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lunes 7 octubre 2024
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El retorno de Claudio Sánchez-Albornoz del exilio

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El retorno de Claudio Sánchez-Albornoz del exilio

 

 

SIN MEDIOS PARA INVESTIGAR, SÁNCHEZ-ALBORNOZ REALIZÓ EN ARGENTINA UNA GRAN OBRA SOBRE LA HISTORIA MEDIEVAL DE ESPAÑA, GRACIAS A SUS MILES DE FICHAS QUE A DURAS PENAS PUDO SACAR EN SU MARCHA AL EXILIO

 

 

 

1.- El rechazo de Claudio Sánchez-Albornoz a volver a España

2.- Las fichas medievalistas

3.- El exilio de Sánchez-Albornoz

4.- Sánchez-Albornoz trata de ir a América

5.- El tortuoso viaje a Argentina

6.- Sánchez-Albornoz ingresa en la Universidad argentina

7.- Recuerdos de la República española

8.- Añoranza de Castilla

9.- Claudio Sánchez-Albornoz en León

10.- Sus libros en Argentina

11.- Una corta visita a España

12.- Sánchez-Albornoz regresa a Ávila

13.- Sánchez-Albornoz, Premio Príncipe de Asturias

14.- Epílogo

 

 

1.- EL RECHAZO DE CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ A VOLVER A ESPAÑA

Fue tarea ardua convencer a Claudio Sánchez-Albornoz para que regresara a España, después de 43 años en su Buenos Aires querido, en el apartamento cuyas paredes rezumaban Historia de España, aquella montaña de libros que había ido creciendo exponencialmente a partir de las fichas medievalistas que pudo llevarse consigo al exilio.

Durante todo ese tiempo, estuvo obsesionado con encontrar una explicación a la sempiterna inclinación de los españoles al enfrentamiento civil, un misterio que plasmó en su obra España, un Enigma Histórico, que explica todas las calamidades e infortunios de España como país. En su labor como investigador no cabía la especulación, sino la construcción histórica sobre fuentes fidedignas que le permitieron desentrañar los rasgos fundamentales de la idiosincrasia española, modificada por la acción de los gobernantes y por el azar. La Guerra Civil no fue el efecto de un golpe militar en un determinado momento histórico, sino el resultado del continuo desencuentro entre españoles a lo largo de los siglos. Así se lo afirmaba de forma determinante al periodista Manuel Calvo Hernando: “Tenemos una herencia temperamental de violencia”.

En 1975, el historiador Carlos Rojas Vila le visitó en su domicilio bonaerense de la calle Anchorena. En la conversación que mantuvo con Albornoz encontró muchas concomitancias con Unamuno. Ambos compartían el concepto de intrahistoria: el pueblo es el que hace la Historia, no los gobernantes, el pueblo de los miles que callan, no los cuatro que gritan. A la postre, para los dos pensadores la Historia era “el sueño de Dios”.

Rojas intentó persuadirle de que volviera a España, donde todos le esperaban. Pero no lo consiguió. “Habría que cortarle la cabeza para que se dejara quitar el sombrero”, decía. Tampoco había tenido éxito Gregorio Marañón Moya, hijo del doctor Marañón, que, en su calidad de Embajador de España en Argentina, le comunicó oficialmente que sería bien recibido por el régimen de Franco, a pesar de haber sido presidente del Gobierno republicano en el exilio entre 1962 y 1970. Pero no dio su brazo a torcer hasta que el dictador no murió y, en 1976, viajó a España para recoger el nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Oviedo, siendo recibido en audiencia especial por el Rey Juan Carlos.

 

2.- LAS FICHAS MEDIEVALISTAS

¿Cómo pudo Sánchez-Albornoz realizar tamaña investigación medievalista desde Argentina, en un país sin archivos históricos, imposibilitado de acceder a los de España? Esa era la explicación de su reticencia al regreso. Buenos Aires significaba todo en su vida, el sosiego que necesitaba para sus indagaciones, los alumnos que le estimulaban a seguir, en tanto que España era la ensoñación de un pasado inexistente. Además, había un motivo decisivo para no querer volver: el inmenso material que atesoraba, miles de fichas de incalculable valor documental, que fue confeccionando desde su más temprana edad.

A los dieciocho años ya andaba entre los legajos del archivo municipal abulense, del que extrajo su artículo sobre la Guerra de la Independencia para el Diario de Ávila, un periodo que calificó gris, de frecuentes saqueos y tropelías de triste final, cuando a la llegada del Rey Fernando VII fue retirada la placa de la Constitución en 1812 de la plaza del Mercado Chico.

Como funcionario del cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, y buen discípulo de Ramón Menéndez Pidal en la Universidad Central de Madrid, siempre utilizó el método que eficazmente éste le había enseñado: plasmar sus notas, conclusiones y transcripciones en fichas de cartulina, que constituyeron su personal archivo del que no se separó jamás, ni en los momentos más dramáticos de su vida. Esas fichas viajaron por seis países con el historiador hasta su llegada a Argentina.

 

3.- EL EXILIO DE SÁNCHEZ-ALBORNOZ

Comenzada la contienda civil, Sánchez-Albornoz tuvo que salir precipitadamente de Madrid hacia Valencia, donde se hallaba el Gobierno republicano, sin que pudiera recoger los ficheros. Las gestiones ante las autoridades de la capital para recuperarlos resultaron espinosas, porque todo su mobiliario, principalmente, las joyas familiares, había sido incautado. Pero los republicanos consideraron que aquellas notas manuscritas carecían de valor y se las remitieron a Valencia. Cuando en 1939 las tropas falangistas saquearon su piso de la calle Ferraz 2 (esquina a Plaza de España), se apropiaron de los cuadros y muebles que quedaban de sus antepasados, pero las fichas ya no estaban.

El presidente Manuel Azaña le nombró Embajador en Lisboa, donde pronto entra en conflicto con las autoridades portuguesas, porque facilitaba la huida de españoles a Francia a través del puerto luso. Y sobre todo, destapa el apoyo económico que el Gobierno de Oliveira Salazar ofrecía a los sublevados. Pocos meses después, ha de huir apresuradamente, cuando el Gobierno portugués rompe relaciones con la República española y reconoce como embajador a Nicolás Franco.

Se embarca hacia Francia y llega a París, alojándose en el Hotel du Caire. En la capital francesa mantiene encuentros con otros intelectuales españoles en su misma situación. Entre ellos Ortega y Gasset, al que visitó al saber que acababa de sufrir una delicada operación del aparato digestivo. Albornoz nunca olvidará el vaticinio del filósofo en la despedida: “Pase lo que pase, en diez años no puede haber elecciones en España, so pena de caer de nuevo en el caos”.

Contacta con el medievalista francés George Cirat y consigue que éste le proporcione una cátedra en la Universidad de Burdeos, donde, ya viudo desde 1932, año en que fallece su esposa la vallisoletana Concepción Aboín, pasó cuatro años en la 61 Rue Louis Barthes de Cauderan con sus padres y sus tres hijos Mari Cruz, Nicolás y Concepción.

En la ciudad gala mantiene correspondencia con antiguos compañeros de la Universidad en la que muestra su pesimismo sobre la situación en España. En 1937 le había manifestado a Federico de Onís, profesor salmantino en la Universidad de Columbia de Estados Unidos: “No veo la salida a la guerra. Me parecen equilibradas las fuerzas y ningún frente puede hundirse, porque saben en cada bando que su derrota es su exterminio”. En 1939, le resultó muy penoso ver pasar por delante de su casa a cientos de refugiados españoles intentando partir para América, incluido el Presidente de la República.

Manuel Azaña se alejó de Valencia y, tras una estancia en la masía La Barata, junto a Tarrasa, atravesó la frontera francesa, procurando no ser visto por la masa de refugiados. Se instaló en la ciudad de Arcachon, a escasos sesenta kilómetros, en una casa frente al mar donde pudo acabar sus Memorias, La Velada de Benicarló y Diario de La Pobleta. En ellas daba rienda suelta a su versión del desastre de la República, básicamente, la desaparición de los republicanos y su sustitución por anarquistas, comunista y pro rusos.

El presidente reconocía que había perdido completamente el control de la República. Ni siquiera tuvo conocimiento de la salida por el puerto de Cartagena de 500 toneladas de oro del Banco de España hacia Rusia, ordenada por el ministro de Hacienda, Juan Negrín, en pago del material bélico y de la ayuda militar recibida de los soviéticos. Con la llegada de las tropas alemanas a Francia, Azaña huyó de nuevo muy enfermo a Montauban, alojándose en el Hotel Midi, pagado por la embajada mexicana, donde al poco tiempo falleció.

 

4.- SÁNCHEZ-ALBORNOZ TRATAR DE IR AMÉRICA

A propuesta del agregado cultural mexicano en Lisboa, Daniel Cosío Villegas, antiguo conocido de Albornoz, recibe una generosa oferta por parte del presidente de México, Lázaro Cárdenas del Rio, que mostró un gran interés por incorporar a su país a españoles ilustres, como Américo Castro, Menéndez Pidal o Enrique Díez Canedo, todos miembros del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Aquel trabajo consistía en impartir docencia en la Universidad Autónoma de México, remunerado con un sueldo de 600 pesetas mensuales y el pago del pasaje para él y toda su familia.

Albornoz rechazó esa proposición y otras de las Universidades de Buenos Aires, Bogotá y La Habana, de lo que más tarde se arrepentiría. Loable fue la labor de Lázaro Cárdenas en la captación de intelectuales españoles, autorizando la entrada de 10.000 republicanos. Entre ellos se contaban 100 catedráticos, 225 médicos, 60 químicos, aparte de biólogos, filósofos, matemáticos e intelectuales con una sólida formación académica, que crearon la Casa de España en la capital mexicana.

El historiador estaba pendiente de las gestiones del Rector de la Universidad de Burdeos acerca de la concesión de una importante ayuda de la Fundación Rockefeller para sus trabajos de investigación, que le fue concedida. Pero no llegó a disponer de ella, porque las tropas alemanas habían invadido Francia y la policía francesa buscaba al historiador para llevarle ante Franco. Envía a sus padres a España y, varios días después, a sus hijos, tras conseguirles pasaportes cubanos gracias al cónsul de Cuba un Burdeos, al que conocía de un viaje a La Habana.

Le preocupaba su material bibliográfico, los miles de fichas, los cinco volúmenes con los que en 1921 ganó el premio Covadonga y sus últimos trabajos. Para protegerlo cava un gran hoyo en el jardín de su casa y allí lo deposita para recuperarlo cuando aquel temporal amaine. Apenas le da tiempo para más, porque los alemanes entran en Burdeos y la ciudad queda incluida en la Francia ocupada. Siguiendo el Garona, Albornoz huye a la cercana ciudad de Marmande, en la Francia libre, desde donde envía apresurados telegramas a México, La Habana, Bogotá y Buenos Aires y espera durante tres largos meses una respuesta que, por fin, llegaría desde Argentina.

 

5.- EL TORTUOSO VIAJE A ARGENTINA

Pero algo le faltaba, sus cajas de cartulina ocultas en Cauderan. Albornoz narra en sus memorias que entonces tenía relaciones con “una bella chica francesa”. Fue ella quien se encargó de entrar en el jardín de la casa y hacerse con aquel inestimable tesoro. Una vez en su poder, ambos partieron en un vehículo para Marsella, donde Miguel Ángel Cárcamo, Embajador de Argentina en Francia, les facilitó sendos pasajes para Argel.

En la ciudad magrebí, se alojaron en la casa de unos tíos de aquella chica a la que describía como “la providencia”, y que por él estaba dispuesta a todo, incluso a atravesar el Sáhara para llegar a Abidján (Costa de Marfil), donde tenía una hermana y juntos podrían partir sin ningún obstáculo para América. Pero don Claudio desechó la idea en exceso arriesgada. La convenció de que se quedará en Argel, hasta que pudieran reencontrarse en América. Obviamente, nunca más volvieron a verse. Siempre la recordó con nostalgia.

Albornoz parte en tren a Casablanca, el enclave internacional más seguro. Sin recursos, allí pudo quedar atrapado, si no llega a ser por un velero portugués que recala en el puerto marroquí y le traslada a Lisboa. En la capital lusa consigue ayuda para embarcar hasta Brasil. Una vez en Rio de Janeiro, sube a bordo de un barco norteamericano en el que arriba al puerto de Buenos Aires. En la ciudad porteña le espera Luis Méndez Calzada, presidente del Centro Asturiano, que le conduce a su alojamiento en un hotel de la calle Bartolomé Mitre y le concierta un encuentro con varios republicanos, como el exministro Leandro Pita o los escritores Ortega y Gasset y Pérez de Ayala. Don Claudio, por fin, se sentía feliz de hallarse en Argentina con su peculiar archivo.

 

6.- SÁNCHEZ-ALBORNOZ INGRESA EN LA UNIVERSIDAD ARGENTINA

Albornoz consiguió que la Fundación Rockefeller trasladara su aportación económica a la Universidad bonaerense; pero, más tarde, se la retiraron por la llegada al poder del populista Juan Domingo Perón. No obstante, la recién creada Universidad de Cuyo, en Mendoza, tuvo a bien aceptarle en su nuevo equipo de profesores, donde impartiría clases de Historia Medieval. Próxima a la frontera con Chile, en plena cordillera de Los Andes, el trayecto le llevó tres días. Cuando llegó a su destino, fue recibido por el Rector con una reprimenda, porque las clases ya habían acabado y estaban en periodo de vacaciones. Albornoz le tuvo que dar cumplidas explicaciones. Era diciembre de 1940 y hacía un calor austral.

En Mendoza vuelve a escribir a Federico de Onís: “Por verdadero milagro me libré de caer en manos de los alemanes en Burdeos y, tras muchos meses malos en que me vi obligado a separarme de mis hijos y enviarles a España, los Rockefeller me han traído a esta Universidad aún en formación. Y aquí estoy, soñando con poder traer a mis hijos un día y con la desesperación de no poder trabajar, por no tener materiales ni elementos y por haber de proveer a ganarme el pan de mil maneras”.

Sánchez-Albornoz prefería estar en Buenos Aires, que distaba más de mil kilómetros de Mendoza. Durante dos años se afanó por obtener una cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la capital y lo consiguió. En Buenos Aires creó escuela con sus investigaciones sobre la historia medieval de España y, posteriormente, se abrió el Instituto de Historia de España, del que sería su director. En 1944 fundó la prolífica revista Cuadernos de Historia de España que alcanzó un gran prestigio internacional, a pesar de no tener acceso a las fuentes españolas y europeas. Trató de contar con la colaboración de otros historiadores que vivían fuera de España, como Américo Castro o Salvador de Madariaga, pero se lamentaba de que “se dejaran llevar por las enemistades personales”.

A cambio, tuvo que vivir lejos de los suyos, en una gran soledad, aunque, apenas era consciente de ello cuando se sumergía entre sus fichas. No disponía de radio ni televisión, que le aburrían. Tampoco sabía escribir a máquina, ni mostraba ningún interés en aprender. Todo lo anotaba a mano. El exilio le costó no ver a sus hijos en décadas, ni pudo asistir a la muerte de sus padres. Cuando aún estaba en Mendoza, se casó por segunda vez con la argentina Delia Casco, que padeció serios problemas psiquiátricos. Rememoraba algunos pormenores de aquella época: “La noche antes de la boda, cuando dormía en un hotel, fue a despedirse el espíritu de mi primera mujer española, la santa madre de mis hijos. Un ruido extraño y una extraña luz inundaron mi habitación”.

Fuera del ambiente académico se relacionaba con otros españoles, como Leandro Pita, al que veía todos los domingos en misa, o al médico Juan Cuatrecasas en una peculiar tertulia a la que concurría Rafael Alberti. En su residual campo político, fue nombrado presidente del Gobierno de la República Española, que sólo fue reconocida por México y la Yugoslavia del Mariscal Tito.

 

7.- RECUERDOS DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Le atormentaban los recuerdos de la España que dejó y lo reflejaba vehementemente en sus artículos. A menudo se preguntaba por qué fracasó la República. Y siempre señalaba la misma causa: “Por el presidente Manuel Azaña, un débil mental, que se topó con el energumenismo de Largo Caballero, a quien Luis Araquistaín había convencido de que sería el nuevo Lenin español”.

En abril de 1936, José Giral propuso en la casa de Azaña proclamarle presidente de una Dictadura Republicana y fue aprobado. Pero Azaña se resistía: “No quiero ser presidente de una República de asesinos”, decía. Rechazaba depender de los asesores soviéticos que iban llegando. Le veía sentado en una silla, agotado, hundido y confesándole: “Albornoz, no puedo más. Qué país”. Y éste añadía: “A Azaña le faltaban agallas”. Hasta el General Queipo de Llano, de convicciones republicanas antes del golpe de estado, le llamaba “Doña Manolita” por su carácter pusilánime.

En 1938, el ministro comunista de Instrucción, Jesús Hernández, destituyó de sus cátedras a Sánchez-Albornoz, Ortega y Gasset, Américo Castro y Gustavo Pittaluga, sin que Azaña pudiera evitarlo. Albornoz se compadecía de él: “Azaña era un intelectual, un regalo que no era para la España de entonces”. Largo Caballero concitaba toda su animadversión. Había firmado un acuerdo con diferentes fuerzas para la formación del Frente Popular, reservándose el derecho de hacer la revolución tras la victoria electoral.

Manuel Azaña se veía presionado por este pro ruso y sitiado por anarquistas, comunistas y franquistas por igual. Trasladó el Gobierno a la finca La Pobleta en Serra (Valencia), en medio de un escondido y frondoso bosque, cerca del aeropuerto de Manises y del puerto de Sagunto, por si tenía que huir, aunque él se justificaba diciendo que era porque le asfixiaba el calor húmedo de la Albufera. Allí, en agosto de 1937, recibió a Albornoz y le confesó sus temores: “Albornoz, la guerra está perdida. Pero, si por milagro la ganáramos, en el primer buque que saliera de España tendríamos que salir los republicanos, si nos dejan”.

Sánchez-Albornoz también habló con Indalecio Prieto, el entonces ministro de Defensa. Cuando le pregunta que por qué no se acuerda un alto el fuego que conduzca a la paz, dramáticamente le dice: «¡No podemos, Albornoz!”. Éste concluía: “Tres años de guerra civil y cuarenta de franquismo fue la consecuencia de un estúpido error. Una estulticia política de la que podríamos decir que ha salido el tiro por la culata a los a veces ingenuos y bienintencionados gobernantes, y con mucha frecuencia a los ambiciosos de poder sin conocimiento de las lecciones de la Historia”.

 

8.- AÑORANZA DE CASTILLA Y LEÓN

Sánchez-Albornoz rememoraba el comienzo de su interés por la Historia de España. Su primer artículo apareció en el Diario de Ávila, titulado Una visita al Cerro de Guisando, en el que situaba a los monjes del monasterio y al Rey Enrique de Trastámara firmando la ilegitimidad de su propia hija, su deshonra en beneficio de su hermana, la Reina Isabel.

Hubo dos personas clave en la vida del historiador. Una fue don Eduardo de Hinojosa, que en sus clases le imbuyó la curiosidad por la Historia de España; la otra, don Ramón Menéndez Pidal qué le inició en la investigación medieval, del que comentaba: “Se pasó toda la vida andando, por eso llegó a centenario. En una excursión de ambos a Gredos, por Hoyos del Espino, se bajó del caballo y siguió a pie. Y muchos años después nos encontramos en Nueva York y recorrimos la ciudad igualmente a pie. Así toda la vida”.

En compañía del historiador ascendió el cauce del río Tormes, El Barco de Ávila, Bohoyos, donde escucharon antiguos romances castellanos, como el del Infante Arnaldos, cumbre del Romancero español, que los lugareños habían conservado sin ser conscientes de ello. Don Ramón le animó a que elaborara la Historia del Reino de Asturias y sus Instituciones, con la que ganó su primer premio decisorio, no sin tener que superar las trabas que le ponía el archivero de la Catedral de Oviedo. También tuvo impedimentos en Santiago de Compostela. Albornoz puso fin al cierre hermético de los archivos. De sus responsables destacó el carácter patrimonialista que mostraban sobre la documentación histórica a su cargo y el inevitable enfrentamiento para que le permitieran su estudio.

 

9.- CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ EN LEÓN

Mayores facilidades obtuvo de las Catedrales de Astorga y León. Hasta tal punto andaba absorto en su trabajo en esta última, que una tarde de verano de 1921 se quedó encerrado en el templo sin que el cabildo lo advirtiera hasta la mañana siguiente. Pero Albornoz agradeció el incidente: “¡Qué espectáculo de catedral en la penumbra del atardecer y en el silencio total que sólo quebraba, con el tenue ruido de mis pasos! Pocas horas he gozado en mi vida de emoción pareja. El aire parecía remansado en la tarde estival… Recordé otra tarde de atmósfera análoga ante la catedral de Ávila”, evocaba.

Así relataba su “liberación” de aquel santo lugar: “Todo invitaba a gozar de la tarde y de la noche en mi encierro catedralicio, pero en el hotel me aguardaba mi mujer. Acababa de casarme y con ella peregrinaba trabajando con su colaboración por los archivos del noroeste hispano. Y triunfó mi deseo de volver junto a ella frente a la seducción del gozo de una noche misteriosa entre altares y tumbas. Subí al archivo, trepé a la enrejada entrada del mismo y grité desde ella. Una vieja que avanzaba por bajo de los viejos muros oyó mis voces. Pero no podía adivinar de donde provenían. Mas al cabo, cuando se disponía a proseguir su marcha, logré que interviniera para que me librasen del inesperado y extraño cautiverio, y se abrieron las puertas de la catedral, no para dar paso a un rey o a un prelado en visita solemne, sino para permitir a un aprendiz de historiador volver a la vida familiar”.

Fruto de esa estancia, escribió León. Una ciudad de la España de hace mil años, que narra cómo era la vida urbana medieval en aquella ciudad, para lo que fue determinante su hallazgo en 1917 en Portugal de un desconocido texto del Fuero de León, decretado por el rey Alfonso V de León, en el Liber Fidei del Archivo del Distrito de Braga.

Los temas castellano leoneses fueron recurrentes. En 1974 la Revista de Occidente publicó Con un pie en el estribo, una recopilación de veinticinco de esos trabajos aparecidos en la prensa hispanoamericana sobre sus años vividos en Madrid y Ávila. Y qué decir de la opinión de Sánchez-Albornoz sobre la moderna división de España en autonomías: “Auténticos desmanes, como La Rioja o Cantabria, cuyas raíces, secularmente castellanas, se hunden en los tiempos de la Historia”, sentenciaba.

 

10.- SUS LIBROS EN ARGENTINA

Su piso argentino, un apartamento de tres habitaciones, era una montaña inenarrable de libros. En el comedor, en la alcoba, en los sillones, en el balcón, por todas partes había libros. No los compraba, se los enviaban desde todas las instituciones hispanas del mundo. La ubicación era un problema. Tenía más de ochenta años y se sentía solo, no encontraba nada, se desesperaba.

A veces hallaba lo que menos imaginaba, como cuando se topó con una pequeña caja olvidada que contenía las dos llaves que se había llevado de su piso de la calle Ferraz de Madrid. Aquella tarde, emocionado, paró su trabajo y meditó largamente. ¿Quién era él en ese momento? Un sefardí, un judío expulsado de España en 1492, con su casa saqueada por los vencedores de la guerra civil, los señoritos “cristianos viejos”.

En los últimos años, un periodista que sin pudor le pronosticaba su final, le preguntó qué pasaría luego con sus libros, y Albornoz le explicó: “Pues, por ejemplo, haré un codicilo que diga: lego a la ciudad de Ávila un ejemplar de todas mis obras y de los sesenta y dos tomos de mis Cuadernos de la Historia de España, los gruesos volúmenes que desde 1944 he ido publicando en Buenos Aires en colaboración con mis discípulos. Que los abulenses de hoy y de mañana puedan tener idea de lo que he ido creando desde 1936, cuando sin vacilar algunos de ellos me habrían fusilado si hubieran podido”.

(No le faltaban motivos a Sánchez-Albornoz para tan duras palabras. En 1937, el Ayuntamiento de Ávila le había retirado el título de Hijo Adoptivo de la ciudad en los siguientes términos: “Figura destacada del Frente Popular y actualmente señaladísima del contubernio judaizante-moscovita, que ha pretendido destrozar el solar patrio con las monstruosidades cometidas en todos los lugares en que ha puesto su huella infamante. Fundado en estas razones, los gestores que suscriben opinan que no puede seguir llamándose Hijo de la ciudad de Ávila, el que de manera tan destacada y activamente ha contribuido a la barbarie roja que ha azotazo nuestro suelo”).

Al Rey Juan Carlos le dijo que no iba a volver a España por la gran cantidad de libros que tenía en Argentina, a lo que el monarca le respondió: “Se los llevo yo a España”. Y Televisión Española, también se lo sugirió: “Los llevaremos en el mismo avión que usted vaya”. Pero Sánchez-Albornoz recelaba: “Mis gentiles oferentes no han visto mis muchos volúmenes. ¿Se hundiría acaso el aeroplano por el peso de mi biblioteca?”

 

11.- UNA CORTA VISITA A ESPAÑA

A partir de una corta estancia de tres meses en España en 1976, los nombramientos y galardones reconociendo su talla de historiador fueron numerosos: miembro de la Fundación Príncipe de Asturias, Hijo Adoptivo de Asturias, presidente de la Asociación de Amigos de Navarra… En 1980 una comisión de abulenses se trasladó a Argentina para entregarle las Medallas de Oro de la ciudad y de la provincia, expresándole su deseo de que volviera a Ávila, a su casa.

La añoranza que le produjo aquella visita no pudo evitar, días después, que expresara su nostalgia en el diario La Vanguardia: “He revivido al detalle y he rememorado con dolor la casa de mi padre en Duque de Alba 2, en que jugué, amé, sufrí, recé desde mi más lejana infancia. He contemplado su patio cubierto por una parra centenaria y rodeado de geranios y rosales. La sala de billar ornada con muy hermosos cuadros y en la que he jugado muchas veces con lejanos amigos, cuya mesa destrozaron a hachazos los soldados de Franco. El despacho de mi padre, presidido por el magno retrato de su antepasado el Conde de Campomanes. Los tres bellos y viejos relojes que, ante tres magnos espejos, presidían las tres chimeneas de la casa. La alegre galería. Mi cuarto y mi mesa isabelina de trabajo, en la que he escrito algunos libros”.

 

12.- CLAUDIO SANCHEZ-ALBORNOZ REGRESA A ÁVILA

Pero en 1983 don Claudio sufre un progresivo deterioro en su salud, apenas podía tragar o caminar. Los médicos del Hospital Español de Buenos Aires le aconsejan cambiar aquel clima húmedo por el seco de la sierra madrileña. La mejor opción era retornar. Por esta razón regresó el 11 de agosto de 1983, después de haber recibido la Gran Cruz de Carlos III de manos del embajador de España. En el aeropuerto de Barajas le aguardaba un multitudinario y caluroso recibimiento, al frente del cual se hallaba Javier Solana, ministro de Cultura.

Tras pasar por el Hospital Clínico de Madrid, para ser objeto de una revisión y recibir la prescripción de un tratamiento para la neumonía que padecía, fue conducido al domicilio de su hija Mari Cruz en el Paseo de San Roque 17 de Ávila. A los pocos días sufrió una rotura de cadera con caída, que le hizo ingresar en la habitación 511 del Hospital Nuestra Señora de Sonsoles, en la zona de Las Hervencias de la capital abulense. A sus 91 años aún se mantenía en plenas facultades mentales.

Los días eran un paso a la eternidad. Veía el movimiento de las nubes a través de la ventana, camino de su querido Gredos y el cambio de las formas le llevaban al pasado. “A veces algún nubarrón se prolonga de forma cilíndrica, recordando los viejos y primitivos aviones alemanes”, relataba en su artículo El cielo y yo del Diario de Ávila. Durante su estancia hospitalaria recibió la consideración de las numerosas personalidades que por allí fueron pasando, como el presidente Adolfo Suárez, o el de la Generalitat, Josep Tarradellas…

Pero, entre sus visitantes los había más modestos, como los periodistas de la prensa local, a quienes regalaba valiosas perlas en sus comentarios: “El Rey Alfonso XIII se entusiasmó con la Guerra de Marruecos. Fue un disparate. Hicieron prisioneros a algunos jefes militares españoles y pidieron rescate para liberarlos. El Rey, poco prudente, contestó que estaba muy cara la carne de gallina… Todos nosotros no habíamos sido republicanos, pero el Rey nos fue haciendo. Entre los republicanos estaba Largo Caballero. Le habían convencido de que iba a ser el Lenin español y no dejaba gobernar. En el año 1936 se hizo toda clase de imbecilidades hasta que estalló la Guerra Civil… Yo soy un hombre con mucha suerte, porque si estoy el 18 de Julio en Ávila, en casa de mis padres veraneando, los rebeldes me habrían fusilado con música en el Mercado Grande. Pero la providencia fue generosa conmigo y me enviaron de embajador a Lisboa y allí me salvé de la quema”.

Albornoz también añoraba la casa que se hallaba junto a la muralla y la Puerta de San Vicente, frente a un verraco de piedra prerromano, donde su familia guardaba los mantos de nuestra Señora de Sonsoles y de Santa Teresa, las salidas hasta el Santuario con sus primas para vestir a la Virgen; su nodriza, una fuerte labradora de Solosancho, las tierras de sus allegados en Cenicientos, los paseos con su padre…

 

13.- SÁNCHEZ-ALBORNOZ, PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS

Fueron los redactores del diario abulense los primeros en hacerle saber la concesión del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades “por ser la suya una vida ejemplar dedicada por entero al servicio de España y de los españoles, desde el compromiso intelectual con la política”, según consta en el acta final, cuya candidatura pugnaba con la de la Fundación portuguesa Calouste Gulbenkian.

Cuando Sánchez-Albornoz se enteró de la noticia exclamó: “Gracias al Rey, al Príncipe de Asturias y, sobre todo a los españoles, un premio que me merezco por todos los años que he dedicado al estudio de Asturias”. (De nuevo aparecen las similitudes con Unamuno. Cuando en 1915 el Rey Alfonso XIII le concede la Gran Cruz de Alfonso XII, el Rector le dijo al monarca que era un galardón que hacía tiempo que merecía. El Rey le señaló que le extrañaba que dijera eso, porque otros en su lugar hubieran dicho que no lo merecían, a lo que el Rector contestó: “Posiblemente dijeran la verdad”).

 

14.- EPÍLOGO

Don Claudio aprovechó la visita que le hizo el Obispo de Ávila, Felipe Fernández, para pedirle que le dieran sepultura en el claustro de la catedral y le comunicó el epitafio que quería que pusieran en su tumba en latín: “No te metas en juicio con tu siervo, Señor, porque contigo ningún hombre será justificado”. Sin duda, al prelado le tuvo que parecer un pensamiento demasiado unamuniano. De hecho, en cierta ocasión manifestó que, cuando estuviera en presencia de Dios, le sugeriría: “Como católico, historiador y español, sólo puedo decirte que Tú también envejeces, porque últimamente no cesas de disparatar”. A última hora, la frase elegida fue: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Esta máxima de San Pablo había aparecido en el Diario de Ávila el 26 de enero de 1984, en su artículo San Pablo, Napoleón y yo, cuando llevaba cien días ingresado en el hospital abulense.

Sánchez-Albornoz falleció el 10 de Julio siguiente. Por la capilla ardiente, instalada en el antiguo Gobierno Civil, pasaron el presidente del Gobierno, Felipe González; el ministro de Cultura, Javier Solana; el de Educación, José María Maravall, representantes de todos los partidos políticos y el pueblo de Ávila. Un monago de la iglesia de San Pedro del Mercado Grande tañía una campana, mientras pedía una oración por su alma, por ser una tradición abulense de la Edad Media.

El sepelio se produjo, como era su deseo en una esquina del claustro gótico de la catedral, en medio de las losas desgastadas por los siglos de la Historia medieval que tanto le apasionó. Años más tarde, Adolfo Suárez fue inhumado junto a él, bajo el epitafio “La concordia fue posible”, un lema que la Universidad de Salamanca había puesto en las Escuelas Menores. La Historia hizo que el destino final uniera a ambos presidentes, el monárquico y el republicano.

 

 

Llegada de Sánchez-Albornoz a Madrid

 

Sánchez-Albornoz en Madrid

 

El rey Alfonso V, autor del Fuero de León

 

 

 

Adolfo Suárez visita a Claudio Sánchez-Albornoz

 

Sepultura de Claudio Sánchez-Albornoz en el claustro de la Catedral de Ávila

 

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