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Las bilocaciones de sor María Jesús de Ágreda

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Las bilocaciones de sor María Jesús de Ágreda

 

 

EL EXTRAÑO FENÓMENO POR EL QUE SOR MARIA JESÚS DE ÁGREDA ERA VISTA EN ESPAÑA Y AMÉRICA SIMULTÁNEAMENTE

 

 

1.- El descubrimiento de fray Alonso de Benavides

2.- El Memorial de Benavides

3.- Procesos ante la Inquisición

4.- El locuaz confesor Fray Francisco Andrés de la Torre

5.- Las bilocaciones

 

 

1.- EL DESCUBRIMIENTO DE FRAY ALONSO DE BENAVIDES

En 1595, Felipe II había otorgado capitulaciones en favor de Juan de Oñate para la exploración y el establecimiento de nuevas misiones al norte del río Grande (o río Bravo), partiendo de la actual ciudad de El Paso. Veintisiete años más tarde, en cumplimiento de su labor evangelizadora, el franciscano portugués fray Alonso de Benavides se adentró con un grupo de frailes  en aquel amplio territorio, comprendido hoy en los estado norteamericanos de Texas y Nuevo México, entre jumanos, apaches, comanches, navajos y otras tribus hostiles. Unos eran cazadores nómadas y otros trabajaban la tierra. Llegó a empatizar con ellos, hasta el punto de que muchos sometían sus diferencias a su decisión, que resolvía con la consideración de un Juez de Paz de Castilla. En su Memorial escribió: “Una de las mayores ocupaciones del religioso es ajustarlos en los pleitos que tienen unos con otros, que como le tienen por padre, a él vienen con cualquiera dificultad, y se trabaja en conformarlos, y si es en materia de tierras y haciendas, es fuerza ir con ellos a señalarlos los términos y pacificarlos”.

En los primeros encuentros, Benavides quedó atónito al comprobar que muchos de aquellos indios ya estaban catequizados. Le pedían ser bautizados, portaban cruces cristianas y pronunciaban frases en latín. Poco tiempo después, llegó a oídos de fray Sebastián Marcilla, superior de la orden franciscana en Burgos, que una monja de su jurisdicción era la que los había evangelizado. Se trataba de sor María Jesús de Ágreda, religiosa de clausura en un convento de Ágreda (Soria) del que nunca había salido.

Su confesor, el padre Francisco Andrés de la Torre, encargó al padre Esteban Perea que se desplazara a aquella misión, para esclarecer lo que de cierto había en tan sorprendente acontecimiento, y si existía alguna relación entre los indios catequizados y la posible presencia de la monja. Perea comprueba la verosimilitud de los hechos relatados por Benavides y su relación con la versión de la monja de Ágreda: los indios sabían el catecismo de memoria, y quien se lo había enseñado era una señora vestida con un manto azul, cubierto con una túnica blanca, el mismo hábito que sor María Jesús vestía.

Los frailes creyeron que los indios podrían referirse a la madre Luisa de Carrión, condenada por la Inquisición. Pero, al ver los retratos que les presentaban, los nativos no dejaban lugar a dudas. Era más joven. Era la de Ágreda. No obstante, el resto de órdenes evangelizadoras se mostraba remiso a dar crédito a las explicaciones de los franciscanos. Pensaban que era una estratagema de ellos para justificar el bautismo masivo de indios, sin que tuvieran la preparación suficiente. De hecho, dos frailes, Juan de Salas y Diego López, terminaban extenuados cada día bautizando a miles de indios.

 

2- EL MEMORIAL DE BENAVIDES

En 1629, aprovechando una estancia de Benavides en España, el general de los franciscanos menores, fray Bernardino de Siena, posterior Obispo de Viseu (Portugal), le encarga que viaje a Ágreda, para contrastar el relato de los indios que él había escuchado con la versión de sor María Jesús. Benavides acudió acompañado por fray Sebastián de Marcilla, provincial de Burgos, y el confesor de la monja, fray Francisco Andrés de la Torre.

Tras verla, la describe de la siguiente manera: “Será de 29 años, que no los tiene cumplidos, de hermoso rostro, color muy blanco, aunque rosado, ojos negros y grandes. La moda de su hábito es simple como la nuestra, una túnica marrón gruesa que se usa al lado del cuerpo sin ninguna otra túnica. Sobre este hábito marrón hay otra túnica blanca pesada, con un escapulario del mismo y el cordón de nuestro padre San Francisco. Sobre el escapulario está el rosario. No lleva zapatos u otro calzado, excepto tablas atadas a sus pies o unas sandalias de paja. El manto es de tela azul pesada y el velo es negro”.

Y reseña que, presumiendo que por su humildad y hábil prudencia había de ocultar la verdad, bajo precepto de obediencia le impone la obligación de decírsela en confesión. Pero, sor María Jesús se mostraba temerosa. No quería hablar de milagros, porque sabía que los grandes teólogos de la Iglesia, como Santo Tomás, se oponían. Por eso, a Benavides le contestaba: “Si fue ir o no real y verdaderamente con el cuerpo, no puedo yo asegurarlo. Yo dudo que fuera en cuerpo, por eso hablo en duda y recelando”.

Pero, lo que el portugués sintió fue estupor cuando la religiosa le manifestó que ya le conocía, porque le había visto en aquellas tierras americanas, aunque él no lo hubiera percibido, dando detalles que le pasmaron, como concretarle el día, hora y lugar. Le describió con meridiana claridad las costumbres y el modo de vida del pueblo jumano, el clima, las comidas, las armas o “las teas” con que se alumbraban. Ella había estado allí. Y eso fue posible porque, cuando rezaba en su celda, entraba en un éxtasis que la transportaba a Nuevo México, aunque su cuerpo permaneciera en Ágreda. Lo que ella llamaba exterioridades sucedía en América de día, mientras oraba en Ágreda de noche.

Al año siguiente, Benavides redactó un informe, el Memorial de 1630, ampliado en 1634, que avalaba el fenómeno de la bilocación de sor María Jesús, la posibilidad de que pudiera estar en dos lugares simultáneamente, en el que constataba que eran coincidentes todas las versiones dadas por la monja, los franciscanos y los indios. Un ejemplar del Memorial fue entregado al rey Felipe IV, pues la obra fue impresa en la Corte por encargo de fray Juan de Santander, Comisario General de Indias.

 

3.- PROCESOS ANTE LA INQUISICIÓN

En 1631, el tribunal de la Inquisición abre un procedimiento a la religiosa de Ágreda por herejía, que quedó sobreseído por carecer de fundamento. Lo que subyacía eran los recelos de las demás órdenes, porque los franciscanos habían bautizado a 50.000 jumanos en un año, lo que les resultaba inconcebible. Pero, en 1635, de nuevo es acusada ante el tribunal de la Inquisición de Logroño. Esta vez, sor María Jesús se desdijo de sus declaraciones anteriores (posteriormente, reconoció que lo hizo porque contestaba a la indagatoria en la forma que le habían indicado sus superiores, y ella estaba obligada a la obediencia). El interrogatorio fue realizado por un jesuita, un agustino y un franciscano, que no pudieron ponerse de acuerdo en sus conclusiones.

En 1650, la Inquisición insistió en atribuirle una causa de herejía por motivaciones espurias. Tiempo atrás, convencido de la clarividencia de la monja, el rey Felipe IV la visitó en Ágreda. De su encuentro dedujo que se hallaba ante una gran estratega, con un sorprendente conocimiento de la política nacional y, durante muchos años, la tuvo como asesora. El monarca adoptó un sistema de correspondencia con un especial mecanismo de seguridad. La misiva que le remitía con sus planteamientos iba en una carta con un amplio margen lateral, en el que sor María Jesús había de escribir su respuesta. De esta manera, tenía la garantía de que el documento que había remitido era el mismo que recibía y que el original volvía a sus manos. Una de las recomendaciones que el Rey recibió de ella fue la conveniencia de que mantuviera alejado de la Corte a su valido, el Conde Duque de Olivares, como responsable de todos los males de la nación. Muchos vieron la mano de la monja en su posterior caída.

Por otro lado, mantenía una intensa correspondencia con otras personalidades, como fue el caso de Rodrigo de Silva Mendoza, Conde de Híjar, que tras serle interceptada una carta, fue acusado de conspiración para restablecer el antiguo Reino de Aragón. Los enemigos del Rey y de la monja fueron creciendo y utilizaron a la Inquisición para que reabriera el primer proceso iniciado en 1631.

El trinitario Antonio González del Moral se personó en el convento de Ágreda, al objeto de tomarle declaración ante el licenciado Juan Rubio, notario del Reino. Después de más de veinte años, mediante 80 preguntas que duraron 11 días, la acusaron de haber roto su voto de censura al trasladase a América para la evangelización. Ella afirmó que, desde su ingreso en la orden, sólo había salido físicamente cuando desde el anterior convento, su propia casa natal, pasó al en que se hallaba, que eran dos edificios contiguos en la misma calle. Manifestó que había estado en América muchas veces desde 1627 a 1630, pero ignoraba cómo había ocurrido. La única explicación que podía ofrecer es que sucediera por los arrobamientos que experimentaba desde 1620. Le resultaba muy difícil contestar, porque realmente no recordaba muchos pequeños detalles después del tiempo transcurrido. Finalmente, el inquisidor optó por archivar la causa, al comprobar que sor María Jesús poseía un conocimiento de las Sagradas Escrituras, tan profundo y concordante con la doctrina de la Iglesia, que hubo de rechazar cualquier duda de herejía. No obstante, cuando más tarde la monja rememoraba este infausto trance, volvía a insistir: “Me rendí más a la obediencia que a la razón”.

 

4.- EL LOCUAZ CONFESOR FRAY FRANCISCO ANDRÉS DE LA TORRE

Sor María Jesús en realidad se llamaba María Coronel y Arana, nacida en la calle de las Agustinas de Ágreda. Su vocación religiosa comenzó a los doce años, cuando, admiradora de Santa Teresa y tratando de emularla, intentó entrar en el convento de carmelitas descalzas de Tarazona, cuyo Obispo era fray Diego Yepes, pariente de San Juan de la Cruz y biógrafo de la Santa de Ávila. En ese momento, Fray Juan de Torrecilla, franciscano del convento entonces existente en Ágreda, era el confesor de la familia. Éste, no sólo les convenció de que fundaran un convento advocado a la Purísima Concepción en su propia casa, en la actual calle de las Agustinas, sino que involucró a todos los miembros en la vida religiosa. No le resultó difícil, dado que se trataba de judíos conversos, que sufrían los consiguientes prejuicios de los convecinos que sobre ellos recaían.

De este modo, su padre, Francisco, y los dos hermanos varones, Francisco y José, lo hicieron como franciscanos en el convento de San Antonio de Nalda, mientras que su madre, Catalina, y su hermana, Jerónima, ingresaron en el nuevo convento de Ágreda. Cuando su madre murió, guardó su cadáver en un arcón, que a menudo abría para meditar sobre lo efímero de este mundo. Posteriormente, a la comunidad de Ágreda se unieron otras tres monjas procedentes de San Luis de Burgos, permaneciendo hasta 1627, año en que sor María Jesús fue nombrada abadesa, cargo que ya mantuvo siempre.

En aquella época, era obligado que cada monja tuviera asignado un confesor, a quien debían relatar todas sus reflexiones y preocupaciones para recibir la opinión del clérigo, que siempre gozaba de superioridad moral. Unas veces era favorable y otras no, en cuyo caso, la religiosa debía cambiar de razonamiento. La figura del confesor era harto peligrosa. Algunos de ellos olvidaban su deber de secreto y la virtud del recato. La consecuencia fue que muchos asuntos terminaban en manos de la Inquisición. Santa Teresa, que sabía la tierra que pisaba, fue el paradigma de quien escucha a sus confesores atentamente, para luego desentenderse y, con la prudencia y el respeto debido, hacer de su capa un sayo.

Fray Francisco Andrés de la Torre, fue el confesor asignado a sor María Jesús durante más de veinte años. Había nacido en Arenzana de Abajo, procedente de una familia noble. Más tarde se trasladó a Burgos para ingresar en el convento de San Francisco. Lejos de mostrase reservado, más bien su debilidad era la notoriedad. Sor María Jesús le confesaba sus trances, sus arrobamientos y las bilocaciones, y él no podía resistirse a ser eco de tales insólitos hechos, que pronto fueron de dominio público.

Viajaba con mucha frecuencia a Madrid y se movía bien entre la nobleza española, en la que cundió el deseo de conocerla. Fray Francisco difundía lo que sor María Jesús escribía, al tiempo que seleccionaba cuidadosamente a los lectores, para soslayar la siempre amenazante Inquisición. Iniciativa suya fue la visita que el rey Felipe IV le hizo volviendo de Cataluña. Y también lo fue que la familia de Francisco de Borja costeara la construcción de un nuevo convento en Ágreda. Era tal la cantidad de escritos cruzados entre el monarca y la monja que, a la muerte del confesor, se apresuró a recogerlo todo a través de un fraile lego, para que no cayeran en manos comprometedoras, quemando al menos la mitad de ellos.

 

5.- LAS BILOCACIONES

Si algo fascinaba en la Corte, era oír hablar de las bilocaciones, de cómo se producía esa extraordinaria aptitud de una persona para estar en dos sitios a la vez. El fenómeno ha tenido las más dispares explicaciones: místicas, metafísicas, esotéricas, o el fuerte ascetismo a que ella misma se sometía. Pero lo más simple es atenerse a las manifestaciones de sus protagonistas. Sor María Jesús siempre declaró que nunca había salido físicamente del convento y, en cuanto a los indios que la veían, para ellos aparecía como lo que actualmente se llama un holograma. Así se deduce de la descripción dada en 1699 al capitán Juan Mateo Mange, cuando remontó el río Colorado en busca de los restos de soldados españoles desaparecidos en una de las incursiones del explorador Juan de Oñate. Preguntando a los indígenas más ancianos, le aseguraron recordar las apariciones de Sor María Jesús, a la que disparaban sus flechas sin que muriera porque traspasaban su cuerpo. Se trataba de la presencia incorpórea de una señora vestida de azul. Aquellas apariciones eran, en sentido coloquial, holografías en movimiento.

Sor María Jesús falleció en su convento de Ágreda en 1665. Pero aún no acabó ahí la polémica en torno a ella. En 1670, se publicó en Madrid su principal obra, Mística Ciudad de Dios, de carácter póstumo por voluntad propia. La Inquisición prohibió su difusión de inmediato y, en 1690, fue condenada por La Sorbonne de Paris, a instancias de Bossuet, por contener fragmentos de los Evangelios Apócrifos, relativos a la infancia de la Virgen y la Vida de Jesucristo. No obstante, más tarde la Iglesia cambió de criterio y hoy es un libro de referencia para teólogos y universidades.

(Foto portada. Convento de la Concepción de Ágreda)

 

 

Sor María Jesús de Ágreda

 

Arriba, imagen yacente de sor Maria Jesús de Ágreda. Abajo, su cuerpo incorrupto

 

Sor María Jesús de Ágreda evangelizando a los indios

 

Mapa de tribus indígenas de Texas

 

 

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