Camilo José Cela: discurso en Salamanca sobre Pío Baroja
EN 1957, CAMILO JOSÉ CELA ESTUVO EN SALAMANCA PARA ASISTIR A LA CEREMONIA DE INGRESO DE EMILIO SALCEDO EN EL CENTRO DE ESTUDIOS SALMANTINOS
1.- Camilo José Cela por Ávila
2.- Camilo José Cela en Salamanca
3.- El recuerdo de Pío Baroja
4.- Salamanca, dorada y sabia
1.- CAMILO JOSÉ CELA POR ÁVILA
En 1957, el Centro de Estudios Salmantinos invitó a Camilo José Cela a dar una conferencia en Salamanca y no se lo pensó dos veces. Preparó la maleta y allá que se fue. A su paso por Ávila, estuvo acompañado por el periodista Luis López Prieto, poeta de Piedrahita, que Cela sabía a quien se arrimaba. El vate era el juglar del cochinillo asado de Arévalo, y había escrito: “Se permite apostar por Peñaranda, por Medina, Segovia o Piedrahíta, ya que cualquiera de las cuatro pitan bastante bien en esta zarabanda. Pero Arévalo está fuera de tanda y, en tal torneo, no hay por qué compita, ¡es el amo y señor!, la fama grita pues no hay que discutir: ¡Quien manda, manda!”. De momento, tomaron un tentempié en el Café Pepillo del Mercado Grande, para seguir ahondando sobre el tema cuando volviera de Salamanca.
La afición culinaria era el punto débil de don Camilo y ya era conocida en la zona. En ¡951, estuvo en Béjar invitado por el Casino Obrero. Entonces conoció la “caldereta”, de la que terminó resoplando, y según decía, “tuvo que soltarse dos puntos el cinto y otros dos botones del pantalón”. Pero volvamos al asunto institucional que le llevaba a Salamanca.
2.- CAMILO JOSÉ CELA EN SALAMANCA
El acto en el que participaba Camilo José Cela en Salamanca se debía al ingreso de Emilio Salcedo, seudónimo de Emilio Sánchez Arteaga, periodista y biógrafo de Miguel de Unamuno por antonomasia, en el Centro de Estudios Salmantinos, que tuvo lugar el día 6 de abril en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras. El cometido de Cela era presidirlo y hacer un comentario poserior a la disertación de Salcedo titulada El Viaje a Salamanca de Camilo José Cela.
Era un año de gran actividad para el Centro. El mes anterior también había ingresado Luis Sala Balust, catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, que había pronunciado la conferencia Confabulación manteísta contra los Colegios Mayores en el reinado de Carlos III.
Al acontecimiento de la presencia de Cela en Salamanca concurrieron las personalidades municipales y académicas y un numeroso público que abarrotó el Aula Magna. Entre ellos se encontraban amigos como Baldomero Isorna, llamado el poeta de Catoira, o Fernando Lázaro Carreter, catedrático de Lengua y Crítica Literaria en la Universidad salamantina, donde ocupó varios cargos, como los de director del Colegio Mayor San Bartolomé, el Bartolo, decano de la facultad de Filosofía y Letras y director de la los Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno. Al finalizar el acto, tuvo lugar una cena en el Gran Hotel a la que siguió un paseo por las calles de la ciudad.
Pronto regresó a Madrid. Tenía que entregar el discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua española, dedicado al pintor Solana bajo el título La obra literaria del pintor Solana, que leyó el 26 de mayo siguiente, siendo contestado por el doctor Gregorio Marañón, tras haber sido elegido para ocupar el sillón “Q”. En Salamanca había dejado un recuerdo imborrable, no sólo con sus palabras magistrales, sino también por sus acostumbradas estridencias de promoción personal, como su paseo por el barrio chino o la de haber proclamado que “en España sólo hay dos ciudades, Salamanca y el Santiago de Compostela, el resto son campamentos”.
3.- EL RECUERDO DE PÍO BAROJA
Decíamos que Cela había pronunciado el discurso Recuerdo de don Pío Baroja en el Paraninfo de la Universidad salmantina. He aquí algunos párrafos de la parte post mortem.
“Empecemos por el final, por el Baroja difunto, que es el más próximo, y también el más doloroso de los recuerdos.
Baroja muerto, y entre cuatro velas humildes, desnudas las paredes y, en el suelo, el frío baldosín, yace en un ataúd humilde y con una palidez humilde pintada en el semblante. A mí se me ocurrió cavilar, viéndolo tan auténtico, tan poco disfrazado de muerto, que don Pío era de una naturalidad, de una ejemplaridad que encogía el ánimo, oreaba el espíritu y atenazaba los pulsos del corazón.
A mí me ha tocado, ni para suerte ni para desgracia, ver muchos muertos de cerca. Ningún muerto me ayuda más a creer en la muerte que Baroja muerto. Cuando esperábamos la mala hora de tapar la caja y llevárnoslo al cementerio, me pasó por la cabeza el antojo de comparar su cara con la de aquellos que estábamos allí a su alrededor. En evitación de jugar con ventaja, probé a mirar en un espejo que había en la habitación de al lado. Pues bien. Puedo decir, y tengo muchos testigos de que lo que digo es verdad, que quien, entre todos, tenía mejor cara de circunstancias era el mismo Baroja…
Don Pío de muerto era lo más parecido, que jamás hubiera podido imaginarme a don Pio vivo. Tan esto es así que, al sacarlo por el pasillo, cuando el bárbaro del funerario empezó a maniobrar con el alud como si fuera un cajón de percebes, me asaltó la dolorosa aprensión de que podíamos hacerle daño…
Quizás no debiera haberlo hecho, pero, aquella mañana, la del 31 de octubre, a la vuelta del cementerio, me lavé las manos porque la caja de muerto de Baroja, pobre como corresponde a su último atuendo, desteñía. Miguel Pérez Ferrero, el amoroso biógrafo de Pío Baroja, se tiznó la cara y Hemingway, el respetuoso y emocionado Hemingway del último homenaje, aún con las escamitas del último catarro en la nariz, lloraba tras sus lentes artesanas, sus lentes de médico de pueblo o de viejo marinero holgando en tierra firme.
Casas y Val y Vera, los fieles, los cotidianos, entrañables ambos: uno tímido y mínimo; el otro, gallado y derrotado, paseaban atónitos, idos y sin consuelo, su soledad. El pintor Eduardo Vicente tenía serios los ojos que tantos paisajes barojianos habían reflejado, y apagado el pitillo de picadura. Clementina Téllez, criada manchega, besó al muerto en la frente y en la mejilla. Los besos de Clementina Téllez, cocinera de oficio, besos violentos y populares, sonaron igual que enamorados e inútiles trallazos. Julio Caro se metió en el bolsillo un frasco con tierra del Bidasoa para la tumba. Algunas mujeres lloraban por los rincones por donde, ayer aún, Baroja alentara.
Llegaron los funerarios, colilla en la oreja, blusón y feriante, gesto de estar de vuelta de todos los misterios, y cargamos el muerto. Una voz que olía a ojén se levantó. ¡Para esto hay que saber, lo peor son las esquinas. Doble sin miedo! Por la escalera abajo, Miguel Pérez Ferrero, Eduardo Vigente, Val y Vera y yo, tropezamos varias veces. Hemingway no bajó a Baroja. ¡Es demasiado honor para mí. Sus amigos, sus amigos de siempre!… Como usted guste…
En el cementerio se leen nombres conocidos y sobrecogedores, al lado de nombres ignorados y sobrecogedores también. En el cementerio se ven tumbas pulidas como mozas y tumbas amargas como viejas enfermas. En el cementerio se huele el vientecillo del campo abierto, se palpa la brizna que lame la tierra, la tierra que acongoja y estremece pisar.
Don Pío queda a la izquierda según se baja. Sobre al ataúd cayeron las tres o cuatro coronas que le acompañaron. El tarro de magnesia que Julio Caro trajo lleno de tierra, no quiso abrirse. Los fotógrafos decían: apártense, por favor, y los que allí estábamos nos hicimos a un lado. Después nos fuimos…”
4.- SALAMANCA, DORADA Y SABIA
Desde 1954 Camilo José Cela vivió entre Madrid y Palma de Mallorca. En la capital balear tenía una vivienda junto a la bahía de Palma. Luego se trasladó al segundo piso de una casa del barrio El Terreno, calle José Villalonga, número 87. En el sótano, fundó y dirigió la acreditada revista Papeles de Son Armandans. Y en el número 15 de mayo de 1957, a los pocos días de volver de Salamanca publicó el artículo Salamanca, Dorada y Sabia, dedicado a la capital charra:
“…Salamanca, en su campo de oro, al puro aire las noble y delineadas arquitecturas, sigue anciana y gentil donde quedara: sobre un ribazo que se mira en el Tormes de Tejares de Lázaro González, más allá de La Flecha de Fray Luis de León, brújula y cardinales del español, lengua que tanto vale, pruébese a usarla, para un roto pícaro como para un lirico y místico descosido…. Porque Salamanca, dorada y sabia, y su campo, luminoso y sabio, bien valen que el vagabundo les dedique un pie tras otro y el mirar atónito, una de sus postreras descubiertas. Y, es que el vagabundo, a pesar de todas sus gimnasias, es ya un vagabundo algo barrigoncillo, que, a lo mejor, ya tiene que ir empezando a hacerse a la idea de cambiar de oficio. Lo cual es siempre una dura, pero inevitable, jubilación…”.
(Portada. Camilo José Cela en el Paraninfo de la Universidad)
Camilo José Cela. Paraninfo. Universidad de Salamanca
Autoridades académicas. Paraninfo. Universidad de Salamanca
Finalización del acto
Camilo José Cela con Baldomero Isorna, Emilio Salcedo y Fernando Lázaro Carreter. Gran Hotel. Salamanca
Pío Baroja
Ernest Hemingway con Pío Baroja en su sus últimos momentos
CAMILO JOSÉ CELA. EN BÉJAR
CAMILO JOSÉ CELA. EN LEÓN