ynduráin culpaba de ello al propio Ministerio que convocaba las oposiciones: “¿Tenía idea el Ministerio responsable de cuál debía ser el grado de conocimiento de la materia que los aspirantes a la condición de catedrático habían de poseer?”, se preguntaba. Tampoco veía cualificados a los jueces del tribunal que iban a seleccionar a los pretendientes, que podían valer de igual manera para Griego, Latín, Árabe o Hebreo. De esta manera, Unamuno sólo se sirvió para la enseñanza de unos libros de Ediciones Hachette establecidos para traducción y comentario sin entrar en disquisiciones filosóficas.
Cuando Ynduráin inició las clases con Unamuno, los alumnos eran cinco, con los que el Rector comenzaba a hablar del Griego, pero pronto mostraba que lo que realmente le gustaba era la Historia de la Lengua Española. Y de tal modo le apasionaba, que concurrió a un premio con Ramón Menéndez Pidal, que éste ganó, pero permitió al Rector demostrar su interés por la etimología de la lengua española. De hecho, sus mejores discípulos fueron grandes filólogos, y alguno académico como fue el caso de Ynduráin. En realidad, se inclinó por todas las lenguas vivas en general mientras postergaba las muertas. Incluso, daba clases de alemán en su domicilio a estudiantes de Medicina que lo necesitaban para la comprensión de los manuales.
Miguel de Unamuno fue alcanzando altas cotas de popularidad en el ámbito internacional, no sólo en el mundo hispano, también en el anglosajón. Como ejemplo, el profesor Edward Maryon Wilson, hispanista de la Universidad de Cambridge, le conoció en la Residencia de Estudiantes de Madrid, para la que había obtenido una beca de estudio Esmé Howard. Fue tal su admiración por él, que envió a Salamanca a Arthur Willis, alumno de la Universidad inglesa, para que pasara algún tiempo en la ciudad y contactara con Unamuno, lo que le resultó fácil al trabar amistad con su yerno José María Quiroga Pla. Como resultado de aquel encargo, Willis escribió el libro España y Unamuno. Ensayo de apreciación, que fue publicado en 1938 por el Instituto de las España de Nueva York, fundado por el salmantino Federico de Onís, el mejor discípulo de Unamuno.
3.- EL REGRESO DE MIGUEL DE UNAMUNO DEL EXILIO
Unamuno pasó seis años fuera de España, como consecuencia del destierro en Fuerteventura al que se vio sometido por orden del general Primo de Rivera, y el posterior exilio que vivió en París y en Hendaya. Francisco Ynduráin recuerda su regreso a Salamanca el día 12 de febrero de 1930, cuando entre un grupo de estudiantes acudió a recibirle a la carretera de Valladolid. Era un día gélido, había nevado, pero el calor se palpaba en el ambiente. La comitiva emprendió por la calle Zamora, Plaza Mayor, Prior y Bordadores. Cuando llegó a su domicilio, los salmantinos requerían su presencia en el balcón para que Unamuno les dirigiera unas palabras. Sin embargo, como se sentía muy cansado, salió por un momento y pronto les dijo que, mejor que tantos ¡vivas!, prefería que le dejaran vivir.
Entre la vehemencia de la multitud, no cesaban los insultos hacia la persona que en ese momento ocupaba su cátedra de Griego, el sacerdote Leopoldo de Juan. Ynduráin lo consideraba injusto porque De Juan era uno de sus profesores más responsables. Su nombramiento fue llevado por Max Aub a su novela La Calle del Valverde con poco tacto. Sin embargo, Unamuno quedó muy caballeroso renunciando a la reincorporación que le correspondía a su cátedra para que su sucesor siguiera en ella. En realidad, pretendía que le concedieran la de Gramática Histórica, a la que realmente aspiraba.
Ynduráin asistió a esas clases de Gramática de Unamuno, más que por obligación, por el placer de oírle cómo daba su impronta personal a lo que ya Menéndez Pidal había sistematizado. A la salida, al final de la mañana, solía hacerse acompañar de algunos alumnos hasta su casa, preferentemente vascos para hablar en euskera, como el que más tarde sería el padre jesuita Arellano Arriaga. Por eso, cuando el yerno de Unamuno, José María Quiroga, preguntó a Ynduráin qué impresión le había causado su suegro, le dijo que, por sus gestos, ademanes y el tonillo, le sonaba a jebo, es decir, a un aldeano vasco.
4.- MIGUEL DE UNAMUNO EN LA REPÚBLICA
Cuando Francisco Ynduráin obtuvo la licenciatura en Salamanca, hubo de partir a Madrid para realizar los cursos de Doctorado en la Universidad Central, la única que estaba habilitada para ello. Posteriormente, regresó en 1935 a Salamanca para presentarse a unas oposiciones como auxiliar de Facultad. Las sacó con facilidad porque Unamuno formaba parte del tribunal y, aunque se había jubilado el año anterior, seguía siendo Rector Honorario. A partir de entonces, los dos eran colegas de facultad e Ynduráin participaba en las tertulias mañaneras, donde Unamuno repasaba las noticias de prensa, leía alguna parte de la última obra que estaba escribiendo o algún artículo de su amigo Indalecio Prieto, como aquel en que narraba que durante una campaña electoral en Écija fue perseguido por los partidarios de su compañero de partido Largo Caballero.
Unamuno no se mostraba satisfecho con la línea política que seguía la República, que era la del Frente Popular del que se sentía muy alejado. A menudo se lamentaba de haber participado inicialmente en el cambio de régimen para semejante resultado. En la Universidad continuamente recibía órdenes ministeriales que no cumplía. Por una de ellas, quedaba prohibido que los dominicos del convento de San Esteban oficiaran la tradicional misa de cada domingo en la capilla de la Universidad. Pero, dada la amistad personal que le unía con dichos religiosos, a quienes frecuentemente visitaba, sin pararse en barras, respondió: “Si es preciso, la misa la diré yo”,
La otra prohibición se refería a que no usara el secular sello de la Universidad que llevaba el solio pontificio, reproducción de la clave central de la bóveda que da entrada al edificio principal por la fachada plateresca. Se trata de la clave de madera que estaba y sigue estando adherida a la de piedra y representa la fundación y los orígenes de la Universidad en el Edad Media.
Si algo molestaba a Unamuno durante la República era ver en la calle algaradas y protestas carentes de sentido, la innecesaria sobreactuación, sobre todo de mujeres a las que llamaba tiorras. Un día, en el transcurso de una visita a Toledo, se topó con una manifestación de mujeres que pedían a gritos el amor libre, a lo que muy malhumorado comentó: “A la fuerza con aquellas arpías”.
En otra, el 7 de junio de 1936, publicó en el diario Ahora un artículo titulado Ensayo de Revolución en el que denunciaba la violencia ejercida contra unos jueces por parte de grupos revolucionarios: “Hace unos días hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por una turba de energúmenos dementes que querían linchar a los magistrados, jueces y abogados. Una turba pequeña de chiquillos, hasta niños, a los que se les hacía esgrimir el puño, y de tiorras desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas. Y toda esta grotesca mascarada, reto a la decencia pública, protegida por la autoridad. La fuerza pública, ordenada a no intervenir sino después de la agresión consumada”
Durante su jubilación, la actividad de Unamuno seguía siendo incesante. Pero, aún le quedaba tiempo para leer a escritores noveles y ayudarles, como fue el caso del cántabro Manuel Llano, para el que prologó su obra Retablo Infantil y le dedicó un poema para Brañaflor, un libro de relatos y leyendas de Cantabria. E igualmente hizo con Bernat Artola Tomás, escritor castellonense que le presentó Ynduráin, dedicándole frases elogiosas a su poema Terra. En ambos casos, el Rector mostró una receptividad inusitada, que en cierto modo sorprendía, posiblemente, debido al paso de los años.
5.- LA GUERRA CIVIL
Cuando la guerra civil comenzó, Francisco Ynduráin se encontraba de vacaciones en Navarra, donde se sintió amenazado. En los primeros días de setiembre decidió marchar a Salamanca para hablar con Unamuno. Al llegar a la capital charra fue detenido e interrogado en el Gobierno Civil, que entonces estaba ubicado en la calle Prior, sin que tuviera mayores consecuencias.
Ya en presencia del Rector, le pidió que le destinara a algún lugar fuera de Salamanca, pero dentro del distrito universitario. Unamuno le expidió un oficio para que se integrase en el Instituto de Plasencia en calidad de suplente, recomendándole que visitara los alrededores de la ciudad para comprobar la belleza de la sierra desde donde podría avistar las cumbres de Gredos, lo que así hizo.
En aquel encuentro Ynduráin pudo entrever el cambio de opinión que Unamuno experimentó respecto de la sublevación militar, cuando vio que sus amigos y colegas eran asesinados. Se quejó a Franco, pero no obtuvo ninguna respuesta convincente. Luego, ocurrieron los hechos del paraninfo, el enfrentamiento con Millán Astray y el confinamiento del Rector en su casa.
En cuanto Ynduráin se enteró del suceso, se apresuró a visitarle, topandose en la puerta con un policía que era un paisano y antiguo conocido suyo. Encontró a Unamuno muy alterado y escribió: «Me sorprendió una cierta agitación por encima de la que le tenía en vilo aquellos días». Estaba muy desolado. Había sido destituido como Rector a petición de sus compañeros de la Universidad, algo que nunca hubiera imaginado. Pero el amor propio de Unamuno le impedía aceptar cualquier signo de debilidad en aquellos difíciles momentos y le dijo y repitió: «Estoy más fuerte que nunca». En sus palabras se vislumbraba lamentación y desengaño.
6.- LOS ÚTIMOS DÍAS DE DON MIGUEL
Cuando a finales de 1936 Unamuno se hallaba confinado en la casa de la calle Bordadores, varios jóvenes intelectuales falangistas se prestaron a acompañarle para cortos paseos por la ciudad. Uno de ellos era Víctor de la Serna, hijo de la escritora Concha Espina, con quien Unamuno había mantenido una larga relación epistolar, aunque no se conocieron personalmente. En esos momentos era jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda en Salamanca y había sido redactor de los diarios El Sol e Informaciones de Madrid. Otro fue el vigués Eugenio Montes, del que Unamuno también tenía buenas referencias. Era catedrático de Instituto y corresponsal de los diarios ABC y El Debate, además de colaborador de La Gaceta Literaria y de Jorge Luis Borges en la revista argentina PROA.
Pero, a pesar de la fortaleza que le dijo tener a Ynduráin, Unamuno se sentía abatido y presentía su final. El 21 de diciembre, diez días antes de su muerte, no llegó hasta el Puente Romano, como otras veces. Le pidió a Eugenio Montes que le acompañara a ver a un marmolista, su amigo Ángel Seseña García, con taller en la calle de la Rúa, esquina a la de Jesús, que le mostró la lápida a medio labrar de su esposa, doña Concha Lizárraga. El Rector sacó un pedazo de papel del bolsillo en el que había escrito una cuarteta del Salmo III de Poesía, su primer libro de poemas de 1907, y se la leyó para que la pusiera como epitafio en su propia sepultura.
Ynduráin todavía le vería otras dos veces más, la última el 30 de diciembre de 1936, a pocas horas de su muerte. Le dedicó toda la tarde, hasta que llegó el momento de coger el tren, pues su quinta había sido movilizada. Así narra Francisco Ynduráin aquellos postreros momentos con Unamuno: “Pasó a explicarme un par de artículos que preparaba para un periodista holandés y para los franceses hermanos Tharaud, y al hilo de los apuntes a lápiz en las octavillas en que solía esbozar sus escritos, se levantó, y dirigiéndose al estante frontero -estábamos en la camilla de su estudio- trajo un libro del que pronto dio con el pasaje que iba a comentar.
Una vez más partía de un texto en consonancia con su pensamiento, y el de ahora versaba sobre el resentimiento que padecen aquellos que, por haber creído demasiado y sin fundamento, estaban más propensos a descreer y vengarse de los que conservaban su fe. Se trataba de la obra The Complete Works of W. E. Channing (London, 1884) del obispo unitario de Boston. En otra ocasión he puntualizado algo más sobre este libro y las citas anteriores del mismo por Unamuno; pero lo que ahora he de recalcar es el sentido de la palabra clave, resentimiento, aducida por Unamuno, y muy posiblemente recuerdo el término en la pluma de Nietzsche, que acudió al francés para dar más fuerza al schadenfreude alemán (alegría por el mal ajeno), en su Genealogía de la Moral. Así, Unamuno se explicaba la anterior y actual quema de objetos del culto y el asesinato de religiosos y sacerdotes. Y allí le dejé a las ocho de la noche, solo en su estudio, que presidían un Cristo y un óleo con la vista del lago de Sanabria, escenario de la pasión de su San Manuel Bueno, Mártir”.
Francisco Ynduráin sería el penúltimo visitante que Unamuno recibió en su casa antes de morir al día siguiente.
(Foto. Miguel de Unamuno. CMU)
Unamuno pasea junto a la puerta de la Biblioteca Histórica. CMU
Unamuno muere al día siguiente de despedirse de Francisco Ynduráin. CMU
El académico Francisco Ynduráin Hernández