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martes 16 diciembre 2025
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Federico de Onís recuerda la llegada de Miguel de Unamuno a Salamanca

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Federico de Onís recuerda la llegada de Miguel de Unamuno a Salamanca

 

 

FEDERICO DE ONÍS CONOCIÓ A MIGUEL DE UNAMUNO CUANDO TENÍA CINCO AÑOS.  NARRA LO QUE LE ASOMBRABA DE ÉL: SU VESTIMENTA, SUS PAJARITAS, SU FORTALEZA…

 

 

1.- Llegada de Unamuno a Salamanca

2.- La indumentaria de Unamuno

3.- Fortaleza física

4.- La vida en el campo charro

5.- Unamuno hiperactivo

 

 

MI PRIMER RECUERDO DE UNAMUNO

 

1.- LLEGADA DE UNAMUNO A SALAMANCA

“Conocí a Unamuno poco después de su llegada a Salamanca como catedrático de Lengua y Literatura Griega en 1891. Tenía él entonces veintisiete años y yo cinco. A esa edad, naturalmente, yo no sabía nada del griego ni de la Universidad. Conocí bien, eso sí, el edificio y la plaza y calles anejas, porque vivía en la única casa que había en la calle de San Isidro, junto a la de Libreros, y al Patio de Escuelas y a la Plaza de Anaya, teatro de nuestros juegos infantiles. Pero mi padre, don José María de Onís, era jefe de la Biblioteca y tenía a su cargo el Archivo de la Universidad. Como hombre de letras que era, conoció enseguida al nuevo catedrático Unamuno, más joven que él, y desde su llegada tuvieron una amistad que duró toda su vida.

Mi padre fue quien llevó por primera vez a Unamuno al campo de nuestra tierra, que él sin duda desearía ver. Poseía mi familia dehesas, una llamada La Granja, que estaba cerca del pueblo de Garcihernández, a una legua de Alba de Tormes. Se llamaba así porque había sido la granja de los Jerónimos de Alba. Todavía se podía ver que la casa del montaraz, en la que nosotros teníamos los cuartos en los que parábamos, fue hecha en la casa y capilla de los frailes, cuyas paredes y bóvedas de piedra se conservan aún. Había entre los viejos tradiciones del tiempo de los frailes, que habían oído a sus padres. Y la encina que daba las mejores bellotas se llamaba ‘la encina del prior’.

Digo todo esto para que se entienda lo que eran aquellas dehesas que el vasco Unamuno iba a ver por primera vez, y donde aprendió a conocer todo aquello que él llamaba castellano y que tanto influjo iba tener en su espíritu y en su obra. Una dehesa era un mundo tradicionalmente cerrado y completo, que conservaba su pasado en toda su pureza. Aquella dehesa llamada La Granja, a cuatro leguas de Salamanca y a una de Alba, tenía 2.600 huebras, o sea, 1.300 hectáreas. Eran en rigor cuatro fincas antiguas que en ella se habían fundido, y que conservaban sus nombres geográficos como partes de ella: Cida, Granja, Granjilla y Duquesa. La Cida había sido un pueblo, uno de tantos que quedaron despoblados desde el siglo XVII, y todavía encontraban al arar cimientos de casas u objetos de la población desaparecida.

Un día recuerdo muy bien, me dijo mi padre: ‘Mañana vamos a La Granja con Unamuno’. Era la primera vez que oía aquel nombre tan extraño para mí como para todo el mundo. Pero no pregunté quién era, porque con el sentido lingüístico de los niños, que cada día aprenden sin esfuerzo palabras nuevas, pensé que aquella, precedida del artículo ‘un’, era una palabra nueva para mí, como alumno o cosa parecida, y esperé con curiosidad al día siguiente para ver cómo eran los ‘amunos’.

Cuando le vi llegar vi que, en efecto, era un hombre, pero, distinto a los demás. Su tipo físico, gestos y maneras no eran los acostumbrados en Salamanca. Su voz era más fuerte y su expresión más sencilla y más franca. Tenía entonces una barba negra y poblada, aunque recortada. La misma nariz aguileña y los mismos ojos de búho.

 

2.- LA INDUMENTARIA DE UNAMUNO

Lo que más me chocó, como debía ocurrirle a todo el mundo, fue su indumentaria. Iba a cuerpo, cuando todo el mundo, ya en otoño, llevaba capa o gabán. Llevaba también zapatos, como en el verano, y no botas, y un sombrero negro flexible, cuando todos los profesores y personas de la clase media usaban sombreros duros, algunos de copa a diario, otros alternando el sombrero de medio copeo con el sombrero de hongo. Aquel sombrero flexible que él llevaba era redondo y de tela blanda, tanto que podía doblarlo y meterlo en el bolsillo. Otras veces lo tiraba a lo alto y lo dejaba caer en cualquier sitio. Tampoco usaba corbata y llevaba el pecho cubierto con un chaleco cerrado hasta el cuello. Su traje era de todo azul y daba la impresión de ir limpio y bien vestido.

Esta manera de vestir es la misma que usó después toda su vida, con la única diferencia de que, al llegar a cierta edad, añadió otra chaqueta de abrigo que se ponía encima de la del traje. Es difícil imaginar ahora la impresión de rareza que esta manera de vestir causaría en 1891, porque algunas de aquellas innovaciones, como los zapatos y el sombrero flexible, se hicieron generales en todo el mundo años después, no por influencia de Unamuno, sino como tendencia característica del siglo XX, y en otras, como la barba, que empezaba a desaparecer desde fines de siglo, se mantuvo fiel al siglo XIX hasta su muerte.

 

3.- FORTALEZA FÍSICA

Lo peculiar y extraño de su genio y figura despertó no sólo mi curiosidad, sino mi admiración. Los salmantinos de entonces eran demasiado urbanos, y parecían viejos y cansados. A horas fijas iban a los casinos, cafés y tertulias, todo su ejercicio consistía en pasear por la Plaza Mayor. Y a lo más algunos, por el paseo de la circunvalación, a veces, hasta el Rollo y La Glorieta. Unamuno, en cambio, me impresionó por su agilidad y fortaleza física.

Recuerdo que salimos de la ciudad a pie con la mañana fría y con sol, y caminamos, después de pasar el Puente Viejo, por la carretera de Santa Marta, hasta encontrar el carro de mulas que había enviado el rentero para llevarnos. No había entonces automóviles, y nuestros viajes frecuentes a La Granja, no teniendo coche, los hacíamos a pie o a caballo, o en uno de aquellos carros que usaban los labradores para todo. Para viajar con las familias les ponían un toldo y una alfombra, y dentro unas sillas bajas donde se sentaban los viajeros, las mujeres y los niños. Recuerdo que Unamuno se negó a sentarse en una silla dentro del carro y que, cuando los demás estábamos sentados, él saltó y se sentó en la trasera del carro con las piernas colgando. Así pasamos por Santa Marta y pasamos por Calvarrasa y Encinas de Abajo, donde dejamos la carretera para seguir por un camino muerto hasta La Granja. Recuerdo que no sé dónde se bajó Unamuno del carro a no sé qué y dijo que siguiéramos y él nos alcanzaría. Seguimos despacio y, en efecto, poco después el apareció corriendo a todo correr y montó de nuevo a la trasera del carro.

 

4.- LA VIDA EN EL CAMPO CHARRO

Hablaba todo el tiempo, sobre todo con el mulero y con el tío Rafael, el montaraz de La Granja, que era un charro lígrimo. La llegada a La Granja se anunciaba por el monte de encinas que se debía cruzar antes de llegar a las casas, que estaban abajo, a orillas del río Almar, que era un pequeño afluente del Tormes que pasaba una legua más abajo. Al otro lado del río estaba la fresneda, una vega poblada de fresnos seculares, que terminaba un poco más abajo en la alameda, cercada por una pared de piedra, en la que había álamos blancos y álamos negros, seculares también. Las laderas que había detrás eran varias huebras de tierra sin labrar, cubiertas de tomillo, que se llamaba el tomillar. Después, todo alrededor empezaban las tierras labrantías, las bajas que se llaman rompíos, y las altas de los cerros con distintos nombres, entre las cuales se formaban las cuencas que llamaban bagüeras.

Digo todo esto porque es lo que Unamuno veía por primera vez del campo de nuestra tierra. Que cada día iba a conocer más a fondo en sus repetidas excursiones por las otras tierras charras de Ledesma y Ciudad Rodrigo, y las serranías de Béjar y de Francia. En los otros dos días que pasamos en La Granja, me costó trabajo seguirle en sus paseos, porque quería verlo todo. También quería ver a la gente, y para eso había que sentarse a la puerta de la casa, mientras al atardecer volvían los bueyes y novillos, que esperaban a ser llamados por su nombre para entrar uno a uno en el comedero. Por el puente del rio pasaban los rebaños de las ovejas, mientras las bandas de tordos se posaban en los chopos cercanos, donde se recogían a pasar la noche. Por el aire pasaban los alcaravanes cantando su a dormir, y desde los fresnos lanzaban su aullido los mochuelos. En el fondo se oía el coro interminable de las ranas y los grillos.

A esa hora e la tarde las mozas salían a la puerta también, y cantaban y bailaban charradas y fandangos. Después, en la casa del montaraz o del rentero se comía religiosamente, después de la bendición, todos alrededor de la gran fuente o caldero, que era atacado por todos los lados con las cucharas de madera. Después, sentados en los escaños y tejos, bajo la gran chimenea, se hablaba hasta la hora de acostarse.

 

5.- UNAMUNO HIPERACTIVO

Entonces Unamuno era, como lo fue en todas partes, el centro de la conversación. Allí, le vi rodeado de pastores y gañanes, preguntando y escuchando, y a veces escuchando las palabras nuevas que oía, y que más tarde usó toda la vida como una parte esencial de su estilo literario. Su actividad no cesaba. A los chicos, rapaces y zagales nos entretenía y admiraba víéndole hacer pajaritas de papel, las mismas sobre las que luego iba a escribir su Cocotología. Pude apreciar que con quien mejor se entendía era con un pastor viejo, el tío Claudio, quien no sabía leer, pero que tenía una gran sabiduría y un sentido del humor que yo también admiraba.

Baste con lo dicho para ver como Unamuno empezó a adentrarse entonces en el paisaje, el alma y la lengua de Castilla, aquella Castilla que poco después iba a descubrir en los artículos que publicó en La España Moderna en 1895, y que luego formarían su libro En torno al Casticismo (1902). Aunque luego viajó por toda España, su concepción de Castilla se formó para siempre en su visión de Salamanca, tierra multiforme en la que se funden León y Castilla, y que por el Este se enlaza con Ávila, y por el Sur con Extremadura y Andalucía. Por eso, Castilla no es para él una región, sino la unidad funcional de la España eterna”.

 

FEDERICO DE ONÍS.

UNIVERSIDAD DE PUERTO RICO

(Artículo publicado en la revista STRENAE. Universidad de Salamanca. 1962)

 

 

 

Federico de Onís con 12 años (Archivo Onís siglo XXI)

 

El joven Miguel de Unamuno

 

Retrato a lápiz de Unamuno. Ramon Casas

 

Miguel de Unamuno con Federico de Onís y Licinio Perdigón (CMU)

 

 

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