Cossío consiguió que Unamuno dijera que le gustaban los toros
JOSÉ MARÍA DE COSSÍO EVOCA LOS AÑOS QUE PASÓ EN SALAMANCA CON PASCUAL MENEU, MARIANO DE SANTIAGO CIVIDANES Y MIGUEL DE UNAMUNO
1.- José María de Cossío
2.- Pascual Meneu
3.- Mariano de Santiago Cividanes
4.- Miguel de Unamuno
1.- JOSÉ MARÍA DE COSSÍO
El vallisoletano José María de Cossío estuvo muy relacionado con Salamanca, en cuya Universidad estudió la carrera de Filosofía y Letras, después de cursar la de Derecho en Valladolid. Y pudo estarlo más de no ocurrir la muerte súbita de Felicidad Pérez-Tabernero el día antes de su petición de mano. Lucía era hija del ganadero salmantino Fernando Pérez-Tabernero y de Lucía Sanchón. El suceso le produjo tal impresión que decidió no casarse nunca.
Por haber conocido el ambiente taurino salmantino fue amigo de los toreros más famosos de su época, e inevitablemente de don Miguel de Unamuno, a quien tuvo como ilustre invitado en su Casona de Tudanca en Cantabria.
La Guerra Civil le sorprendió en Madrid. Por casualidad había conseguido un pequeño hotelito en Ciudad Jardín, al final del barrio de la Prosperidad, que contaba con un pequeño terreno con tres árboles, y tuvo a bien compartirlo con el historiador Ramón Carande, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla y autor de la obra Los Banqueros de Carlos V, que en ese momento ocupaba un puesto en el Consejo de Estado de la República.
No lejos de la vivienda se oía el tronar de los cañones y las descargas de las ametralladoras. Pero eso no les impidió tener una cierta normalidad en sus vidas, incluso mantener una tertulia con los amigos que les visitaban.
Cossío recibió una buena oferta de trabajo. La Editorial Espasa-Calpe pretendía publicar una obra sobre toros. Se trataba de la enciclopedia Los Toros o Tratado de la Tauromaquia, que él ya había iniciado en 1934 y finalizó en 1943. Allí se encontró con el también pucelano Valentín Bejarano, crítico taurino especializado en biografías de toreros, que acostumbraba a pasar los inviernos en el campo de Salamanca, estudiando las ganaderías y asistiendo a las tientas. E igualmente, conoció a Enrique Lafuente Ferrari, catedrático de Historia del Arte, encargado del capítulo de la pintura en los toros.
El 28 de marzo de 1939 Cossío recibió en su pequeño despacho de la calle Ríos Rosas la noticia del final de la guerra. Vio el cielo abierto para poder volver a su biblioteca de La Casona de Tudanca, en Cantabria, que le traía tantos recuerdos de los poetas de la Generación del 27, de Gerardo Diego, de Jorge Guillén, de la rivalidad entre García Lorca y Rafael Alberti… aunque después de la guerra aún siguió algún tiempo en Ciudad Jardín.
Y volvió a las tertulias de los cafés madrileños, la del Aquarium de la calle Alcalá, con su Art Decó con peceras por las paredes; la del Café Kutz del Paseo de Recoletos, donde en antiguas fotografías se le puede ver con Federico García Lorca y Manuel Arniches, y el último, el Lyon d’Or, en Alcalá junto a la Cibeles, todos ellos literarios e históricos, que desaparecieron con las llamadas “cafeterías”.
La tertulia del Lyon d’Or duró diez años. En ella se reunía un selecto plantel de intelectuales que debatían sobre lo divino y lo humano. Y en una de esas tardes, José María de Cossío expuso los recuerdos que le quedaban de su paso por Salamanca y de las personas tan peculiares que conoció, como Pascual Meneu, Mariano de Santiago Cividanes y Miguel de Unamuno.
2.- PASCUAL MENEU
En cierta ocasión, relataba a los contertulios, con motivo de una peregrinación de devotos de Santa Teresa a Alba de Tormes, se organizó en Salamanca una conferencia que estuvo a cargo de Joaquín de Vargas Aguirre. Este arquitecto diocesano había sido colaborador del autor del proyecto de la Basílica de la Santa en Alba de Tormes, Enrique María Repullés y Vargas. El acto estaba presidido por Pascual Meneu, catedrático de Árabe en la Universidad, al que Cossío consideraba loco perdido, posiblemente, porque el día que tenía un examen con él, se fue a un tentadero de ganado bravo, y cuando se examinó en la siguiente convocatoria, le suspendió.
En su disertación, Vargas hablaba como si aquello no tuviera fin. Ya era la hora de comer. Los peregrinos tenían hambre y abrían la boca. Meneu puso coto a la situación. Tocó la campanilla y dijo: “Todos estamos interesadísimos en la brillante conferencia del señor Vargas. Pero me consta que aún le quedan muchas cosas por decir, por lo tanto, se suspende la conferencia y nos vamos a comer”. Dicho y hecho. Se puso el sombrero y se marchó.
Ángel de Apráiz escuchaba con atención a Cossío. También había sido catedrático de Historia de la Literatura en Salamanca y buen amigo de Miguel de Unamuno. Y quiso añadir algo sobre la persona de Pascual Meneu. Las relaciones de Unamuno con el obispo de Salamanca, padre Cámara, eran muy tirantes, porque el prelado acusaba a Unamuno y a Pedro Dorado Montero, catedrático de Derecho Penal, de difundir teorías racionalistas y heréticas entre sus alumnos. Incluso, el prelado acudió al ministro de Instrucción para que expulsara a Dorado de la Universidad, pero éste se acogió a su derecho de “libertad de cátedra” y no lo consiguió.
En esa tesitura, en uno de los paseos en que Meneu acompañaba a Unamuno por la carretera de Zamora, se cruzaron con el Obispo. Como no se hablaban, el prelado simplemente les bendijo haciendo sobre ellos la señal de la Cruz, a modo de saludo o de perdón de pecadores. Entonces, Meneu le correspondió bendiciendo también al Obispo. Al ver aquello, Unamuno se puso indignadísimo con Meneu, más bien, furioso.
3.- MARIANO DE SANTIAGO CIVIDANES
A otro tertuliano relacionado con Salamanca, Manuel Usandizaga Soraluce, catedrático de Ginecología, le llamaba la atención la figura del poeta y colaborador de El Adelanto Mariano de Santiago Cividanes, que en cuanto veía una cara nueva por la Plaza Mayor, le daba la bienvenida recitándole uno de sus bellos poemas, lo que así hizo con él.
Y contó que por entonces, el escritor Ramón Pérez de Ayala se disponía a realizar un viaje a Salamanca desde Barcelona. Sus amigos ya le habían advertido que tuviera cuidado con Cividanes, porque si le cogía estaba perdido. Le leería uno de sus poemas y le acompañaría por toda la ciudad sin dejarle respirar. Así pues, subió al tren, tomó asiento, y el viajero que estaba sentado a su lado le preguntó: “¿Va usted muy lejos?”. Cuando Ayala le contestó que a Salamanca, exclamó: “¡Qué casualidad! Yo soy de allí. Soy Cividanes, para servir a usted, señor Pérez de Ayala, su admirador devoto”.
José María de Cossío, añadió que Miguel de Unamuno llamaba a Cividanes “mi cilicio”. Le aguantaba una tarde tras otra en el paseo porque era muy buena persona y muy amable con todos. Le gustaban las frases hechas y los comentarios tontos. A veces, las tonterías eran tales que don Miguel se quejaba con un ay! ay! ay! prolongado, como si le doliera algo. Y decía de Cividanes: “Era para mí como aquel mono que en el infierno no se separaba nunca de Voltaire, eternamente encaramado a su hombro, diciéndole tonterías al oído”.
Cividanes siempre presumía de ser muy amigo de Gabriel y Galán y de su correspondencia con el poeta, que causaría sensación cuando la publicara. Y ciertamente, no andaba equivocado porque cuando la sacó a la calle todos se preguntabn cómo lo había hecho, porque Gabriel y Galán siempre le repetía: “No seas tonto, Mariano. Eso que piensas es una tontería. Mariano, estudia ortografía, que hacer se escribe con hache”. Y así en todas las cartas.
También fue un incondicional de Unamuno. Formaba parte de la tertulia La Santina del Café Novelty de Salamanca, en torno al Rector. Cuando el 12 de octubre de 1936, Unamuno fue abucheado en el Casino por los socios e invitado a que se fuera, tras el suceso del enfrentamiento en el paraninfo con Millán Astray, se negó a salir por la puerta posterior de la calle Concejo y lo hizo por la principal de la calle Zamora, acompañado por su hijo Rafael y por su gran amigo Mariano de Santiago Cividanes.
4.- MIGUEL DE UNAMUNO
En el mes de agosto de 1923, don Miguel pasó veinte días en La Casona de Tudanca invitado por José María de Cossío, que éste poseía en dicha localidad, en el valle del río Nansa, una vieja casa señorial que había pertenecido a un rico indiano, Pascual Fernández de Linares, antiguo corregidor del Perú.
Se trata de un sitio histórico en el que el escritor José María Pereda localizó su novela regionalista Peñas Arriba, y Cossío lo convirtió en un lugar literario. También lo conoció Concha Espina, definiéndolo como “señorío feudal del sentimiento”. Pero, en opinión de los lugareños, la descripción que daba Unamuno de La Casona rayaba la perfección: “El río baja cantando, brizando el sueño de la vida de aquellos montañeses primitivos, celtibéricos, y lamiendo los peñascos rodados y los codones que arrancó a los riscos de la cordillera que sirve de cabezal a España”.
Para Cossío, Unamuno allí se sentía como un niño. Tenía mucho amor propio. Una tarde, hicieron una marcha monte arriba con Escolástico, el guardés de la casa, de cincuenta y nueve años, igual que Unamuno, que estaba fuerte y ágil, andaba deprisa y subía las cuestas sin detenerse. Pero, Unamuno le emulaba, siempre iba detrás de él sin quedarse atrás, para que no creyera que estaba menos fuerte y ágil que él.
En medio de tan bello paisaje de alta montaña, coincidió que por aquellas fechas el rey Alfonso XIII estaba cazando osos por los alrededores, una cacería a la que Cossío también estaba invitado. Días antes, yendo de paseo con Unamuno, le mencionó los lugares por donde se harían las batidas. Era el momento en que don Miguel escribía en la prensa artículos furibundos contra la monarquía, y de pronto, le preguntó sonriendo: “¿Y usted no cree que algún oso, de esos que hay por ahí, puede repetir lo de aquel otro con Favila?”. Cossío le respondió: “No, don Miguel, estos osos montañosos no leen sus artículos de El Liberal”.
El día antes de la cacería, al despedirse de don Miguel, pues toda la jornada iba a estar fuera, le dijo: “¿Quiere usted algo para don Alfonso?”, a lo que le contestó: “Supongo que no pronunciará mi nombre, pero si ello ocurre preséntele mis respetos”. Y en efecto, durante el almuerzo, Cossío estaba sentado al lado de Álvaro de Figueroa, hijo del Conde de Romanones, que le preguntó sobre Unamuno y, tras afirmarle que estaba en su casa, siguieron charlando sobre él. El Rey preguntó a Cossío que de quién hablaban, contestándole que de Unamuno, y le hizo presente el encargo que le había hecho, lo que el monarca agradeció. Al contárselo luego a Unamuno, éste se alegró mucho. Y Cossío repetía: “Era como un niño”.
Recordaba que Unamuno siempre se mostraba antitaurino. Solía decir: “Cavernario bisonteo, tenebroso rito mágico, que culmina en el toreo”. En uno de los paseos por la carretera de Zamora, Cossío sacó el tema y don Miguel le puso verde. Cossío se calló porque nada de lo que dijera el maestro podría ofenderle. Sin embargo, éste notó que había sido demasiado duro en sus apreciaciones y, tras unos eternos segundos de silencio, parándose en mitad de la carretera, le dijo: “Yo estuve una vez en los toros… por cierto, que me gustaron… Sí, me gustaron, me gustaron”.
José María de Cossío
Mariano de Santiago Cividanes
Pascual Meneu y Miguel de Unamuno (CMU)
Miguel de Unamuno. Plaza de toros de Zamora. 9 de setiembre de 1932 (CMU)
Tratado de Tauromaquia «El Cossío»